¿Será que las artes sólo son una manera de justificar una vida de mentiras? Tal vez el siguiente cuento de Irving Flores lo confirma.
DE BOHEMIOS Y TONTERÍAS
John Manzur era el apodo artístico, como solía decir, de Jonathan Meléndez. Nadie, o casi nadie, lo recuerda por su nombre real, pese a que lo sabíamos, simplemente omitíamos el asunto.
John Manzur se llamaba, nadie colocaba en tela de juicio eso.
Realmente no sabría cómo describirlo; lo más cercano a su imagen sería la de un francés de esos de películas viejas de romance. Vestía muy seguido una boina en la cabeza, parecía una chimenea fumando un cigarro que aseguraba mandaba a traer sólo para él y siempre lo acompañaba un bigote de esos largos y extravagantes. En algunas ocasiones vestía una bufanda pese al calor más hijo de la chingada; cuando alguien le cuestionaba sencillamente respondía: “lo siento, pero yo estoy acostumbrado a usarla cuando se me antoja la gana”.
Me acabo de dar cuenta de que lo describir como un francés, pero en realidad el gran mito de John no incluye ese país, para nada.
John manifestó siempre haber pasado gran parte de su vida, nunca definía los años exactos, en Barcelona, algunas veces en lujosas casas y otras durmiendo en la calle. Ganaba su vida como mesero, pintor, crítico de arte y hasta de peluquero. Cada historia más extraña que la otra, a veces con incongruencias entre ellas. Las primeras veces que las escuché, no dada crédito a ninguna de ellas e inmediatamente lo taché de mentiroso; pero con el tiempo me vi envuelto en su forma de contarlas, en la convicción y las pinceladas de surrealismo en cada cuadro de historia. Empecé a dar crédito a cada palabra.
“Los que dudan de mis historias —enfatizó en algún momento— son aquellos que la misma vida se ha encargado de cerrarles la cabeza. ¡Insensatos! Sencillamente bola de envidiosos, nunca han salido de su cascarón y se atreven a cuestionarme”.
Sus insultos nunca eran palabras soeces; según su filosofía, el lenguaje tiene más variantes para insultar en palabras agradables y se debe aprovechar eso. En fin, realmente este personaje era todo un hombre de mundo, rodeado de un misticismo embriagador y un baúl de historias sin fin. No podía faltar en alguna salida a beber, pues nadie como él para hacer ambiente. Era la compañía perfecta de baile de todas las mujeres de nuestro entorno, se sabía mover muy bien el desgraciado; tampoco faltaba en eventos de cultura y teatro, siempre daba su crítica a partir de su experiencia en el extranjero. Era todo un mito, una deidad en su círculo social y admirado por todos. De eso nadie tenía la menor duda. Yo era parte de esos que lo idolatraban.
Pese a todo esto, nadie conocía su casa, su trabajo o algún familiar. Como ya dije, eran detalles que no nos importaban y considerábamos parte de su encanto, incluso el mismo John siempre encontraba alguna explicación si alguien le preguntaba.
“Mi único hogar está allá, oh, mi lejana Barcelona, así que no me pregunten más, que hoy me pueden ver y cuando menos sientan no estaré. Les diré algo, es bueno tener un lugar al cual llamar hogar, pero jamás olviden que viven en este mundo y que es su deber recorrerlo”.
Una frase inspiradora y una buena forma de decirnos que no nos metiéramos en sus asuntos. Este fue el John que yo conocí, con el que bebí un par de copas y filosofé sobre la vida, las artes y la belleza oculta a los ojos incrédulos. Incluso, creo que mis palabras se quedan cortas para este personaje, este bohemio enamorado de la vida y de su Barcelona.
Como ya expliqué, nadie conocía realmente algo más íntimo de este sujeto y a nadie le importaba. Llegaba a los lugares casi como si ya supiera que todos lo esperaban. Algunas veces cargaba un viejo teléfono celular, pero a veces no, sencillamente para contactarlo bastaba con saber dónde era la próxima fiesta o evento al cual le gustaría asistir.
Pero un día quise saber un poco más. No entiendo qué me motivó a hacerlo, pero esperé muy cuidadoso la oportunidad para ello. Lo único que deseaba era conocer una verdad más allá de la historia, del mito. Algunos dirán que fue envidia, otros que celos y algunos que nada más eran deseos reprimidos. La verdad no me importa. Puede ser todo y nada. Recuerdo que lo planeé basándome en el conocimiento que poseía de John y de observarlo alrededor de un mes. Pese a ser un personaje muy errático, me fue posible detectar algunos patrones de rutina, los cuales sirvieron para mis intenciones.
