Afuera de mi puerta, encuentro enormes pilas de excremento.
Desde aquellos que se atiborran de uvas o toman una purga.
No pudieron encontrar un mejor lugar para vaciar sus entrañas.
Miguel Ángel
Si hay que hablar de uno de los grandes maestros del Renacimiento, sin duda, a la par de Leonardo da Vinci se encuentra el gran manierista Miguel Ángel Buonarroti. El mármol era un trabajo duro, ruidoso y sucio, pero Miguel Ángel sabía apreciar la piedra, ver cada marca, hacer ajustes en los ángulos con el cincel para que todo fluyera a la perfección y lograra traer a la vida esculturas maravillosas. La pintura no se quedó atrás, pues con personajes por demás musculosos, Miguel Ángel trajo a la vida una nueva corriente artística en la que lo importante era ver los movimientos, los músculos contorsionarse para hacer del cuadro uno mucho más dinámico y con más fuerza.
Escultor, arquitecto, pintor y poeta, uno de los más prolíficos artistas de todos los tiempos. Su padre, Ludovico, era un oficial florentino y el gobernador local de las pequeñas ciudades de Caprese. Se opuso al trabajo de su hijo, pero con el tiempo aceptó que la vocación del artista era traer a la vida esas obras que hasta ahora recordamos. Desde pequeño fue complicado, su madre falleció cuando él tenía 6 años y desde ese momento, su soledad formó en él un carácter reacio, hosco y huraño.
Las cartas de Buonarroti y sus poemas dedicados a sus parejas nos hacen pensar que era homosexual. Identidad que trataba de ocultar bajo ideas y teorías neoplatónicas del amor. “Sólo me quedo ardiendo en la oscuridad cuando el sol me despojó del mundo de sus rayos: y después que los otros hombres toman su placer, yo lo hago llorar, postrado en el suelo, lamentándose y llorando”.
Al principio, Miguel Ángel amaba su pasión con desesperación, después odió convertirse en el mejor pintor de esa época, se despreció, vio con tristeza el pasado de su vida y en lo que se había convertido. Conocía a los Médici gracias a su madre y tuvo contacto con los hombres más sabios del siglo. Tuvo una educación basada en los más grandes filósofos como Platón, Aristóteles, Virgilio y Séneca, tenía una memoria tenaz; vivió casi hasta los 90 años, por lo que su obra es una de las más completas y maduras de la historia del arte, pero su vida es también una de las más tristes.
Huérfano desde pequeño, atormentado por un Trastorno Obsesivo Compulsivo del que muchos biógrafos hablan, mismo que le hacía nunca quitarse las botas ni siquiera para dormir (otros biógrafos aseguran que se trataba del Síndrome de Asperger), una vida en la que la homosexualidad vibrante del pintor era prohibida, sin amigos, sin familia, acusado por otros pintores, odiado por el resto, enfermo de los riñones y con un dolor en las piernas que intentaba postrarlo en su cama sin lograrlo nunca.
Miguel Ángel siempre supo que era un genio. Detestaba la adulación y maltrataba a todos (muchos aseguran que por su Trastorno Obsesivo-Compulsivo). Los pontífices lo odiaban, pero perdonaban su conducta cuando necesitaban de su arte para engrandecer o embellecer alguna iglesia, catedral o hasta el Vaticano.
Vivió hasta casi los 90 años, pero su existencia no estuvo plagada de reconocimientos y fama, sino más bien de peleas incontrolables con otros pintores y problemas renales que sufrió hasta la muerte. Artritis gotosa, piedras en los riñones. Miguel Ángel sufría, pero su dolor lo hacía fuerte, listo para conocer sus fluidos: “Ho imparato a conocscere le urine” (He aprendido a conocer la orina). Seguramente había sido envenenado por el plomo que tenían las pinturas y las dietas de pan y vino complicaban la situación aún más.
Se convirtió en uno de los artistas más admirados, estaba poseso de crear más y más, casi nunca dormía, pero su pasión no necesitaba reposo. Pietro Aretino, poeta satírico de la época, hizo correr el rumor de que el artista era homosexual. Todos conocían su carácter reacio, modales bruscos y la extraña manera en la que vivía para ser el artista mejor pagado de esa época: sólo tenía una cama sencilla, una silla y una túnica antigua.
La sexualidad del pintor no importó mucho, sólo los magníficos trazos que era capaz de trazar. Cuando pintó la Capilla Sixtina, despidió a todos los estudiantes, porque, aseguraba, ninguno cumplía con sus exigencias. Buscaba crear obras verdaderamente monumentales.
Puso todo su empeño y esfuerzo en pintar la capilla boca arriba todo el tiempo, le trajo periodos de vista cansada en los que el pintor no era capaz de leer una carta o un libro si no se encontraba en esa postura. Dormía muy poco, obsesionado por crear más, un trazo más, una cincelada extra, se levantaba por las noches, tomaba el cincel y se ponía un sombrero de cartón para colocar sobre él una vela encendida que iluminara lo que intentaba ver. Dormía completamente vestido y al otro día, en lugar de cambiarse de ropa, simplemente se levantaba para seguir trabajando.
Cuando pintó “El juicio final”, a los 65 años, cayó de un andamio y se lastimó una pierna, pero no quiso que nadie lo atendiera, el pintor intentaba seguir su vida con normalidad, sufría a diario hasta que Baccio, excelente médico, se compadeció de él y fue a cuidarlo hasta su casa.
Miguel Ángel estaba deprimido, tal vez como otra consecuencia de la intoxicación con plomo: “Después de cuatro años tortuosos y más de 400 figuras del tamaño de la vida, me sentí tan viejo y cansado como Jeremías. Yo sólo tenía 37 años, pero los amigos no reconocían al hombre viejo en que me había convertido” es por eso que se autorretrató como el viejo profeta en la Capilla Sixtina. Pintó y esculpió hasta que no pudo más: “Ya a los 16 años, mi mente era un campo de batalla: mi amor por la belleza pagana, el desnudo masculino, en guerra con mi fe religiosa. Una polaridad de temas y formas, una espiritual y la otra terrenal”. El pintor murió consumido por una fiebre lenta en su hogar.
No sólo Miguel Ángel vivió una vida llena de obsesiones y tristezas, otros pintores también hicieron de su pintura para escapar de sus trastornos y problemas mentales: van Gogh, Munch, Goya o Carrington son ejemplo de algunos artistas que hicieron de su obra la manera de salir del embrujo de su mente.
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