En la alberca de casi tres metros de profundidad flotaban charolas con cocaína y detrás de monumentales pilares se asomaban las rayas de un par de tigres a los que eran arrojados los invitados que el Negro Durazo consideraba sus posibles enemigos. Esos son los rumores –hasta ahora sin comprobar– que surgieron a partir de que el Partenón de Guerrero dejó de ser un secreto a voces, para pasar a ser una leyenda en la que el narco, la promiscuidad y los excesos se conjugaron en un solo lugar. Por otro lado, ese lugar hoy también es un monumento en el que la majestuosidad y la arquitectura se fusionaron.
¿Qué hace ahí esta réplica del Partenón griego? Al parecer, el exjefe de policía Arturo Durazo Moreno (1924-2000) invirtió una parte de su fortuna en la construcción de este impresionante edificio, el cual comenzó a construirse a finales de los años 70. Ciertamente, el puesto del político no ameritaba –por lo menos en México– un sueldo millonario; sin embargo, el Negro Durazo encontró la forma de convertirse en uno de los hombres más ricos de México y, evidentemente, en un criminal dedicado al narcotráfico y la extorsión.
En una de las montañas más altas de Zihuatanejo, ciudad y puerto de la Costa Grande guerrerense, el jefe de policía decidió dirigir la edificación de su propio Partenón. El proyecto contaba con más de 19 mil metros cuadrados de superficie, casi 10 de altura, 42 columnas que enmarcaban las entradas, una planta alta y un sótano al que se entraba por un túnel. Todo esto fue pagado por el Negro, quien tenía en su bolsillo cada centavo del presupuesto que José López Portillo –presidente del país en ese entonces y gran amigo de Durazo desde la infancia– le otorgaba al departamento de policía. En total, este criminal gastó 700 millones de pesos en construir el Partenón, mismo que cerró sus puertas en 1982 durante el sexenio de Miguel de la Madrid; quien logró capturar a Arturo Durazo para encarcelarlo en 1984.
Este lugar de cuartos tapizados con espejos y decorados con terciopelo rojo, murales estilo romano, esculturas de mármol e inmensos muebles y puertas de madera, es sólo una de las pruebas de que la elección de Portillo y el ascenso de Durazo como jefe de policía, fueron parte de uno de los capítulos más oscuros en la historia de México. Esta magna obra arquitectónica se convirtió en una de las sedes donde, sin límites ni discreción, el Negro demostraba ser el dueño de un sucio imperio.
Conforme la creación del Partenón avanzaba, el cuerpo de policías perdía más. El presupuesto invertido en la tercera construcción que el Negro creó –para su uso personal– en lo alto de una montaña que colinda con la playa La Ropa, sobre el Océano Pacífico, despojó a los oficiales obligándolos a utilizar sus propios autos para realizar su trabajo y a comprar sus propios uniformes. Además, los integrantes más jóvenes del departamento policiaco mexicano fueron obligados a cargar y subir en su espalda, una y otra vez –como viles esclavos– los materiales que se utilizarían para la construcción del Partenón. En cuanto al diseño de su interior, lo que destaca entre las columnas sucias, las paredes descarapeladas y los pisos despostillados, son los óleos estilo helénico y las esculturas de bronce.
Arquitectónicamente, el Partenón de Guerrero es una joya; sus columnas son auténticas piezas romanas mandadas a traer, al igual que las estatuas y bustos que decoran el jardín del palacio. Dentro de este centro de derroche y extravagancia, el Negro Durazo organizaba fiestas impresionantes a las que sus amigos llegaban en helicóptero. Uno de los rumores más escalofriantes sobre el lugar, fue que no todos sus invitados volvían a aparecer después de una noche de alcohol, música, drogas y conversaciones que seguramente nunca nadie conocerá. Como parte de una leyenda o una verdad que nadie quiere aceptar, se cuenta que el desquiciado jefe de policía tomaba como prisioneros a algunos visitantes después de la cena. Para ser liberados, ellos tenían que pelear contra la mascota de Durazo: un tigre de incombatibles fauces.
Los lazos que esta construcción tenía con el narcotráfico se comprobaron cuando en el jardín encontraron un túnel que llegaba hasta una cueva en la playa contigua. Ahí, personajes como Pablo Escobar ocultaban parte de su mercancía; por lo que se concluyó que, efectivamente, el Negro Durazo tenía vínculos, o hasta una amistad importante, con los miembros de distintos cárteles.
Mientras en las fiestas de Durazo todos bailaban y reían alrededor de las fuentes dentro del Partenón, a las orillas de la inmensa y profunda piscina, o sobre la kilométrica mesa de madera estilo virreinal, él repartía obsequios. Algunos de ellos eran pistolas que pertenecían a la policía o insignias del mismo departamento, mismas que él consideraba un interesante souvenir para despedir a sus invitados.
Todo lo que hoy aún está de pie y en alto deterioro detrás de una puerta de seis metros de altura, oxidada pero aún imponente, es parte de un monumento a la corrupción que reinó desde principios de los años 80 en México. En la bahía La Ropa, en Zihuatanejo, Guerrero, aún se encuentra esta escultura arquitectónica de diseño maximalista y, a la vez, estética kitsch; misma a la que no se puede entrar más que con un permiso especial. La ambición y locura del Negro Durazo lo llevó a utilizar el dinero de los mexicanos para crear un castillo inspirado en el templo de Atenea en la Acrópolis de Grecia, el cual resultó en una réplica de muy mal gusto en donde el narco, la promiscuidad y los excesos se escondían.
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Referencias
Milenio
Proceso