“Yo solía pensar que era la persona más extraña en el mundo, pero luego pensé, hay mucha gente así en el mundo, tiene que haber alguien como yo que se siente bizarra y dañada de la misma forma en que yo me siento. Me imagino, e imagino que ella también debe estar ahí pensando por ahí pensando en mí. Bueno, yo espero que si tú estás por ahí y lees esto sepas que, sí, es verdad, yo estoy aquí, soy tan extraña como tú”.
Frida Kahlo
La Casa Azul es quizás una de las mayores atracciones de Coyoacán. Cientos de turistas nacionales y extranjeros se arremolinan a las afueras para entrar a la intimidad de la artista mexicana y recorrer, entre empujones, los cuartos de la casona más famosa del viejo barrio capitalino. Conocer la Casa Azul es complementar la historia prostituida de Frida Kahlo, enarbolada como la imagen femenina de México para el mundo. Mujer que se abrió paso entre un mundo de hombres, que sufrió, pintó, amó y volvió a sufrir.
El rostro de la artista con sus chongos decorados con flores, labios pintados de rojo carmesí, cejas que no distinguen frontera y un reboso tehuano que se asoma están por todos lados. Basta recorrer lugares turísticos de la capital para ver bolsas, pósters, libretas, playeras, stencils, llaveros y “a dónde llegue” la creatividad mexicana para comprobarlo. Los turistas extranjeros ceden y deciden comprar un objeto que acompañe al tequila y la blusa tzotzil que llevarán de regreso a su país. Nosotros, los que vivimos en ese mundo comercial/artesanal de la Ciudad de México vemos con ojos cotidianos el rostro de Kahlo.
Los retratos de Frida son mundialmente conocidos y las fotografías tomadas por Diego Rivera, su eterno niño, son parte de la cultura popular. Pero existe una etapa de su vida y un rostro poco conocido: el de su infancia. Misma que transcurrió en esos jardines de la Casa Azul. Las fotografías, tomadas por su padre, Guillermo Kahlo, retratan los primeros años de Frida, aquellos donde la sonrisa de ingenuidad infantil y una mirada tierna eran evidentes. Todas ellas tiempo antes de que contrajera la poliomelitis en 1913, misma que marcó su choque con el sufrimiento característico de la existencia humana. Y sólo fue el inicio.
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Frida a los 4, 2 y 5 años de edad respectivamente.
En las fotografías también vemos a sus hermanas, mismas que junto con sus hermanastras y su madre, Matilde, conformaban la familia matriarcal de Frida. Las siguientes dos fotografías, tomadas durante la juventud de Frida, una nueva actitud, personalidad y una mirada trastornada. En parte por el accidente en tranvía que sufrió en 1925 que por poco destruye su cuerpo y que sería el inicio de su carrera artística.
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Frida a los 18 años de edad en 1926. En la segunda foto viste de traje.
Postrada en la cama con múltiples fracturas, Frida comenzó a pintar. Y quizá fue ese accidente y los constantes achaques médicos que le perseguían, aislaron y la atormentaron por tantos años que la llevaron a dedicarse a la pintura y abandonar el sueño de convertirse en médico. Vaya ironía.
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Frida a los 12 (derecha), fecha desconocida y 4 años de edad