Se abre el espacio. Algo se mueve. Sólo es posible ver una caja de madera; un contenedor. En éste hay una membrana similar a la piel, sólo que es más rígida y plástica de lo que parece; debajo de ésta hay un silueta convulsiva, un cuerpo atrapado que se retuerce y exalta. Como si fuéramos testigos de una anatomía poco consciente de sus actos, tenemos enfrente un híbrido de humano-animal. Casi como una cría que apenas descubre sus movimientos sobre la faz de la tierra o un objeto que de repente cobró vida y atropella al aire con su brusquedad. En un intento de escapar o de extender su movilidad, es muy probable que ni siquiera esté enterado de que es una figura humana; más específicamente, una mujer.
Con espasmos de asombrosa tenebrosidad, este ser femenino se alza y se violenta, pero debe detenerse, esa pared de falso tejido parece doler. Da la impresión de que transmite dolor. Eso no impide que siga y siga, aun cuando el órgano mande señales de sufrimiento; advierte racionalmente que esta extensión no es propia y esa sensación de extrañeza es normal. Efectivamente, no es algo que le pertenezca, sin embargo, ninguno de nosotros está dispuesto a ayudarle o, por lo menos, a acercarse para rasgar esa prisión que, al parecer, hemos ayudado a construir.
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“La inequidad de género y las presiones sociales con que se vive a diario, particularmente si se ha nacido mujer, son una señal de la degradación que hemos permitido como sociedad”.
Podemos decir que todo lo narrado es un performance, pero también es viable (y necesario) mencionar que dichos movimientos son reales o cotidianos. La artista Martha Mosse retrata en esta producción las formas que adopta el yugo de la sociedad moderna en una caja que pretende privar de muchas libertades a la mujer contemporánea.
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A una corta edad, se dio cuenta de que la inequidad de género y las presiones sociales con que se vive a diario, particularmente si se ha nacido mujer, son una señal de la degradación que hemos permitido como sociedad y el camino perfecto para lo que entendemos como violencia. Fue entonces que en una asimilación personal dentro del feminismo y en un intento de persuasión por hacer evidente lo ocurrido en contra de la figura femenina, su obra siempre se ha basado en la invisibilidad de la mujer.
“Las putas, las solteronas y la perfección son esas ideas que Mosse retoma constantemente con la intención de evidenciar esas etiquetas y el enclaustramiento que se promueve”.
Obviamente no hablamos de una invisibilidad absoluta, sino de aquella tratada en temas específicos y sólo permeable para determinadas actividades; ¿a qué se refiere con esto? A la pérdida obligada de individualidades o rasgos identitarios por parte de una cultura heterosexual dominada por hombres que, entonces, obliga a que nos refiramos hacia el género con base en conceptos cuadrados y roles herméticos.
Las putas, las solteronas y la perfección son esas ideas que Mosse retoma constantemente con la intención de evidenciar esas etiquetas y el enclaustramiento que se promueve; la caja con spandex se mueve así en dicho territorio, en el de la figura que no escapa de una categoría asimilada y el ímpetu que tarde o temprano se cansa del esfuerzo por quebrar sus límites.
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“Todas esas categorías no son reales, son desarrollos de una idea alterada sobre lo que no es posible o inalcanzable”.
Encerrarse en una caja y provocar el impacto entre el público ha sido un ejercicio vital que no pierde vigencia en el mundo que experimentamos; Martha Mosse recurre a la ira y al quiebre que ella considera necesarios para mantener su lucha por desmitificar a la mujer que goza de sexualidad hasta donde sea posible, que se acopla a la soledad o que no obedece a los estándares comerciales de la belleza. Mosse opina que esos discursos deben romperse cueste lo que cueste. Y es claro que tiene razón.
Todas esas categorías no son reales, son desarrollos de una idea alterada sobre lo que no es posible o inalcanzable; son cajones solitarios cuyo diseño segrega a las mujeres que han sido arrojadas en ellos, son apartados que dividen a un cuerpo en específico, el de los hombres y otras mujeres. No son más que deshumanizaciones y objetivaciones que intimidan, lastiman y aíslan; son conceptos que se convierten en una apresadora segunda piel.
Todos deberíamos contribuir a la destrucción de esas cajas…
Para continuar descubriendo esas líneas transversales que promueven el discurso artístico de la liberación femenina, ve a La mujer que te dejó tocar sus genitales para que sintieras vergüenza de ti mismo y El arte de ser mujer y poderte encontrar en la destrucción.