“…una persona empieza por ceder en las pequeñas cosas y acaba por perder todo el sentido de la vida”.
José Saramago
Perdido en los párrafos que carecen de signos de puntuación, aquel que ha leído a Saramago encuentra lo peor de la humanidad. Basta que una epidemia de ceguera pervierta la moralidad del ser humano para entender que nuestros instintos más bajos siguen latentes y sólo esperan la ocasión y el pretexto para hacerse presentes. La oscuridad láctea sirve como argumento para que Ensayo sobre la ceguera cuente aquellos detalles del comportamiento humano que nos atan a nuestra propia libertad e instinto animal por igual. Sin embargo, es entre esa gran masa pervertida y egoísta que encontramos rayos de esperanza y verdadera humanidad. Hombres y mujeres anónimos, porque de qué sirve el nombre si puede ser cualquiera de nosotros, que nos recuerdan que no hay luz sin oscuridad. La literatura de Saramago no habla de lo jodido del mundo, sino que aún en la pestilencia, hay olor a jazmín.
La poesía del escritor portugués mantiene su franqueza pero examina sólo el jardín de flores. Con un estilo directo, sin miramientos de llamar las cosas por su nombre y con total sinceridad -que le valió críticas y enemigos por sus columnas en El País- Saramago describe aquellos detalles que le dan sentido a la vida. Sea amor, amistad, esperanza o la vida en sí, el Premio Nobel tiene el tacto para despertar en el lector una sensibilidad que permite curar viejas heridas, levantar la vista y dar el suspiro que antecede un gran paso en la vida. Son pequeñas palabras de aliento a aquella alma atormentada, deprimida y con pocas expectativas del mañana, provenientes de un escritor que aún en la guerra y la barbarie, se detuvo a mirar las flores del jardín.
Pues el tiempo no para
Fotografía de: Laura Makabresku
Pues el tiempo no para, poco importa
Que los días vividos nos acerquen
El vaso de agua amarga colocado
Donde la sed de vida se exaspera.
No contemos los días que pasaron:
Fue hoy cuando nacimos, sólo ahora
La vida ha comenzado, y, lejos aún,
La muerte ha de cansarse en nuestra espera.
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Enigma
Un nuevo ser me nace a cada hora.
El que fui, ya lo he olvidado. El que seré
No guardará del que soy ahora
Sino el cumplimiento de cuanto sé.
Regla
Tan poco damos cuando sólo mucho
En la cama o la mesa ponemos de nosotros:
Hay que dar sin medida, como el sol,
Imagen rigurosa de lo que somos.
Catorce de junio
Cerremos esta puerta.
Lentas, despacio, que nuestras ropas caigan
Como de sí mismos se desnudarían dioses.
Y nosotros lo somos, aunque humanos.
Es nada lo que nos ha sido dado.
No hablemos pues, sólo suspiremos
Porque el tiempo nos mira.
Alguien habrá creado antes de ti el sol,
Y la luna, y el cometa, el espacio negro,
Las estrellas infinitas.
Ahora juntos, ¿qué haremos? Sea el mundo
Como barco en el mar, o pan en la mesa,
O el rumoroso lecho.
No se alejó el tiempo, no se fue. Asiste y quiere.
Su mirada aguda ya era una pregunta
A la primera palabra que decimos:
Todo.
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En el corazón, quizá
En el corazón, quizá, o más exacto:
Una herida rasgada con navaja,
Por donde se va la vida mal gastada,
Con total conciencia nos apuñala.
El desear, el querer, el no bastar,
Equivocada búsqueda de la razón
Que el azar de ser nos justifique,
Es eso lo que duele, quizá en el corazón.
Inventario
Fotografía de: Laura Makabresku
De qué sedas están hechos tus dedos,
De qué marfil tus muslos lisos,
De qué alturas llegó a tu andar
La gracia de gamuza con que pisas.
De qué moras maduras se extrajo
El sabor acidulado de tu seno,
De qué Indias el bambú de tu cintura.
