Existe una película japonesa que después de mirar, en el preciso instante en la que las imágenes dejan de tener coherencia, desencadena una cuenta regresiva de siete días que termina con la muerte del espectador. No importa lo que se haga para evitarlo, después del tiempo estipulado, el conteo hacia atrás significa el fin de la vida.
Recuerdo que al ver la versión americana de ese film sentí un miedo irreconocible, que ligaba en ese tiempo con avances tecnológicos que serían la perdición de la humanidad. Un video que pudiera provocar la muerte me parecía algo siniestramente posible.
Algo similar ocurre, pero de manera inversa, cuando se mira a familiares y amigos que ya han fallecido en videos caseros. Es una sensación de extrañeza al ver cómo se mueven, corren, sonríen o se tratan de esconder para no ser filmados. Es una máquina del tiempo privada, que perpetúa y vuelve fantasmas digitales a nuestros seres queridos. Es por eso que algunas personas, cuando se popularizaron los retratos fotográficos, no querían ser retratadas; presentían que vivirían para siempre en esas imágenes.
Ahora imagina que el ser retratado o filmado implicara la condena a muerte y sólo permanecer a través de esas representaciones. Eso precisamente fue lo que pasó, con los retratos de Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun.
Todos los que posaron para esta bella artista parisina, nacida en 1755, pasaron por la frialdad inclemente de la guillotina en la Revolución Francesa.
Vigée Le Brun fue una niña genio: a los 16 años pintaba prodigiosamente y de manera profesional, lo que la llevó a ser la primera mujer aceptada en la Academia Francesa.
A los 23 años fue invitada a Versalles a pintar a María Antonieta, quien tenía la misma edad que ella. Era 1779 y la joven aristócrata la aceptó de inmediato en su círculo más íntimo.
En total, la pintora realizó 30 cuadros de María Antonia Josefa Juana de Habsburgo-Lorena. La imagen popular que existe de la archiduquesa de Austria se debe a las pinturas de Vigée Le Brun. Y, más recientemente, a su combinación con la imagen de Kirsten Dunst, protagonista de la película ‘María Antonieta’ de 2006.
Dentro de ese círculo privilegiado, donde conoció a toda la clase alta de París, la retratista se convirtió en la más famosa y solicitada de su época. Conoció todos los chismes del medio y fue parte de ellos, al lado de María Antonieta.
Entonces llegaron las luchas en nombre de la libertad, la igualdad y la hermandad. La familia real fue arrestada, los aristócratas fueron llevados a la guillotina; mientras Vigée Le Brun cruzaba la frontera rumbo a Italia, a Austria y finalmente a Rusia.
Uno puede imaginar el estrépito revolucionario buscando a cada persona en su palacio, con una rabia contenida por años de maltratos y el olvido económico en el que se les tuvo.
Uno puede imaginar los mismos rostros que cuidadosamente fueron pintados, desfigurarse de terror al saber su destino terminado y presentir que la única imagen de ellos sería un retrato exhibido en algún museo del mundo cientos de años después.
Entonces, alguien se detendría a mirar la pintura y pensaría que sus ojos se veían notablemente nublados por un hecho presagiado alrededor de su iris.
Después de 660 retratos y 200 paisajes, Marie Louise Élisabeth Vigée Lebrun regresó a París, donde murió en 1842, reconocida como la artista femenina más importante del siglo XVIII.
Al escribir esta nota, imagino las fotos que me han tomado, los videos en que he sido captado y temblando trato de no pensar que esas reproducciones digitales fueron el presagio de una muerte profundamente triste o terrorífica que alguien más descifrará.
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Puedes conocer más de la estética visual de la película “María Antonieta” para adentrarte en la poética de Sofia Coppola, su directora. También puedes conocer a ‘La reina decadente que se quitó la ropa interior y comenzó la liberación femenina’.
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