Siempre que hablamos de arte y el Partido Nazi, se hace mención de la pintura que no era digna para la supremacía, de esas obras que fueron catalogadas, expuestas o destruidas por los partidarios de este movimiento. Por ejemplo, todos sabemos de ese momento histórico cuando los alemanes inauguraron el concepto de kunst y lo que conllevaba esa etiqueta de “degeneración” en el mundo de las prácticas artísticas. Aquellas manifestaciones que no convenían a los principios del nacionalsocialismo por sus connotaciones o influencias bolcheviques y judías; muestras suficientes para que los productores de tales piezas fueran despedidos de la docencia o excluidos del panorama.
“¿De dónde venían esos fundamentos de la apreciación para el Führer y sus seguidores?”.
Por otro lado, poca atención se ha puesto en el llamado arte heroico que tanto ensalzaban los alemanes nazi, ése que estaba a favor de las estéticas y los valores que supuestamente proponía el partido. ¿De dónde venían esos fundamentos de la apreciación para el Führer y sus seguidores? ¿Hasta qué puntos podemos rastrear el inicio y la culminación de su entendimiento artístico? Quizá tengamos una percepción equivocada al respecto y reduzcamos la respuesta a ambas preguntas con una idea sesgada de la propaganda; sin embargo, la génesis y razonamiento de esto es más profundo que lo imaginado.
“Podríamos decir vacuamente que la referencia a lo griego durante este encuentro deportivo es obvia, cotidiana y sin sentido, pero en la cultura nazi el recurso no fue así de gratuito”.
Si nos remontamos a la producción griega de la antigüedad y cómo Adriano, el emperador romano, los cardenales del Renacimiento, los caballeros del siglo XVIII y las clases aristocráticas del XIX fueron fascinados por las formas del arte hecho en la cuna de la civilización y la filosofía occidental, podemos ver con claridad un motivo originario para que en la Alemania ultraderechista de 1938 se retomara a esos titanes del pensamiento al momento de lanzar el filme “Olympia”, de Leni Riefenstahl, celebrando la llegada de los Juegos Olímpicos a Berlín.
“Ese magno cuerpo desnudo que posee las glorias de la Grecia clásica marca la posibilidad última de la grandeza en la raza aria”.
Podríamos decir vacuamente que la referencia a lo griego durante este encuentro deportivo es obvia, cotidiana y sin sentido, pero en la cultura nazi el recurso no fue así de gratuito. El documental y sus primeros elementos dan cuenta no sólo de una reminiscencia a los inicios de las pruebas atléticas, sino de las direcciones que imponía la mirada germana sobre la belleza. Con un soundtrack dramático, una prolongada toma de las ruinas en la Acrópolis, una suave vista a las esculturas de alrededor y una sugerida mirada hacia el progreso, el filme conmemorativo cierra su evocación con la figura del Discóbolo.
¿Por qué el hombre lanzador como silueta transitoria del perfecto mármol o el impenetrable bronce a la extraordinaria piel humana? Porque ese magno cuerpo desnudo que posee las glorias de la Grecia clásica marca la posibilidad última de la grandeza en la raza aria.
https://www.youtube.com/watch?v=lLnGqMoNXRI
El Discóbolo era sumamente importante para la perspectiva estética de los alemanes fascistas dada la fascinación personal de Adolf Hitler por esta creación; tanta fue su pasión que el líder imperial adquirió este trabajo justamente en la misma fecha que se llevaban a cabo los juegos en su capital. Obviamente, la compra del Führer fue una réplica, la versión original de la escultura se encuentra perdida desde hace siglos y todo lo que hoy tenemos son copias de la obra de Mirón.
Hitler amaba esta escultura pues él consideraba que ésta retomaba en todo aspecto la enormidad y la excelencia del hombre, de la sociedad, de los alcances políticos y las voluntades de la verdadera humanidad; cuentan que tras haber pertenecido a la familia de los Lancellotti y al Museo Metropolitano en Nueva York, Hitler obtuvo esta pieza por la cantidad de 5 millones de liras. Un precio que el canciller no escatimó en ningún aspecto. Él siempre dijo que este hombre de piedra era un regalo para el pueblo alemán.
“Que ninguno de ustedes deje de visitar la Gliptoteca, allí verán cómo el hombre solía ser de espléndido en cuanto a belleza y cuerpo (…) y se darán cuenta de que podremos hablar de progreso no sólo cuando hayamos alcanzado tal hermosura, sino, posiblemente, cuando le hayamos superado”, fueron sus palabras para excitar a la comunidad germana frente a dicha obra.
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Los años han pasado y el sentido de la estructura ha cambiado –como siempre lo ha hecho–, hoy se encuentra en el Museo Nacional Romano, pero en su momento funcionó a la perfección como un sistema filosófico y visual nazi, el cual se apoderó de todo lo que la Alemania fascista perseguía: la perfección del cuerpo, el color blanco en la piel, la destreza física y el gesto pensante. El Discóbolo fue y probablemente será recordado entre sus múltiples lecturas, el arte preferido por Hitler y el signo magno de la mítica aria. Para continuar con el tema, conoce las 10 obras de arte que se salvaron de ser destruidas por los nazis y la operación para recuperar el arte robado por los nazis.