“El kitsch es una parodia de dicha catársis, donde se vuelve imposible trazar una línea entre lo que es verdadera ficción estética (arte) y lo que es meramente basura sentimental (kitsch)”.
– Theodor Adorno
Desde la fiesta de quince años en México, hasta el “Made in China”, los souvenirs de viajes, los adornos pomposos, aparatosos navideños y hasta Lladró, son algunos de los simples objetos inútiles que nos hieren el criterio estético, convirtiéndolos en horrorosos y ostentoso accesorios, parte de una decoración de mal gusto y sobre saltado de la imitación. Resulta atractivo para las sociedades de consumo que se dejan atrapar por la apariencia y el “brillo” empobrecido-vulgar de lo comercial, poniendo adjetivos a lo que es falsamente bello.
La palabra – de raíz germana- que denominó la nueva y adinerada burguesía de Múnich entre los años 1860 y 1870, emigró y se desarrolló en el área de Los Ángeles en California, intentando recrear el estilo de los nobles europeos. Artistas de lo efímero, como Jeff Koons, hacen evidente en sus obras la exaltación de lo superfluo y el despilfarro que puede haber en él. La escultura de tamaño natural del artista fallecido y su mascota inusualmente doméstica titulada “Michael Jackson and Bubbles” de 1988 en porcelana blanca, dorada y policromada es un ejemplo perfecto de lo que es el reinado del Kitsch. El fotógrafo David Lachapelle también puede entrar en esta categoría.
La palabra se popularizó en la década de 1930 por teóricos como Theodor Adorno, quién percibía la popularidad del kitsch como un peligro para la cultura, pues advertía que esta parodia de la conciencia estética hacen de lo falso y repetitivo un peligro para el verdadero (alto) arte.
*No confundir con el -camp- es una estética que basa su atractivo en un valor irónico o un cierto mal gusto. Proviene del argot francés “se camper” que significa posar de una forma exagerada. Su uso se popularizó con el ensayo de Susan Sontag.