«Las cartas de amor, si hay amor,
tienen que ser
ridículas.
Pero, al fin y al cabo,
sólo las criaturas que no escribieron cartas de amor
sí que son
ridículas.»
Álvaro de Campos (Fernando Pessoa)
Redactar una carta de amor se trata de un ejercicio en el que, de acuerdo con Patricia Violi en La intimidad de la ausencia, «la presencia real del uno tan solo [sic] puede acompañarse de la reconstrucción imaginaria del otro, en un tiempo y lugar distintos».
Podremos no ser grandes poetas o dramaturgos que escriban poemas y novelas dedicadas a nuestros grandes amores, pero si algo hay en común entre esos escritores y aquellos que no lo hacemos de manera profesional es que ambos, cuando se trata de cartas de amor, evocamos el amor que sentimos desde lo más profundo del corazón.
En ese sentido, cuando queremos hacerle saber a nuestra pareja con una carta todo lo que nos hace sentir, escribirla puede mover todo un cúmulo de emociones, desde sentir bonito, querer llorar y por supuesto, sentirse ridículo —como lo expresa Pessoa—. Ese sentimiento de ridiculez tan sólo viene de un lugar de vulnerabilidad.
Escribir una carta de amor representa abrirse y exponerse frente al otro. Involucra bastante confianza en el otro, tanto de ser correspondido, como que ese momento de vulnerabilidad no será utilizado para mal. Al tiempo que las cartas de amor a la vieja usanza sin duda dejan un registro escrito para la posteridad no sólo de lo que sentimos por alguien más, sino de la persona que éramos y lo que nos estaba ocurriendo.
Inspírate en los sentimientos de estos escritores y sus cartas de amor, que pueden ser muy útiles en especial cuando resulta difícil encontrar las palabras más apropiadas para expresar lo que sientes:
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Juan Rulfo a Clara Aparicio
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye.
Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba.
Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua. Clara: corazón, rosa, amor…
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada. ¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara?
He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde… y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río…
Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre
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Jean Paul Sartre a Simone de Beauvoir
Intenta entenderme: te quiero mientras presto atención a las cosas que pasan. En Toulouse simplemente te quise. Esta noche te quiero en una tarde de primavera. Te quiero con la ventana abierta. Eres mía y las cosas son mías y mi amor altera las cosas a mi alrededor y las cosas a mi alrededor alteran mi amor.
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Julio Cortázar a Edith Aron
Querida Edith: No sé si se acuerda todavía del largo, flaco, feo y aburrido compañero que usted aceptó para pasear muchas veces por París, para ir a escuchar Bach a la Sala del Conservatorio, para ver un eclipse de luna en el Parvis de Notre Dame, para botar al Sena un barquito de papel, para prestarle un pulóver verde (que todavía guarda su perfume, aunque los sentidos no lo perciban).
Yo soy otra vez ése, el hombre que le dijo, al despedirse de usted delante del Flore, que volvería a París en dos años. Voy a volver antes, estaré allí en noviembre. […] Pienso en el gusto de volverla a encontrar, y al mismo tiempo tengo un poco de miedo de que usted esté ya muy cambiada, […] de que no le divierta la posibilidad de verme. […] Por eso le pido desde ahora y se lo pido por escrito porque me es más fácil […] que si usted está ya en un orden satisfactorio de cosas, si no necesita este pedazo de pasado que soy yo, me lo diga sin rodeos. […] Sería mucho peor disimular un aburrimiento. […] Me gustaría que siga siendo brusca, complicada, irónica, entusiasta, y que un día yo pueda prestarle otro pulóver.
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Juliette Drouet a Victor Hugo
Buenos días, buen año, buena salud, buen amor, todo lo bueno para ti, mi amado, mi alegría, mi gloria, mi apoyo, mi vida, buenos días. ¿Cómo has pasado la noche, mi pobre adorado? Temo que la tormenta no te haya dejado dormir, y me preocupo con el recuerdo de mi amada y preciada carta que no he tenido la paciencia ni la valentía de esperar hasta esta mañana.
Primero atormentada por la duda de si habías podido acordarte y escribirla. Me informé a través de Suzanne ayer por la tarde y, luego, ya segura de mi felicidad, quise disfrutar de mi gozo en seguida y qué bien hice porque gracias a ello he pasado una noche de felicidad y contento inexplicable, en lugar de pasar una noche abominable escuchando las quejas del viento y las divagaciones de la noche.
