“Este es un rincón, de un país, en un continente, en un planeta que es el rincón de la galaxia, que es el rincón de un universo que no para de crecer y de encogerse, y de crear y destruir, y no permanece igual ni un solo milisegundo. Y aquí hay tanto, tanto que ver…”
El Décimo.
Querido Doctor, o a quién sea que llegue esta carta:
Había una vez… o acaso ¿debería decir “hubo una vez”? Quizá sea prudente decir que habrá una vez. En esta historia el tiempo es protagonista, nada sucede o deja de suceder, todo está pasando en este mismo instante y todo lo que será ya ha sido.
¿Pero qué es lo que había (hubo, habrá)? Un viajero, no hay otra forma de referirnos a él; un vagabundo extravagante y noble. Te conocí hace tanto que me cuesta recordar en que vida fue, era yo entonces mucho más joven y tu ya eras viejo; a veces pienso que nunca fue de otra forma, que naciste siendo un niño en el cuerpo de un anciano, tan longevo como la civilización más antigua. Te he perdido la pista por tanto tiempo que no sé que decir, así que haré un esfuerzo por recordar.
Creo adecuado empezar diciendo que fue un sábado 23 de noviembre de 1963, a las 17:15 hrs, ¿en donde más, sino en Londres? En esa ciudad, en un planeta muy lejano de esta estrella en la que ahora orbito, Ian Chesterton y Barbara Wright pasaron a ser pasajeros de una nave averiada, piloteada por un descarado líder, obsesionado con la idea del descubrimiento. Yo iba también, como tripulante.
Aquel hombre provenía de los despachos de la BBC. No, estoy mintiendo; al respecto creo que todos deberían saber que esa es una de tus reglas, para viajar contigo se debe estar consciente de cuánto mientes. Si no eres él, y ahora te preguntas a quién me refiero -quién miente, quién piloteaba, quién es- estás haciendo lo correcto, porque esa es la primer pregunta. La pregunta más antigua del universo, oculta a plena vista: ¿Quién?
No naciste en la tierra, y tampoco yo; llegamos de un planeta de color rojizo, marrón, cuyos lagos y nubes parecían grises desde la atmósfera. Está en la constelación Kasterborous, más o menos en el centro de la galaxia, para ser exactos, justo en las coordenadas 10-0-0-11-0-0. Lo llamaban el mundo más brillante de los siete sistemas y su nombre es Gallifrey, o tal vez lo fue en algún momento.
Desconozco cuánto hayas viajado por el espacio, a cuantas especies habrás visto; en mi vida, mucho más corta, he atestiguado tanto que no cabría en un documento. Me he encontrado con seres corpóreos, de energía pura, bárbaros soldados; con escamas, alas, con ojos amarillos o sin ojos, ni lengua u oídos, enormes como titanes, dentro de pieles metálicas como corazas, con púas en la piel, patas alargadas, e incluso especies que habitan en lo profundo de supernovas; pero ninguna de esas especies como la de los Señores del Tiempo, que aparecieron cuando la existencia aún no acababa de formarse.
Yo soy una de ellos, igual que tú; nos parecemos a los humanos, pero tenemos dos corazones y vivimos demasiado tiempo, con muchos rostros. De ti nadie sabe mucho, excepto quizá un puñado de individuos; tu nombre no es importante desde que adoptaste el título, como una promesa, que define tu vida. Eres el Doctor. No hay rincón en el cosmos que no sepa de ti; que vas por ahí, saltando de una aventura a otra y tu sola mención causa miedo en los infames. Fuimos tan cercanos que siento una conexión contigo, desde la lejanía del tiempo sé que recuerdas nuestras antiguas hazañas.
Huimos porque entonces Gallifrey era todo menos brillante; se había convertido en una sociedad corrupta y, para tu molestia, sedentaria. Nuestra civilización había descubierto los alcances más remotos de la ciencia para al final decidir estancarse y no hacer más que dirigir guerras, así que quisimos salir e indagar en lo que había fuera del cielo. Para eso necesitábamos un transporte, como era natural; tomamos prestado uno que se ajustase a nuestras necesidades, un dispositivo “Time and relative dimensions in space”, simplemente conocido como T.A.R.D.I.S. Un aparato tan avanzado que pone a la disposición del usuario cualquier punto de la realidad y hace posible que todo ocurra simultáneamente, andando por el tiempo como una estructura relativa a nosotros mismos.