No quiero hacer un listado inútil de las cosas que descubrí, creo que sería distraerlos de lo que realmente deseo contar. El único que deben saber fue el principal: John llegaba y salía de los lugares en taxi y, por alguna extraña razón, nunca después de la una de la madrugada. Esto les puede parecer irrelevante, seguro conocen a muchos que lo hacen y no es sospechoso. Pero si le suman todo lo relatado sobre esta persona, creo que pueden visualizar por qué resaltó para mí.
Una vez determinado esto, no tuve más que esperar un evento que contribuyera a que John tuviese que irse un poco más temprano de lo habitual, ya sea por el día de la semana o sencillamente porque el evento no daba para otras actividades. Nada como una exhibición de películas extranjeras para lograr el cometido. Le pagué una buena cantidad de dinero a un taxista e inventé una historia exagerada sobre detalles que ya ni me acuerdo. El taxista estaría afuera esperando y observando cualquier otra persona que se subiera a otro, sobre todo con las características que yo había descrito.
Más o menos el plan fue esperar a que llegara al evento, observarlo detenidamente cuando se fuera e inmediatamente darme a la persecución. Una tontería ahora que lo pienso, pero resultó. John compartió su crítica luego del evento y se retiró. Estuve observando sus pasos hasta que se subió a un taxi, no vi si le hizo parada antes o ya estaba ahí. Inmediatamente corrí al mío y, como si fuese de película de esas tontas, le dije que siguiera al otro vehículo.
El resto se lo pueden imaginar, un momento tenso y emocionante mientras nos encontrábamos en la persecución. Curiosamente la ruta no me llevó a una colonia de lujo como me había imaginado. Llegamos a unos condominios bastante al sur de la capital. Me extrañó que al bajarse, John no caminara hacia ellos, sino que entró a lo que parecía una bodega bastante grande. Le pagué al taxista, que me preguntó si llamaba a la policía, no recuerdo qué le respondí pero lo despaché rápido. Lo siguiente fue estar frente a la puerta de aquella gran bodega y sentir un pequeño escalofrío recorriendo mi cuerpo. Por un segundo tuve la intención de retirarme, ahora que conocía el lugar me era fácil regresar en otra oportunidad. Incluso consideré la opción de venir cuando no hubiese nadie y primero explorar todo lo que había dentro.
¿Pero exactamente qué me esperaba detrás de la puerta? Imaginé un millón de posibilidades, cada una más improbable que la otra. Admito que tuve miedo de entrar e incluso de haber planeado tanto. Seguía ahí, de pie, sin moverme ni saber qué hacer. No sé cuánto tiempo pasó, pero finalmente tomé valor y toqué la puerta con mucho cuidado; al principio, nada, no hubo respuesta. Volví a hacerlo con más fuerza. Nuevamente nada, silencio. Sin pensarlo, golpeé varias veces, hasta que escuché moverse algo en el interior.
John abrió la puerta sin pensarlo, en ningún momento preguntó quién era y, al verme, pude notar muchas emociones en él, aunque permaneció quieto sin decir nada. Tuve que tomar la iniciativa y hablar primero. Nos saludamos, nada fuera de lo común. Inmediatamente después del intercambio de cortesía, le solicité si podía entrar con la excusa de tener un asunto tan urgente que no podía esperar. John aceptó pero era imposible no percibir el notable nerviosismo con el cual me hablaba. Entré finalmente a la bodega que mi buen amigo tenía como hogar. Todo estaba lleno de una variedad de pinturas, estantes con libros, vestuario como si fuera para todo un elenco de teatro, viejas cajas con contenido desconocido, adornos, muebles; en fin, aquello podía catalogarse como una pequeña isla del tesoro.
Aquella bodega parecía contener los secretos de un sinfín de personas e historias; disimuladamente miré el título de algunos libros que se encontraban por ahí en un mesa, Guía turística de España, era uno, Las noches qué pasé en Barcelona, revelaba otro a su lado y La vida y muerte de las consideradas Bellas Artes, puntualizaba el último. Cuando mis indiscretos ojos se posaron en la ropa, no pude evitar encontrar todos los atuendos que había vestido John en su momento; incluyendo las bufandas y gorros. Al observar parte de las pinturas por ahí tiradas, rápido recordé que algunas de ellas habían sido mencionadas en sus historias como obras que vendió para vivir; pero estaban ahí, cubiertas de polvo.
