El verdadero nombre del pintor florentino Sandro Botticelli era Alejandro Filipepi, educado en los talleres de joyería del Botticello —de esto su sobrenombre— y de pintura de fra Filippo di Carmine. Admirador de la obra de Verrocchio, Pollaiolo y Lippi, según Vasari, biógrafo renacentista por excelencia, desde muy joven se interesó por el estudio de la figura humana al natural, particularmente por el desnudo femenino; sin embargo, tal tipo de representación era muy extraño y, hasta cierto punto, mal visto al inicio de un Renacimiento italiano todavía ligado a la tradición medieval y plagado de contenidos católicos, en los que a penas comenzaban a emerger obras artísticas vinculadas al mundo pagano grecolatino recién descubierto.
Era poco frecuente que los pintores utilizaran el óleo como material pictórico aplicado sobre una tabla o lienzo, como en este caso, pero la obra que nos ocupa parece salirse de todo parámetro de la época y regirse sólo por dos motivos principales: la pasión y el deseo, de estos dos poderosos ejes surge su cautivadora apariencia, que ha conquistado a toda la historia del arte y atrae a miles de visitantes a la galería Uffizi de Florencia.
No hay nada como la pasión y el deseo. Botticelli lo sabía. Desde el inicio, en su carrera como pintor, dedicó largas horas y trabajos al desnudo femenino, al cromatismo y la composición, triada fundamental en el aspecto formal de “El nacimiento de Venus”; el gran lienzo retrata un armónico grupo de personajes que narran la llegada de la diosa del amor a Chipre, no así su nacimiento como se piensa, lo que da lugar al título de la pieza. Aparentemente, Boticelli, seguidor del neoplatonismo y cautivado por la mitología grecolatina, se había inspirado en la “Metamorfosis” de Ovidio (2), aunque sean otras fuentes como Hesiodo, en el que el pasaje mitológico se narra con mayor puntualidad: “(…) Brotó blanca espuma: en ella una muchacha se crió. Primero se aproximó a los divinos Citereos y luego desde allí llegó a Chipre, por el oleaje batida. Allí puso pie en tierra la bella diosa venerable, y la hierba bajo sus pies delicados iba creciendo. Afrodita, diosa nacida de la espuma”. (3)
El mar verdoso, separado por la línea de horizonte del cielo sutilmente azulado, fondean la escena en la que una bellísima y dulce, aunque anatómicamente incorrecta Venus —cuyo referente figurativo es, probablemente, la Venus capitolina, en apariencia esculpida pro Praxíteles en la Grecia clásica y que también cubre modesta sus genitales— es arrastrada en una vénera de marfil y oro, ícono de fecundidad, sexualidad expectante y erotismo. El impulso del oleaje es propulsado por el aliento de Céfiro y Aura —inspirados en la Tazza Farnese del periodo helenístico— alados y entrelazados, como dos amantes que, en el sexo, se vuelven uno mismo; parecen atraer hacia la diosa rosas abiertas como símbolo de belleza, feminidad y seducción.
Mucho se ha discutido sobre si el personaje femenino que aguarda a la diosa en la orilla, cubierta de motivos fitomorfos que adornan un vaporoso vestido de la época y adornada con un complejo peinado, sería un eco de Flora, retratada en “El nacimiento de la primavera” un par de años atrás en una obra que, por ostentar una temática y estilo pictórico similar a la que aquí nos ocupa, se pensó formaría parte de la misma serie. Hoy esa teoría ha quedado descartada por la diferencia cronológica y técnica, lo que cambia drásticamente la estrategia plástica e incluso el programa pictórico. Se podría pensar, en cambio, que la identidad del personaje femenino retratado de perfil en el lado derecho de la obra, se vincula con la siguiente cita: “Cantaré a la de áurea corona, venerada y hermosa Afrodita, a quien se adjudicaron las ciudadelas todas de la marítima Chipre, adonde el fuerte y húmedo soplo del Céfiro la llevó por las olas del estruendoso mar entre blanda espuma; las Horas, de vendas de oro, recibiéronla alegremente y la cubrieron con divinales vestiduras”. (4)
Se trata, pues, de una de las tres gracias, quien espera a la diosa para acogerla con una capa rosada, florida y bordada con un regio hilo de oro. Estamos ante una escena, más que mitológica, inmaterial, hetérea: como se dijo antes, neoplatónica que confronta al amor sagrado y al amor profano, a la materia y la idea. La luminosa y vibrante paleta que hoy sabemos caracteriza a ésta y otras tablas del artista renacentista, fue descubierta tras una restauración relativamente reciente, ya que durante mucho tiempo la pátina que cubría la superficie pictórica, hizo pensar que la paleta del artista era fría, nostálgica y sobria. En cambio, se develó un cromatismo que realza las telas, los pliegues, las pálidas carnaciones y los efectos de luz como el áureo de la vénera que transporta a Venus y las hojas de los árboles detrás de las Horas.