Gracias, mi estimado y adorado amado, gracias por haber permanecido aun cuando te estaban esperando en casa con impaciencia, gracias por tu adorable carta que leo y releo con los ojos del alma y que beso una y otra vez. Gracias en el nombre de nuestros dos ángeles, gracias en el nombre de mi amor, gracias en el nombre de nuestros veintiocho años de felicidad, gracias en el nombre de lo que tú significas para mí corazón, te adoro. Te ruego que me perdones por mi malicia de ayer, por no haberte hecho partícipe de mi pobre y vergonzoso día, quería ver si te acordarías por ti mismo, como si pudieras estar en todo, y me puse tan triste al ver que te olvidabas, que no osé recordártelo.
Fui bien castigada por los remordimientos que me reconcomían y, sobre todo, por el arrepentimiento de no haber aprovechado la ocasión de acercarme a ti por las buenas o por las malas. Perdóname, mi adorado, porque eso también es amor; amor celoso, malicioso, enfermo, pero al fin y al cabo, amor.
Esta mañana soy tan buena como tu estimada carta, y podría morir en este estado de gracia de amor porque nunca te he amado tanto y tan ardientemente como en este momento.
Juliette
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Pablo Neruda a Matilde Urrutia
Hoy es el sábado 28 y he amanecido sin tus pies. Fue así. Me desperté y toqué al fin de la cama una cosa durita que resultó ser la almohada, pero después de muchas ilusiones mías. El hijo de nuestra tía se portó indiferente, me esperaba un auto (del impresor) y marché raudo. Tu hijo será gordo y maravilloso, tendrá 180 páginas. Y tendrá dibujitos en la frente y trasero.
Bueno, parece que mi tía no quiere que vuelva a Italia y debes preparar tu viaje, pero con calma, como cuando comemos. Hasta ahora es así. No sé si en el día se cambiarán las cosas. Esta mañana me llevaron a un sitio con una tina blanca, no comprendí al principio, pero me metí, con miedo de disolverme. Había una gran toalla, qué pérdida de trapo, en S. Angelo se hubiera cortado en 12 y hubiera servido hasta junio 1953. Cuando me levanté y abrí a la camarera vi que me faltaba una parte de pyjama [sic] que según me dicen se llama pantalón. Es así: [dibujo de un pantalón.]
Patoja mía estoy contento, soy como un soldado con su retaguardia segura. No me importa el fuego. No sé si estoy aun con mar o agua de Patoja, todo mi cuerpo está saturado de tí. Eres parte de mí, como la pirinola de su cane, sólo que tengo pirinolas tuyas hasta en el alma. Recién me llaman, esta tarde te escribiré de nuevo, acumularé todo el día besos para todo tu cuerpo que es interminable para mí, aunque la vida me la pasaré besándolo no lo terminaré de besar.
Desperté a las 6 ½ a las 8 estaba vestido, son las 9 salgo a los tickets.
Hay algo más importante que tu y que yo, somos tu y yo. Juntos somos lo que la pobre gente no alcanza jamás, el cielo en la tierra. Te aprieto a mi corazón, amor mío, con cuerpo, alma y amor.
Tuyo
Tu capitán
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Fragmento de Zelda Fitzgerald a Scott Fitzgerald
Goofy, cariño, ¿a que ha sido un día precioso? Me desperté esta mañana y vi el sol como un regalo de cumpleaños en mi mesa, así que lo abrí y revolotearon en el aire un montón de cosas preciosas: amor a Doo-do y la sensación recordada del roce fresco de la piel del uno en la del otro en otras mañanas como una maestra. Y telefoneaste y dijiste que había escrito algo que te gustaba, por lo que no creo que haya sentido nunca mayor dicha. La luna desaparece en las montañas como un centavo perdido y los campos son negros y acres y deseo que estés para poder acariciarte en la quietud otoñal aún un poco como el último eco del verano. El horizonte se extiende sobre la carretera a Lausana y los campos suculentos como una guillotina y la luna sangra sobre el agua y no estás tan lejos que no pueda oler tu cabello en la brisa secante. Cariño, me gustan estas noches aterciopeladas. Nunca he podido determinar si la noche era un amargo […] o un patrón espléndido, ni si te amo más en los eternos amaneceres clásicos en que se funde con el día, en la plena fanfarria religiosa de medianoche o tal vez en la plenitud del mediodía. De todos modos, te quiero muchísimo y me telefoneaste porque sí esta noche. Caminé por los cables telefónicos dos horas después aguantando tu amor como un parasol para mantener el equilibrio. Cariño mío.
[…]
Cariño. ¿Te sientes quizá sin rumbo, sorprendido, mirando bastante acusador que no llegue a ocurrir ningún melodrama cuando acabes la obra, como si hubieras cabalgado contra viento y marea con un mensaje para salvar a tu ejército y te encontraras con que el enemigo ha decidido no atacar (tal como te sientes a veces), o eres un niñito precioso con una fiesta a media semana (tal como eres a veces), o estás organizando, dinámico, y arreglando las cosas, como siempre?