¿Qué era exactamente aquel lugar? ¿Es acaso posible lo que mi mente está pensando? Estaba frente a una mentira bien elaborada, seguramente con un papel muy bien ensayado. ¿Estaba dudando del hombre que estaba frente a mí? Mi mente comenzó a armar muchas teorías ¿Quién era realmente John? La pregunta era una cuchillada permanente en mi cabeza. Su voz me sacó de aquel trance; claro, estaba ahí por un asunto lo suficientemente importante como para seguirlo hasta ese lugar. Si bien había inventado todo un discurso acerca de querer publicar un libro de poemas que había escrito y para ello quería su opinión, al momento de estar ahí, no pude evitarlo.
Recuerdo que lo dije fuerte y claro: “eres un hijo de la gran puta”. Al principio pareció no importar que lo dijera, se quedó sonriendo y hasta aseguró que estaba demasiado bebido. Pero no cedí, seguí insultándolo. “Eres un maldito pendejo, vividor y mierdero”, continué. Lo acusé de mentiroso, de embustero y falso, claro, con otras palabras. Jonh, no, Jonathan escuchó todo aquello sin mostrar ninguna emoción negativa. Me cansé de insultarlo, era aburrido si no respondía, así que sólo me quedaba otra cosa por hacer. “Espera a que todos se enteren de que eres un pendejo de mierda mentiroso”. Se había mantenido calmado, pero ante la idea de ser expuesto rápidamente reaccionó. Me pidió que me calmara y tomara asiento. No, lo correcto es decir que me rogó para que no fuera en ese momento a contarle a nadie lo que había descubierto de él.
Lo siguiente fue la historia de su vida. Sus papás lo echaron de la casa porque se drogaba cuando tenía como 16 y no había vuelto a verlos en años, a como pudo consiguió todo tipo de trabajos, como barrendero, recolector de basura, incluso en los mercados como cargador. En uno de esos trabajos temporales conoció al señor Gil, un hombre que trabajaba en los condominios cerca de donde nos encontrábamos. Le enseñó sobre electricidad, carpintería y otros oficios varios; de esa forma consiguió ingresos extras haciendo trabajos varios. La bodega donde nos encontrábamos era propiedad de este señor, quien había montado ahí su casa y taller. Como era de esperarse, se mudó con él. Cuando el señor Gil murió, le heredó aquel lugar y decidió alquilarlo mientras continuaba haciendo pequeños trabajos. Fue así como se llenó de libros, ropa y otros objetos que nadie quería pero tampoco deseaban botar.
El resto, como pueden imaginarse, fue más predecible. Leyó diferentes libros y aprendió sobre arte y buenas costumbres; leyó cuentos con personajes fantásticos, mundos increíbles y a uno que otro filósofo. En fin, un día decidió que con todo eso podía crear su propio personaje, ese fue el nacimiento de John Manzur.
“Muchos de los eventos culturales son gratis, cuando se trata de beber nunca falta el que termina invitando a otros cuando el alcohol ha hecho su esfuerzo y siempre puedes decir mentiras que serán más valoradas que la verdad”.
Admito que sentí admiración por un papel tan bien ejecutado y a la vez un asco enorme; pero ahí estábamos, aquel personaje que ha labrado toda una vida con base a mentiras y yo haciendo un papel de juez. Me sentí un dios en ese momento. Escuché sus ruegos y lamentos por otro rato, hasta que logré tranquilizar mis emociones. Le aseguré que no diría nada y que sería su cómplice en todo esto. Nos despedimos sin mayor cruce de palabras.
Nos encontramos un par de días después, él como siempre en su personaje y yo ahora era parte de su teatro. Fingimos como que todo lo anterior jamás pasó y hasta volvimos a cruzar palabras como si nada. Así pasó por al menos un tiempo; sin embargo, mi odio y asco por dentro no dejaba de crecer, pasé muchas noches sin poder dormir considerando que debí hacer algo, de lo estúpido que fui al dejarme convencer de todo aquello. Entonces consideré que incluso aquello… ¿y si toda esa historia fue también una mentira?
***
Jamás se volvió a ver a John en ninguna reunión. Al principio, la gente inventaba historias acerca de su paradero. Pronto comenzaron a expresar que lo extrañaban y cuando la ausencia fue suficiente, poco a poco comentaron todo lo negativo de aquel personaje. Algunos hasta parecían estar feliz de no volverlo a ver. El tiempo se encargó de borrar lentamente la memoria. Nunca se supo qué pasó. Como dije, todos conocieron a Jonh Manzur pero a nadie le importaba lo que le ocurrió a Jonathan Meléndez, aún si su nombre apareció un par veces en las noticias.
**
Escribir y leer poesía es una forma de sanar el alma. Si quieres leer poemas de amor y desamor, te invitamos a que conozcas a los autores de los poemas para los que se resisten a superar las decepciones y los poemas para los que no quieren olvidar.