Cuando se piensa en la riqueza del arte en México la mente viaja inmediatamente en el tiempo y rastrea sin cesar los nombres de Rivera, Orozco y Siqueiros. No está mal, pero eso impide que el conocimiento y la cercanía con lo hecho en este país pierda de vista lo que actualmente se produce en sus suelos, en sus corazones. Lejos estamos quizá de ese periodo esclavista y represor que dio los elementos necesarios para la emergencia del muralismo; sin embargo, esta percepción no frena las posibilidades de seguir haciendo cruces entre el sentimiento mexicano y esta práctica de gran formato.
Liz Rashell es una artista que está para demostrarlo; licenciada en artes visuales y maestra en arte contemporáneo entre otros grandes títulos que embargan su hacer creativo, encontró en su historia personal las arterias suficientes para dar continuidad a la historia del pueblo mexicano y sus representaciones. Con una existencia plenamente marcada por su estancia en Mérida y otros destinos culturales en la nación, creó una metodología que la distinguió tanto en su producción como en su enseñanza – otra faz de sus actividades – .
La pintura de Rashell connota un ávido interés por trabajar con lo que se halle ante su paso, con eso que la emocione o la conmueva en el día a día y una necesidad interna por convertir en experiencia estética sus pensamientos (y los de otros).
Fue así, mediante un encuentro íntimo y de lo extraño durante arduos procesos de crecimiento profesional, que su labor se fue perfilando hasta lo que conocemos hoy bajo su firma: iniciativas y apuestas que procuraran un desarrollo en la industria del arte; pero, sobre todo, una conexión cotidiana entre arte y público, un arte que pudiera soportarse en cualquier espacio, físico o intelectual.
Ahí se efectúa la coyuntura de su trabajo con el surgimiento y paso de la vanguardia más grande en nuestro país; ese carácter propio de la vida pública que aboga por el autorreconocimiento y el aprendizaje de una identidad a veces perdida, a veces endeble, es una herencia directa que se advierte en la revolución visual de Liz.
En dicha empresa, fue que Rashell encontró a lo largo de su camino una enorme cantidad de artistas nacionales o extranjeros, apoyos, patrocinios y festivales que le permitieron desarrollar un paso de la teoría, habitáculo que esta mujer conoce a la perfección, hacia importantes proyectos de arte público. Creaciones que incitan al entendimiento y descubrimiento de la población en que estén insertadas estas obras murales.
De esta manera es que el muralismo desarrollado por Liz Rashell propicia la interacción con la gente, la simpatía con el andar público y el vehículo para mensajes trascendentes en la cultura mexicana. Cancún, el hábitat por excelencia de la artista desde hace varios años, es entonces un sitio en nuestra geografía física que permite a esta creadora el conformar una geografía emocional, del recuerdo y la pasión; le da las facilidades para verlo todo desde la playa y crear un nuevo horizonte.
Liz Rashell forma parte de la selección de Creativos 2016 de Cultura Colectiva, conoce más de su obra en:
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