El mejor consejo que se le puede dar a alguien que visita el Museo del Prado en Madrid es quedarse el mayor tiempo posible frente a “Las meninas” de Velázquez. Ante tal obra no vale ser un espectador casual, un simple turista que colecciona postales y souvenires para pasar inmediatamente al viaje que sigue. Ésto lo sabe muy bien el pintor y escritor mexicano Edmundo Font (1953). Inspirado por la memoria del Museo del Prado, las meninas y Diego Velázquez, Font ha realizado una exposición de pinturas al óleo y en acrílico para indagar sobre los significados, los personajes, y la simbología en el cuadro del pintor del Siglo de Oro español.
En marzo del 2017, en la GB Gallery de la Ciudad de México, entre cámaras, rostros y copas de vino Edmundo Font se hace presente: una serie de cuadros reunidos bajo el título “Vislumbres de las meninas” que hace un homenaje a la importante obra de 1656; la exposición ofrece a los coleccionistas, los críticos y los espectadores un artefacto y un lente de aumento para observar con mayor precisión lo que ocurre en el cuadro original, como si se estuviese en su interior. La propuesta estética y discursiva acerca a las personas a los misterios y complejidades de la obra, tras cuatro décadas de amor por la pieza y los bocetos en cuadernos de pintura que reflejan en todas sus páginas a las mismas personas y al mismo perro de mirada entrecerrada.
Esa clase de visitante de museo es Edmundo Font, muy distinto de quien pasa de largo los cuadros para abreviar la experiencia, él contempla por largo rato cada cuadro, no importa cuántas veces haya estado frente a él ni cuántos libros de arte y tapa dura tenga en casa. Es el pintor que viaja con una libreta especializada para realizar esbozos rápidos una y otra vez, mientras el mundo alrededor retrata con sus cámaras o celulares inteligentes los detalles, para luego guardarlos en un disco duro y no mirarlos jamás. En esas condiciones Font apuesta por la memoria de sus manos, porque los cuadros no son elegidos por las personas, sino que son las personas las elegidas por los brochazos, las gamas de color, las texturas y las ojos en el cuadro que conectan con quien los observa en el intento de conquistar una respuesta o un latido.
Edmundo Font tenía veinte años cuando se quedó estático y deslumbrado frente a la imagen; en ese entonces, entró al diálogo por la puerta del espejo y decidió recrear aquel juego en uno de los cuadros de gran formato de “Vislumbres de las meninas”. Aunque el cuadro de Velázquez no siempre tuvo ese nombre, según la enciclopedia del Museo del Prado en 1666 el título era “Retrato de la señora emperatriz con sus damas y una enana”, en 1734 aparecía citado como “La familia del Señor Rey Phelipe Quarto” y posteriormente fue titulado “La familia”. El nombre mutó hasta convertirse en “Las meninas”. La obra de Velázquez, iluminado por una luz mortecina, encierra celosamente una serie de verdades sobre las preguntas que suenan como música ambiental en el museo. Encierra el silencio, el polvo y la reproducción imaginaria de una brocha que acude a su encuentro. Todo pasa frente a los ojos de los espectadores, todo se repite.
Pintada durante la última década de vida del artista, “Las Meninas” representa un objeto de fascinación entre públicos diversos al ser la obra maestra del gran pintor español y una de las mejores pinturas de la historia. Tan distinta, tan viva en la medida que uno se acerca. A través de Font, coexisten los personajes en diferentes planos, la dignidad de la mujer pequeña, los cuadros dentro del cuadro evocando a su vez a otros pintores y la sensación de cómo todo se difumina camino hacia el fondo, donde llegar o partir es un misterio que cambia los alcances y los motivos.
Cuando estamos frente al cuadro de Velázquez y cuando estamos frente a los cuadros de Font somos sensibles a la mirada de la familia real y su cortejo, a su cuestionamiento, somos sensibles a la mirada propia que nos encuentra como si recién nos conociera. No somos los únicos que despojamos al lienzo de sí mismo, al pintor, a los personajes, sino que también éstos nos despojan, nos invitan a la cercanía y por un instante, dejamos de ser eternamente nosotros mismos. Font muestra la delicadeza de quien se planta frente a un cuadro, no para mirarlo sino para ser mirado por él, para ser desmenuzado y analizado: hombre-significado, hombre-interpretación, hombre-simbología, hombre-homenaje.
Edmundo Font, en una continuidad de la serie, deja rastros en el mundo futuro con un video y acepta el juego surrealista: ser el ojo cíclope tras las meninas. El pintor clausura los párpados; nace sobre el lienzo a través de su dedo mojado en pintura. Inspirado por Esref Armagan, un pintor ciego nacido en Turquía que pinta con un sentido innato del color y de la profundidad de la imagen, capaz de reproducir el baptisterio de la catedral de Florencia, con percepciones semejantes a las alcanzadas hace cinco siglos por Brunelleschi. Armagan es pieza clave del juego de prolongar el cuadro, pero esta vez en la oscuridad total, con el ojo único de las crestas de sus huellas dactilares.
Con el registro del pintor Luis Vargas Santa Cruz, el siguiente video rinde testimonio de un juego dictado por la imaginación, ajena de las preocupaciones morales y estéticas.
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“Las meninas” de Diego Velázquez es una de las obras más analizadas desde diversos ejes del estudio humano. Incluso Foucalt ha hecho su interpretación de esta pintura. Si quieres saber por qué este cuadro representa un microcosmos del Barroco, te recomendamos leer este artículo.