En medio de una sangrienta revolución social y política, una de las más crueles de la historia de la humanidad, con el final de la dinastía de los zares y el comienzo de una nueva forma de vida, surge en Rusia un genio que sigue dando de qué hablar después de más de un siglo de haber nacido: Kazimir Malévich.
Como la mayoría de los artistas de su tiempo, en sus inicios tuvo una fuerte influencia impresionista para evolucionar pronto hacia un primitivismo inspirado en los fauves, semejante al de Fernand Léger. Influenciado (¿obligado?) y perseguido por el gobierno a no hacerlo, se inclinó hacia un nacionalismo pre-revolucionario tomando temáticas y formas de la cultura tradicional y la vida de los campesinos.
Es hacia 1912 cuando en su obra empiezan a aparecer esbozos de un estilo mucho más interesante. Continúa con la temática tradicionalista pero ahora los objetos son reducidos a figuras geométricas; principalmente cilindros y esferas con fuertes colores brillantes y metálicos.
Sería la antesala de su periodo cubo-futurista, en el que se encuentra: “El afilador de cuchillos”, una obra importante que funde la descomposición cubista de los volúmenes con el dinamismo futurista y sus espacios vectoriales y maquínicos. La unión dinámica entre el hombre y la máquina, una yuxtaposición de formas geométricas de vivos colores que sería el principio de la abstracción geométrica al máximo y la economía visual, lo que derivaría en el Suprematismo.
Un ejemplo interesante anterior al Suprematismo es su etapa de pinturas alógicas, que sería la traslación directa de los ideales de la poesía alógica del futurismo ruso. El resultado formal es muy sencillo: la superposición de imágenes naturalistas sobre cubistas sin relación formal o compositiva. Una obra digna de revisar de este periodo es “Vaca y violín”, de 1913.
En 1915 apareció el Manifiesto del Suprematismo, la máxima aportación de Malévich al arte. Por Suprematismo se entiende la supremacía de la sensibilidad pura en las artes figurativas. Es la abstracción llevada al límite posible, es el último eslabón de la síntesis de la forma y el color iniciada con el cubismo.
Se presenta como el nacimiento de una nueva pintura en la que el arte ya no depende de la representación de los objetos de la naturaleza, sino que ‘era un fin en sí’, puro, que no tenía contenido alguno, siendo sólo forma o color.
Los suprematistas explicaban que el reconocimiento figurativo de lo representado en una obra de arte era sólo una distracción para los sentidos; los cuales, sólo deben concentrarse en la manifestación pura de sensibilidad.
Tenía la ambición de encarnar la esencia misma del arte; abandonar todo subjetivismo y emotividad del artista, así como la mimesis naturalista del arte predecesor en aras de una nueva sensibilidad.
Pero, ¿cómo puede materializarse la sensibilidad pura? Planteaban que el único camino para lograrlo era mediante la utilización de una obra que sólo contuviera forma y color. La forma entendida como unidad mínima de composición y la utilización de una economía cromática básica. El artista debía alejarse de la naturaleza, crear una nueva realidad independiente con sus propios conceptos y elementos de definición.
Malévich pensaba que el mundo exterior no era de ninguna utilidad para el artista. La pintura es, entonces, el arte de descubrir analogías visuales para los valores de la conciencia, tanto de experiencias conscientes como inconscientes.
La propuesta formal del Suprematismo se basa en dos elementos básicos: la forma definida en planos geométricos y el color. Donde no existe un punto de fuga o una perspectiva, pues ésta se ubica en el infinito.
Esta situación permite tener dos lecturas del mismo cuadro. Si se coloca en horizontal o en vertical, la composición siempre resulta estática; pero si se rota en diagonal, se convierte en dinámica con el simple hecho de cambiar el punto de vista de cómo se accede a la pintura. Lo estático y lo dinámico, resaltados por el color y la forma, constituían el contenido de la pintura suprematista.
Rodchenko decía al respecto que: “Después de rechazar el objeto y el tema, la pintura sólo se ha de preocupar de las cuestiones que le son propias, las cuales, al desarrollarse, sustituyeren en gran parte al objeto y su interpretación, resultando ambos excluidos de la pintura”1.
En 1918, apareció un pequeño cuadro de 80×80 cm que cambió la historia de la pintura Occidental, y que sería el máximo aporte a la misma por parte de Malévich: “Cuadro blanco sobre blanco”.
Malévich llegó a este cuadro tras un serio y profundo esfuerzo técnico-filosófico; después de recorrer y explorar con los estilos pictóricos más relevantes de su época, hasta llegar a la culminación de un proceso dialéctico entre la abstracción y la figuración.
“El proceso de sublimación de los distintos elementos que aparecen en este cuadro son la cúspide selecta, escogida y depurada de una trasgresión de los límites pictóricos del momento en que la vieron nacer; creándose un antes y un después de su aparición pública en 1918. La frontera figurativa en la que hasta entonces aún el arte abstracto inaugurado por Kandinsky se veía atrapado, fue traspasada en “Cuadro blanco sobre blanco” 3.
Hay varios elementos que se deben tomar en cuenta en esta obra, el concepto del tratamiento de la superficie totalmente plana, en la que por primera vez se trabaja el área total de lienzo por medio de un tratamiento único a base de un pigmento, sin recurrir a ninguna retórica, forma, fondo o figura. En este caso: el límite real de la composición se establece con las dimensiones del lienzo.
Elementos que están en el mismo plano que el fondo, de manera que no existe tal dicotomía, el proyecto se trabaja sobre una superficie única, sin profundidades.
Es una obra mística en la que el autor, por medio del color blanco, busca ahondar en la problemática de la nada y su infinitud. La idea del vacío y del desierto tan relevante en la conciencia suprematista. Se trata de una Nada Heraclitiana que fluye en el devenir espacio-temporal de una superficie-plano relativista sin arriba ni abajo, ni fondo ni perspectiva u objetos que den sensación de profundidad, haciendo de sus puntos un todo nadificado.
“La conciencia en esta superficie-plano sin referencias, en la que el espacio-tiempo confluyen con el movimiento simbolizado por la inclinación del lado del cuadrado, presiente su pureza y grandiosidad sin verse depositada en los objetos de una realidad que la ata a sus sentidos, pudiendo navegar sin cadenas intuitivas en la profundidad de la obra en la que se encuentra así misma a través del goce estético y sublime, coincidiendo el yo con el no-yo del idealismo trascendental fichtiano”4.
Después de este periodo, al considerar que ya no podía llegar más lejos en sus investigaciones estéticas, Malévich abandonó la pintura para dedicarse a la enseñanza y a la escritura y así exponer sus ideas sobre el arte.
Hizo bien en alejarse de esta técnica después de haber condensado y conceptualizado la historia de la pintura Occidental en un solo cuadro; a fin de cuentas, ¿qué más se pudo haber pintado después de un cuadro blanco sobre un fondo blanco?
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1 Martínez Muñoz, Amalia. Arte y Arquitectura del Siglo XX: Vanguardia y Utopía Social.
2 Lococo, Nicola. Comentario al cuadro de Malévich “Blanco sobre blanco”. inútil manual. Deia.com.
3 Op cita.
4 Fue profesor en las academias de Moscú y Vitebsk, en la Escuela Nacional de Artes Aplicadas de Moscú, y dirigió el Instituto para el Estudio de la Cultura Artística de Leningrado.