La témpera y la clara de huevo, permitieron al artista lograr transparencias que no habían sido posibles hasta entonces, y lo hizo acreedor a un estilo inconfundible y apreciado por los grandes mecenas de la época. En cuanto a la composición, salir de la temática religiosa les permitía a los pintores como Boticcelli experimentar con otro tipo de arreglos y tratamientos, más allá de lo triangular, equilibrado y trinitario. En cambio, podían explorar composiciones más teatrales y dinámicas, cercanas incluso a la danza, como ocurre en El nacimiento de Venus. De hecho, Lorenzo el Magnífico, primo de quien le encargó esta pieza a Botticelli para decorar la villa Castello, había compuesto en 1460 la Bassa danza llamada ‘Venus’ (5), baile para tres personas que bien podría haber inspirado el arreglo de personajes de esta obra; muy al gusto burgués de la época, acostumbrado a las coreografías como un recurso social pero, también, de galantería y erotismo contenido.
Erotismo contenido, galantería, sacralidad, profandad, inmaterialidad: es hora de hablar de la musa que inspiró tal poesía visual, que mantenía latente el deseo de Botticelli. La mujer que, junto con la Beatriz de Dante, daría forma al ideal femenino de la época y reinante hasta el siglo XIX en todo el mundo occidental. Su nombre era Simonetta Cattaneo Vespucci, supuesta amante de Juliano de Médicis, según cuenta Vasari (6). Casada con un pariente lejano de Americo Vespucci, llegó a Florencia desposada, pero eso no impidió que se robara el corazón de algún noble de la familia Medici y de Botticelli. Su belleza era legendaria en la corte florentina. Se escribieron versos y se elaboraron pinturas en su honor. Parece que el pintor y muchos de aquellos enamorados, nunca la poseyeron.
Era el cristalino objeto del deseo, la novia perseguida por los célibes de Duchamp; en ello radicó su éxito como musa. Nunca dejó de ser anhelada por los nobles e intelectuales de la época, al grado de que su retrato que personifica a la diosa del amor, el deseo y el placer en “El nacimiento de Venus”, se efectuara cerca de 10 años después de su muerte —siendo muy joven y probablemente a causa de tuberculosis—, pero representada de memoria por el artista, con su característica belleza: sutil y dulcísima.
Es una obra que parece olvidarse de toda preocupación religiosa —como las que más tarde agobiarían al artista al contacto con el padre Savonarola— y ontológica, para regodearse en la belleza, el deseo y el placer. Simonetta, una suerte de Beatriz dantesca para Botticelli, encarnó el dolce stil nuovo y se convirtió en uno de los ideales de belleza más reproducidos y anhelados durante toda la Modernidad occidental de Europa. Su piel blanquísima libre de mácula, con un gesto pudoroso y un rostro casi virginal, a pesar de la sensual pose y el evidente desnudo, capturaron la mirada desde el primer instante. Hay en su rostro una dulzura inconmensurable que puede asociarse con el amor sagrado, mientras la sugestiva desnudez evoca al amor profano. Esta Venus es, pues, alegoría no sólo del amor, sino de la plenitud y del placer de vivir.
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(1) Vasari, G. (2000) Vidas de grandes artistas, Ciudad de México: Editorial Porrúa, pp. 31-40.
(2) Ovidio (2007) Metamorfosis, Madrid, España: Alianza Editorial.
(3) Hesiodo (2014). Teogonía, trad. Emilio Suárez de la Torre, Madrid: Clásicos Dykinson, pp. 141.
(4) Homero. (1927) Obras completas, trad. Luis Segalá y Estalella, Barcelona, España: Montaner y Simón Editores, pp.556.
(5) Baxandall, M. (2000) Pintura y vida cotidiana en el Renacimiento. Barcelona, España: Editorial Gustavo Gil, pp. 105.
(6) Vasari, op. cit.
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Si quieres conocer más sobre el personaje detrás de “El nacimiento de Venus”, te contamos la historia de la mujer que emergió del mar y se convirtió en la musa del Renacimiento.