El oro de tus ojos, de dónde vino.
A qué mecer de ola vas a buscar
La línea serpentina de tus caderas,
De dónde nace la frescura de esa fuente
Que sale de tu boca cuando ríes.
De qué bosques marinos se soltó
La hoja de coral de tus puertas,
Qué perfume te anuncia cuando vienes
A rodearme de deseo las horas muertas.
Probablemente alegría
Fotografía de: Laura Makabresku
En la isla a veces habitada de lo que somos,
hay noches, mañanas y madrugadas en que no necesitamos morir.
En ese momento sabemos todo lo que fue y será.
El mundo se nos aparece explicado definitivamente y
entra en nosotros una gran serenidad, y
se dicen las palabras que la significan.
Levantamos un puñado de tierra y la apretamos en las manos.
Con dulzura.
Allí está toda la verdad soportable:
el contorno, la voluntad y los límites.
Podemos en ese momento decir que somos libres,
con la paz y con la sonrisa de quien se reconoce
y viajó alrededor del mundo infatigable,
porque mordió el alma hasta sus huesos.
Liberemos sin apuro la tierra
donde ocurren milagros como el agua, la piedra y la raíz.
Cada uno de nosotros es en este momento la vida.
Que eso nos baste.
Laberinto
Fotografía de: Laura Makabresku
En mí te pierdo, aparición nocturna,
En este bosque de engaños, en esta ausencia,
En la neblina gris de la distancia,
En el largo pasillo de puertas falsas.
De todo se hace nada, y esa nada
De un cuerpo vivo enseguida se puebla,
Como islas del sueño que entre la bruma
Flotan, en la memoria que regresa.
En mí te pierdo, digo, cuando la noche
Sobre la boca viene a colocar el sello
Del enigma que, dicho, resucita
Y se envuelve en los humos del secreto.
En vueltas y revueltas que me ensombrecen,
En el ciego palpar con los ojos abiertos,
¿Cuál es del laberinto la gran puerta,
Dónde el haz de sol, los pasos juntos?
En mí te pierdo, insisto, en mí te huyo,
En mí el cristal se funde, se hace pedazos,
Mas cuando el cuerpo cansado se quiebra
En ti me venzo y salvo, en ti me encuentro.
Integral
Por un segundo, sólo, no ser yo:
Ser bicho, piedra, sol, u otro hombre,
Dejar de ver el mundo desde esta altura,
Pesar el mas y el menos de otra vida.
Por un segundo, sólo, otros ojos,
Otra forma de ser y de pensar,
Olvidar cuanto sé, de la memoria
Nada dejar, ni el saberlo perdida.
Por un segundo, sólo, otra sombra,
Otro perfil en el muro que separa,
Gritar con otra voz otra amargura,
Cambiar por muerte la muerte prometida.
Por un segundo, sólo, encontrar
En tu cuerpo mudado el cuerpo mío,
Por un segundo, sólo, y no más:
Por desearte más, ya conocida.
¿Cuántos años tengo?
Fotografía de: Laura Makabresku
¿Qué cuantos años tengo?
¡Qué importa eso! ¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo:
Gritar sin miedo lo que pienso…
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso, o lo desconocido…
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo,
y otras que “estoy en el apogeo”.
Pero no es la edad que tengo,
ni lo que la gente dice, sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos,
rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograras! ¡Estás muy viejo, ya no podrás!
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños se empiezan a acariciar con los dedos, las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada, ansiosa de consumirse
en el fuego de una pasión deseada y otras…
es un remanso de paz, como el atardecer en la playa.
¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados, mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas…
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cuarenta, cincuenta o más!
Pues lo que importa: ¡Es la edad que asiento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo, la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos.
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso a quién le importa!
Tengo los años necesarios para perder el miedo
y hacer lo que quiero y siento.
Qué importa cuántos año,
¿cuántos tengo, o cuántos espero?
Si con los años que tengo…
¡Aprendí a querer lo necesario y a tomar sólo lo bueno!
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