Siempre se nos ha dicho que Dios nos creó a su imagen y semejanza. Como él, tenemos dos piernas, dos brazos y andamos erguidos; pero en realidad nadie conoce al ser que nos dio la vida y que creó todo en sólo 7 días… Tampoco sabemos cómo fue el verdadero rostro de la Virgen María, cómo lucía Jesucristo cuando nació o cómo es que Moisés logró hablar con el creador para estipular en su pueblo los 10 mandamientos. En el catolicismo hay muchos huecos que probablemente nunca logremos llenar con respuestas certeras, al menos que alguien haga especulaciones y las ponga sobre la mesa. Estas suposiciones deben ser tan increíbles como las historias que aparecen en la Biblia, es decir, ¿quién asegura que la Virgen tenía un rostro angelical, que Jesús era un bello y tierno bebé o que Moisés subió al Monte Sinaí solo?
Emil Melmoth, un artista mexicano, se preocupó por darle solución a esos espacios en blanco y planteó la idea de que el sufrimiento, el amor y la esperanza que irradian los personajes religiosos pueden ser más trágicos de lo que parecen. Por ello, impulsado por el catolicismo y la aberración de esta religión por todo lo que tenga que ver con la deformidad, la muerte pacífica y lo raro creó esculturas en las que muestra un lado mucho más humano y hasta real de los personajes religiosos. De este modo, tenemos cráneos deformes, siameses lamentándose, animales híbridos, una virgen embarazada de un feto muerto y un Jesucristo de apariencia femenina. Estas esculturas muestran el lado más espeluznante de la religión, mismo que nos hace re pensar las historias y darnos cuenta de que quizá la Biblia ha omitido estos detalles.
Melmoth, originario de México, siempre sintió una atracción muy peculiar con la muerte y el dolor, de hecho, su nombre artístico proviene de la literatura gótica, del libro Melmoth, el errabundo de Charles Maturin, en donde el personaje principal predica con la desdicha, el infortunio y la ruina en la que se encuentra la humanidad. Al apropiarse el nombre, plasma algo de ese sentir a sus esculturas. Sus piezas suelen mostrar un lado, incluso, sangriento y violento aunque él no cataloga su arte como gore, puesto que no es un recurso que utilice como un impacto inmediato que atraiga la mirada del espectador, sino que usa órganos, sangre y violencia de manera sutil y mezclada con simbolismos para dar una sensación de miedo y angustia, no asco o ganas de salir corriendo. Él define su obra como «un componente del arte macabro por consistir y relacionarse con la muerte».
Aunque la crítica ha denominado en ocasiones su obra como asquerosa y horrorosa, de forma despectiva, ante lo cual, no se inmuta, no se aflige ni tampoco se replantea el concepto; siente placer y fascinación al escuchar ese tipo de comentarios ya que su arte tiene como objetivo generar reacciones diversas, ya sea miedo, placer o dolor. Las grotescas esculturas de Emil Melmoth, se han arraigado en el imaginario colectivo generando miedo, dolor y tristeza en lugar de amor y bondad como tanto lo predican, es por ello que hace figuras y seres fantásticamente grotescos, sangrientos y poco humanos en apariencia y a pesar de ello siguen siendo más reales que los seres tratados por la religión, por lo que el artista ha puesto sobre la mesa una opinión propia sobre sus creencias, lo grotesco como obra de arte y su talento que sobresale por mucho.
«Los temas que he manejado en mis obras y que son un común referente, son la religión católica, la relación consanguínea, las enfermedades, la muerte, la fragilidad del ser humano y los problemas sociales. […] Mis recursos estéticos y visuales son las esculturas religiosas, los altares, la parafernalia médica clásica, el circo y el freakshow, las deformidades humanas y animales, así como la repetición de elementos y extremidades. Los clavos son unos elementos imprescindibles y hasta obsesivos en mis esculturas, debido a que hacen referencia a una tortura constante y controlada por parte de una imposición externa».
—Emil Melmoth
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El arte sacro ha dejado un legado imprescindible, no sólo lo grotesco funciona sino también lo erótico y promiscuo como el Santo que se convirtió en símbolo de la homosexualidad. De igual manera, ha dejado formas de ver a Dios en el mundo y su legado, el cual puede ser muy puro o sumamente grotesco.