Intento mostrar las cosas no-placenteras y mostrarlas en todo su carácter no-placentero.
Keaton Henson
Keaton Henson no dice mucho por sí mismo: se identifica como una persona lo suficientemente tímida para negarse a las entrevistas que los medios le ofrecen. Incluso, dolorosamente tímido. El silencio es para él la tinta con la que delinea sus relaciones sociales: no habla demasiado y dice muy poco de su vida personal, pero no hace falta. Tal vez sea por esto que su figura artística llame tanto la atención: hay una contradicción aparente en la manera en la que su ser social calla, pero sus composiciones se desgarran, adolecen, gritan. Un contraste, un velo, una luz fugaz que ciega su capacidad de abrirse al público, pero que le permite irradiar destellos luminosos.
Pareciera que el influjo creativo de Henson fuera heredado: de padre actor y madre bailarina, resulta natural pensar en que las artes le fueron dadas desde pequeño. Además de añadirle la tristeza característica a la lluvia londinense, a sus paisajes azules, al suspiro pesado del río Támesis y el palpitar artístico inherente a la capital británica. Es casi una suma perfecta que resulta en la implosión de una estética pesada, somnolienta, semicatártica o semicatastrófica que aglomera Keaton Henson. Una lluvia torrencial, quizá, que resuena en su propuesta artística.
Empezó como ilustrador esporádico en Internet, como tantísimos millennials, con el afán inocente de darse a conocer con las herramientas que le eran más cercanas. Con el tiempo se embarcó en proyectos para diseñar las portadas de bandas emergentes —no muy conocidas, no muy comerciales—, y conforme ganó presencia en los medios, su línea de trazo se volvió más contundente, más afilada, profundamente más lastimosa. No se trataba más de lograr una composición adecuada a los proyectos de otras personas, sino de una búsqueda estética que pudiera reflejar por sí misma el grito que nunca escapó de la garganta, las lágrimas que se secaron antes de derramarse, los suspiros que se rompieron antes de ser exhalados.
Sus dibujos son tragedias individuales: hay una lucha explícita contra las grandes tribulaciones del ser humano que parecen aflorar en los rostros de sus personajes —tan apagados, tan tiesos, tan sumidos en una tristeza inquebrantable que casi no les permite respirar—. La oscuridad es un tema recurrente en su propuesta artística: los rostros semidesfigurados que dibuja están siempre empapados por la bruma densa de la congoja y la angustia, o por un sopor que no les permite ver con claridad la luz del día. Es por esto que normalmente corta las figuras desde el busto, y cuando no, prefiere no mostrar sus caras. Lo cierto es que siempre están a punto de deshacerse, como en el instante previo a derretirse sin lograrlo todavía.
La capacidad creativa de Henson no se limita al ámbito pictórico. Pareciera que el periodo previo a su ilustración independiente fuera un preámbulo —una premonición— para el enfoque que tomaría después: si bien continúa ilustrando también parece tener facilidad para la música. Al mismo tiempo que expone en galerías importantes de Europa, se presenta en bares acaudalados a cantar, a tocar, a hacer algo, pero siempre de la mano con la creación sonora. Ha producido ya dos álbumes por su cuenta, en los que ha escrito las letras de sus canciones.
A pesar del dominio innegable que tiene para estas otras manifestaciones artísticas, pareciera que sus propuestas visuales logran fundir al espectador. Verlos tan tristes, tan perdidos, tan esencialmente humanos parece contagiar del mismo letargo pesado a aquel que se los encuentra. Keaton Henson es confusión, es dolor de pecho y de espalda, es piel quebrada por el descuido, es ojos que arden después de tanto llorar —y en silencio, como un estandarte de dignidad, de creación: un lienzo, quizá, más contundente.
**
Algunos piensan que las obras de arte clásicas están hechas para reinterpretarlas o para intervenirlas, por eso, conoce el trabajo de Alexey Kondakov, quien convierte los personajes clásicos en personas comunes y corrientes.