Perverso, multifacético, anarquista, paranoico, déspota, crítico: un monarca por denominación propia. Así sonaban los medios al referirse a Salvador Dalí. El hombre que se desentendió de la realidad para crear una mejor, aumentada. El que no tuvo miedo de abordar la sexualidad explícita en la plástica y en la vida pública. El que propuso un método teórico para abordar la perspectiva en la pintura, con matices evidentes de Freud. Un hombre extravagante que llevó el báculo creador consigo siempre, a pesar de lo que el cánon tuviera que decir de sí. Surrealista, mercantil, acaparador, magnífico: el hombre que se atrevió, en fin, a hacer de sí mismo una marca rentable.
La ciudad de Figueres lo vio nacer y partir muy pronto, cuando tuvo que irse a Madrid a estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Muy pronto se adecuó a las maneras de la metrópoli, y las formas de los dandis de la época le vinieron muy bien. Fue entonces que se familiarizó con el dadaísmo —dadaísmo por dadá, el sonido que hacen los bebés en ese primer intento de habla—, que se convirtió en una de los pilares de su formación como artista de vanguardia. Al mismo tiempo, publicó sus primeros trabajos como un ilustrador casi anónimo, y llevó una relación pasional con Federico García Lorca, que muy pronto se quedó escribiendo versos mientras Dalí se proyectaba a un exterior diferente.
Su popularidad tuvo un crecimiento exponencial. No sólo fue su personalidad apabullante —y altamente atractiva para la bohemia de los años 20— la que lo inmiscuyó en los círculos cerrados de la vanguardia surrealista, sino una propuesta artística innovadora, fresca y sugerente que invitaba a otros niveles de entendimiento. Dalí se convirtió en artista y personaje: una dualidad funcional en la que se reverberaba en olas poderosas una propuesta teórica del tratamiento de la perspectiva en la pintura. Y así como se ganaba terreno entre las figuras de renombre del arte del momento, una respuesta negativa a su discurrir artístico cada vez más presente tomó fuerza.
Escándalos con esposas ajenas, encuentros esporádicos con poetas de su mismo género, visitas sonadas a las casas de los mecenas más acaudalados de la época, y una estrategia de mercado cada vez más marcada hicieron que lo innovador de su propuesta artística se entremezclara con el descontrol aparente de su vida pública. El discurrir social en el que Dalí se movía distaba mucho de las convicciones intelectuales en las que se fundamentaba el surrealismo de origen: un movimiento de oposición a la realidad evidente e inmediata, como respuesta política en desacuerdo al desmoronamiento moral, económico y social en el que Europa seguía sumergido después de la Primera Guerra Mundial.
Es por esto que la mayor parte de los dadaístas, surrealistas y todas sus variantes, eran pensadores de la izquierda más radical: no querían pertenecer al sistema establecido e impuesto por un grupo de poder anterior. Iban en contra de su lógica tradicionalista, y se rebelaban ante la pasividad dirigida a la que el continente estaba sometido. Dalí nunca se adhirió a esa parte del movimiento: por el contrario, creía que el surrealismo podía ser apolítico, atemporal, sin contexto. Para él no se trataba de un medio para levantar argumentos reformistas. El punto era persistir en la memoria del tiempo que muchas veces parece ser tan blando.
Siguiendo esta línea de acción, después de vivir años de éxito y gloria en Europa, se mudó a Nueva York por un tiempo. Quería expandir sus horizontes creativos más allá del lienzo, y empezó a experimentar con la escultura, la manufactura de muebles y la joyería, todos de autor, y con las marcas más caras que pudieran exhibirse en las calles principales de la capital artística; Mae West y Tiffany fueron grandes galerías y apoyos económicos para él, ya que comenzó a comercializar su arte: Dalí había expandido su enfoque a un entorno más global, muy adecuado al público que quería dirigirse. No fue sorpresa para él, entonces, que una de las figuras capitales de la poesía surrealista se atreviera, por fin, a decirle a la cara lo que tantos se habían guardado por años.
“Ávida Dollars” fue el anagrama que André Bretón usó como un apodo despectivo para criticar el acontecer público y creativo del artista cosmopolita. La ocurrencia de Bretón causó gran escozor entre los seguidores más afines a Dalí, y grandes vítores en la comunidad más aferrada a los valores fundamentales del surrealismo original. Por esos mismos años, Dalí fue sometido a un “juicio surrealista”, después del cual fue expulsado para siempre del círculo de intelectuales, poetas, creadores y artistas del movimiento; sin embargo, su visión abarcaba un campo mucho más amplio que el de la bohemia europea, por lo cual respondió a estos enfrentamientos públicos diciendo lo siguiente: “Yo soy el surrealismo”.
Las ideas radicales que André Bretón expresó en el “Primer manifiesto surrealista” fueron entendidos —o mejor aún, des-entendidos, sobre-entendidos, supra-entendidos— por Salvador Dalí de una manera que escandalizaba al medio, y retaba a los rebelados. Si bien es cierto que su acontecer público siempre tendió a un acaparamiento de atención sobre sí mismo, y su acercamiento a ciertas familias adineradas no iban acorde a los preceptos que establecía la bohemia sobre la figura del artista, no puede dejarse de lado la gran aportación semiótica, práctica y estructural que su obra implica.
Dalí resuena en el movimiento Pop, y se reverbera aún a la cultura mediática de la actualidad como un hombre que supo conocer y entender a su audiencia: sus necesidades, sus inquietudes y sus faltas. Las trabajó todas de manera en que pudo burlarse de ellas y, al mismo tiempo, sacarles provecho creativo —muchas veces, en efecto, con fin de lucro—; las aspiraciones idealistas de los más extremistas no deberían de sesgar el gran genio que se adivina en esa mirada de la locura más cuerda. Perverso, multifacético, anarquista, paranoico, déspota, crítico: Salvador Dalí comprende un espectro mucho más amplio que Ávida Dollars.
**
Si quieres conocer más sobre el maravilloso mundo del arte, debes conocer estas 8 ferias de arte que debes visitar porque son las más importantes.