Has operado la TARDIS por años, miles de años; no hay aspectos invulnerables al cambio, todo lo que conocemos se irá para dar paso al mundo y su capacidad de reinventarse, sin embargo todo gira alrededor de TARDIS, la única constante, tan maravillosa que hace las veces de nave y máquina del tiempo, que capturó tu mirada cínica.
La usamos para llegar a la tierra, a espera de visitar nuevos sitios, cada TARDIS cuenta con un mecanismo que permite camuflarse con el medio en el que aterriza, pero para desventaja de nuestro recorrido, la nuestra estaba dañada y adoptó sólo una forma: la de una cabina de la policía de Inglaterra. Para este momento, extraño anónimo que probablemente no debería estar leyendo la correspondencia de alguien más, ya estarás pensando en cuán increíble es esta narración, pero te aseguró que así fue y que irá poniéndose aún más extraño.
La TARDIS es extremadamente práctica en el exterior, de medidas escasas y aspecto inofensivo; sin embargo, sus puertas disimulan una inagotable galería de mandos, la máquina perfecta al alcance de nuestra imaginación, como tener todo el universo a la vuelta de la esquina. Tu creatividad, Doctor, no tiene límite y encontrar la TARDIS supuso la posibilidad de materializar tus sueños.
Con los años he oído suficientes leyendas sobre cómo iniciaron tus viajes y la verdad es que todas podrían ser ciertas, o ninguna, incluso lo que estoy contando es sólo un rumor entre los puertos espaciales del universo. Pero sé algo que tú mismo me confesaste: tuviste una conexión con esa desbaratada máquina del tiempo desde el momento en que la robaste, al entrar por primera vez pensaste que era “lo más precioso” que habías visto nunca.
En ella viajamos al planeta Mondas y visitamos el mercado de Akhaten; por supuesto también llegamos a la tierra, a Francia durante la Revolución, visitamos el imperio Romano, a las civilizaciones antiguas de Ámerica, Antioquia y Jerusalén. Pero nuestro sistema de navegación se dañó y tuvimos que establecernos en Londres, durante el siglo XX, en un depósito de chatarra de nombre: I.M. Foreman, en Totter’s Lone, Shoreditch.
Así fue hasta que nos descubrieron un par de profesores de escuela, Ian y Barbara, y de vuelta nos entregamos a la travesía; los cuatro llegamos hasta la prehistoria y cómo iría haciéndose común, casi nos matan. Luego nos embarcamos hasta Skaro, el nido de la raza más destructiva del cosmos, el hogar de una cultura tan envuelta en el miedo que cada uno de sus miembros metió su cuerpo en un aparato bélico e hicieron de si mismos unas armas vivas: los daleks, de voz electrónica y brutalmente hostiles, ofuscados por una idea única, que es raíz de toda su existencia: exterminar, exterminar, exterminar…
Habiendo sido Skaro una región azorada por las guerras nucleares, sus habitantes depositaron sus esperanzas de supervivencia en su líder, el científico Davros, quien encerró a cada uno en máquinas que les suministraban todo aquello que requiriesen; los convirtió en pequeños tanques cibernéticos y eliminó todo sentimiento excepto uno: el odio. Consideran inferior todo aquello que es ajeno a ellos y han decidido destruirlo. Sé que los daleks y Davros son tus enemigos jurados desde ese primer encuentro y sus convicciones contrarias los han enfrentado en una infinidad de ocasiones.
A través de tu vida, has estropeado los planes de cientos de rivales y cada uno de ellos ha intentado lo imposible por matarte; las historias hablan de tus luchas contra los sontarans, los vashta, los ood, los cybermen, ángeles llorones y contra un individuo que asemeja más que ningún otro a ti, Doctor.
Permíteme explicarlo, tú que lees y no eres el Doctor, pues el nunca lo hará.
