Gyula Halász, mejor conocido como Brassaï, fue apodado por Henry Miller como “El ojo de París” al darse cuenta de que sus imágenes no sólo retrataban los placeres ocultos de la vida bohemia en París, sino que su mayor poder residía en que había aprendido a mirar distinto, y podía dotar de permanencia todo aquello que sus ojos veían y provocaba en él, el placer de soñar y contar todas las historias posibles alrededor de un beso junto a una estación de trenes o un zapato olvidado junto a una banca en la madrugada.
Pero quizás la riqueza visual que habita en sus imágenes se debe a que no era únicamente un fotógrafo. Brassaï era músico, dibujante, cineasta, escritor y apasionado de la numerología y la astrología. A su llegada a París se dedicó primero a la venta de caricaturas para publicaciones como periódicos y revistas, pero como su sueño era dedicarse a ser pintor, comenzó a firmar sus dibujos como Brassaï, derivado de “Brasso”, ciudad de Transilvania donde nació, para reservar su verdadero nombre para firmar sus pinturas. Finalmente, no sucedió así y la firma Brassaï cambió la historia de la fotografía al entender la cámara como una herramienta de expresión artística.
La ruptura del siglo XX entre la pintura y la fotografía, fue una de las dualidades presentes en la obra de Brassaï quien sabía que la fotografía no necesariamente captura la realidad, pero sí puede construirla y fragmentarla. Sólo un artista podía convencernos a todos de que la fotografía también es arte.
Brassaï salía a las calles en la oscuridad de la noche, acompañado por un tripie y su cámara Voigtlander Bergheil, se detenía en los lugares que ya había visto en su mente, construía la imagen que quería, y -consciente de que no tenía derecho al error- encendía un cigarrillo y al mismo tiempo el obturador. Al terminar su cigarro, sabía que el tiempo de exposición era suficiente y el París nocturno se había vuelto a rendir ante su lente.
De Brassaï los fotógrafos contemporáneos pueden aprender múltiples lecciones de composición, iluminación, montaje y técnica. Y al conocer su obra -que está estrechamente conectada con su vida- se pueden hallar también grandes enseñanzas para quienes aspiran a capturar la esencia de una ciudad o un rincón del mundo que tenga tantas historias que contar como paisajes por explorar.
A continuación te compartimos algunas de esas reflexiones que te convertirán en un mejor fotógrafo.
1. Encuentra la magia de los instantes cotidianos.
Para muestra, la serie de fotografías en la que Brassaï retrató a personas durmiendo en espacios públicos, pues si bien los instantes capturados eran parte de la identidad de la fotografía europea vanguardista de los años 20 y 30, a Brassaï estaba lejos de interesarle la espontaneidad del fotoperiodismo documental, y en cambio desarrolló una estética casi cinematográfica como si se tratase de una secuencia pausada y construida. Creía que en los elementos simples se podía encontrar la mayor complejidad de las cosas.
Brassaï solía decir que el ojo es lo que hace fantástico lo que uno observa, y que el surrealismo de sus imágenes no era más que la fantasía de su visión.
2. Rodéate de personas que admires y de quienes puedas aprender nuevas perspectivas.
Son famosos sus retratos de artistas y escritores, de personajes como Jean Genet, Salvador Dalí, Henri Matisse, Henry Miller y Pablo Picasso quienes fueron inmortalizados por su lente y recopilados en 1982 en el libro Les Artistas de ma vie (Los artistas de mi vida). Fue una fotografía publicada en la primera página del libro París de noche la que llamó la atención de los surrealistas y de Picasso, quienes se pusieron en contacto con el autor. Desde ese momento Brassaï se unió al mítico círculo de artistas de Montmartre.
Picasso lo ayudó cuando no tenía dinero ni trabajo durante la SGM, al encargarle un registro fotográfico de todas sus esculturas. Fue así como volvió al camino de las artes plásticas. Fueron amigos durante toda su vida y esa hermandad quedó registrada en el libro Conversaciones con Picasso, escrito por Brassaï.
3. Toma la inspiración de otras disciplinas.
Brassaï vinculaba las artes modernas de la fotografía y el cine con el trabajo de los pintores que reflejaban la vida cotidiana, como Rembrandt van Rijn, Honoré Daumier, Edgar Degas y Henri de Toulouse- Lautrec, decía que los admiraba por su “deseo de ir más allá de lo anecdótico y elevar a sujetos a la dignidad de tipos”. Tal como él los capturaba como personajes de la realidad convertida en ficción.
4. Enámorate de la ciudad que retratas.
Entre la nostalgia y el deseo, en las imágenes de Brassaï hay una pasión por recorrer las calles de la “Ciudad Luz” y revelar todos sus secretos, desde los bajos fondos hasta los placeres ocultos en cada rincón existente entre la Torre Eiffel y el techo de Notre Dame. Lo que Brassaï sentía por París era un amor idealizado por un lugar que se parece tanto al ser humano como al eros como pulsión de vida y erotismo guiado por el instinto de supervivencia y el goce, para ser la cuna de la libertad. La misma libertad que buscaban los refugiados en el período de entreguerras y la misma libertad creativa que condujo a Gyula Halász hasta sus calles perdido entre las páginas de la literatura francesa y su admiración por Proust.
Sus imágenes eran construcciones para detener el tiempo. Brassaï sabía que su vida después de la Segunda Guerra Mundial no sería la misma, pues una de las grandes víctimas de la guerra fue la atractiva, seductora y mítica construcción del estilo de vida en París. Así que, al terminar el romance, dejó la fotografía de calle para dedicarse a la escultura y las letras.
La obra fotográfica del ojo nacido en Brasso cambió la manera de entender la cámara como un lenguaje.
Sus imágenes influenciaron al cine y la construcción del amor; transformó la manera de construir una imagen aprovechando elementos como los espejos característicos de los cafés y bares de la época, tal como lo hicieran Manet y Toulouse Lautrec en la pintura; y nos enseñó que la fotografía puede contar tantas historias como las que resguarde la imaginación del autor.
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