Te quiero como eres siempre.
Buenas noches,
Cariño,
Cariño mío cariño cariño cariño cariño
cariño mío cariño cariño cariño cariño
cariño cariño cariño cariño
cariño cariño cariño cariño
cariño cariño cariño cariño
cariño cariño cariño cariño
cariño cariño cariño cariño
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De Scott Fitzgerald a Zelda
Tú y yo hemos pasado momentos maravillosos en el pasado, y el futuro aún está cargado de posibilidades si levantas la moral y procuras creerlo. El mundo exterior, la situación política, etcétera, siguen siendo oscuros e influyen en todos directamente, y es inevitable que te afecten indirectamente a ti, pero procura distanciarte de todo ello mediante alguna forma de higiene mental, inventándola, si es necesario.
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Henry Miller a Anaïs Nin
Queridísima Anaïs:
Tienes un sentido del humor delicioso; lo adoro. Quiero verte reír siempre. Te lo mereces. He pensado en sitios a donde deberíamos ir juntos, sitios oscuros, aquí y allí, en París, por el simple hecho de decir “Aquí vine con Anaïs”, “Aquí comimos, bailamos o nos emborrachamos juntos”.
¡Ay, verte borracha alguna vez, qué privilegio!, casi me da miedo de proponértelo; pero Anais, cuando pienso cómo aprietas contra mí, cuán ansiosamente abres las piernas y qué húmeda estás, Dios, me vuelvo loco de pensar en cómo serías cuando todo se disuelve. Ayer pensé en ti, en cómo ciñes las piernas en torno a mí, de pie, en cómo se tambalea la habitación, en cómo caigo sobre ti en la oscuridad sin saber nada. Y me estremecí y gemí de placer.
Pienso que si he de pasar todo el fin de semana sin verte, resultará intolerable. Si es preciso, iré a Versalles el domingo – lo que sea, pero he de verte. No temas tratarme con frialdad. Me bastará con estar cerca de ti, con mirarte admirado. Te quiero, eso es todo.
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Gustave Flaubert a Louise Colet
Te cubriré de amor la próxima vez que nos veamos, con caricias, con éxtasis. Quiero morderte con todas las alegrías de la carne, hasta que desfallezcas y mueras. Quiero dejarte atónita, que te confieses que nunca habías soñado de semejantes trances… Cuando seas vieja, quiero que te acuerdes de esas pocas horas, quiero que tus huesos secos se estremezcan con alegría cuando pienses en ello.
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Honoré de Balzac a Eva Hanska
Mi amado ángel,
Estoy loco por ti: no puedo unir dos ideas sin que tú te interpongas entre ellas. Ya no puedo pensar en nada diferente a ti. A pesar de mí, mi imaginación me lleva a pensar en ti. Te agarro, te beso, te acaricio, mil de las más amorosas caricias se apoderan de mí.
En cuanto a mi corazón, ahí estarás muy presente. Tengo una deliciosa sensación de ti allí. Pero mi Dios, ¿qué será de mí ahora que me has privado de la razón? Esta es una manía que, esta mañana, me aterroriza.
Me pongo de pie y me digo a mí mismo: “Me voy para allá”. Luego me siento de nuevo, movido por la responsabilidad. Ahí hay un conflicto miedoso. Esto no es vida. Nunca antes había sido así. Tú lo has devorado todo.
Me siento tonto y feliz tan pronto pienso en ti. Giro en un sueño delicioso en el que en un instante se viven mil años. ¡Qué situación tan horrible!
Estoy abrumado por el amor, sintiendo amor en cada poro, viviendo solo por amor, y viendo cómo me consumen los sufrimientos, atrapado en mil hilos de telaraña.
O, mi querida Eva, no lo sabías. Levanté tu carta. Está frente a mí y te hablo como si estuvieras acá. Te veo, como te vi ayer, hermosa, asombrosamente hermosa.
Ayer, durante toda la tarde, me dije a mí mismo: “¡Es mía!”. Ah, ¡los ángeles no están tan felices en el paraíso como yo lo estaba ayer!
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Las cartas de amor, como el sentimiento mismo, pueden tener distintas connotaciones. Algunas realzan el sentimiento de nostalgia por la otra persona, el deseo sexual o la alegría que la relación de pareja provoca. La expresión del amor a veces está conjunta con el relato del día y muchas otras hacen referencia a otros sucesos que tan sólo el emisor y receptor conocen. Sin embargo, en ocasiones ahí radica lo bello de las cartas, si bien cualquiera podría hacerse de ellas y leerlas en la posteridad, aún quedan sujetas a un código que la mayoría de las veces sólo los involucrados conocerán.
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