Cuando era un niño apenas, el Doctor conoció a un muchacho semejante, su mejor amigo, y prometieron que al crecer irían a conocer todas las estrellas y que lo harían juntos; verán, cuando un Señor del Tiempo crece debe escoger un nuevo nombre y eso se convierte en su destino. ¿Quién quieres ser? Él sabía que se necesitaba una cura para un universo enfermo, quería ayudar, ver todo lo que pudiera y auxiliar a quien lo requiriera. “Nunca con crueldad, nunca con cobardía; nunca rendirse, nunca ceder”, fue su juramento, así se convirtió en él Doctor.
Pero su amigo anhelaba ejercer el mando, no quería sólo recorrer el universo, intentaría conquistarlo; como en la gran tragedia de muchos héroes, su mejor amigo se convirtió en su rival: el Amo.
Pero no importa cuánto intenten avanzar tus enemigos, los medios que tengan o lo mucho que quieran obtener sus egoístas caprichos; tú siempre corres más rápido, Doctor, viajas más lejos y los detienes. Es la maldición que aceptas, ir hasta donde sea necesario para defender al débil. Nunca alzas armas, usas tu ingenio, tus incalculables conocimientos y experiencia; nunca corres sólo, siempre encuentras alguien con quien compartir la experiencia, después de Ian y Barbara vinieron otros, muchos otros.
De sus nombres también se dicen cosas, a los muchos que han salvado, lo que lograron y los sacrificios que hicieron; porque, en ocasiones, incluso tú experimentas pérdidas, en realidad pienso que has perdido mucho, aunque nunca lo digas, y en silencio lo lamentas. Ellos han sido tu familia y apostaría lo que fuera a que los recuerdas a todos; al capitán Jack Harkness, a Amy Pond, a Rory Williams, a Donna Noble, a Martha Jones, a Sarah Jane Smith, a Clara Oswald o Rose Tyler. Incluso me he encontrado con una mujer que dice haberse casado contigo; creo que decía la verdad, pero estaba triste, porque en el fondo estar contigo es un poco como estar solo, Doctor; como ver el cielo y saber que no puedes esperar que un amanecer te admire como tú a él.
Todos tus acompañantes decidieron ofrecer su vida a cambio de ir en tu cabina, aunque algunos se extraviaron o hasta murieron; tuvieron el infinito ante ellos y vivieron la aventura más asombrosa, en compañía de un sabio excéntrico. Incluso yo me perdí, nos separamos cuando fue necesario, cuando pensaste que debía tener la oportunidad de echar mis propias raíces y tener una vida normal.
Sabías que mi futuro estaba en otra parte y te lo agradezco, no me imagino lo que es ser tú y estar impedido a sentir la aventura más fantástica, la de la vida tan simple y llana como es la mía.
Imagino tu sufrimiento, lo mucho que te lamentaste desde empezó aquel conflicto que se prolongo por 400 años y amenazaba toda la creación, que podía destruir todo lo que admirabas: la Guerra del Tiempo. La única ocasión en la que se te obligo a cuestionar tus ideales; hubo un día en el que fue imposible ser el Doctor, cuando no podías mantener tu promesa.
El día en el que acabó la contienda y casi se extinguen los señores del Tiempo, en el que nuestro planeta desapareció, imagino que nunca te sentiste tan sólo, nunca volviste a experimentar de esa forma tan abrumadora la obligación de rescatar cuanto pudieras. No estuve entonces contigo, te sentenciaste a padecer solo el dolor de tu mayor fracaso, pero seguiste yendo hacía la lejanía y te convertiste en un cuento que recuerdan los niños del universo; un ser de dos mil años, que sobrevivió a las más temible batalla que se pueda esperar y acude para atender a todo aquel que pida auxilio.
Los que cuentan que te han visto, lo dicen de miles formas; que eras un hombre de cabello gris, envuelto siempre en una larga bufanda; que vistes de chaqueta o usas un moño de gala, que llevas contigo una gabardina encima de un traje a rayas o que te has vuelto de aspecto refinado, menos precoz y has endurecido tu carácter. Has tenido muchos rostros, ¿pero es que no somos todos así? Distintas personas en una sola vida; seas quien seas, alto, pequeño, novicio, altanero o una chica de ojos claros, todos saben que los salvarás si las circunstancias lo demandasen, me lo han dicho.
¿Quién eres Doctor? Has tenido una larga vida, has visto cosas que sólo creímos que pudieran suceder en sueños, viste el nacimiento del universo, estuviste cuando el último reloj dio el movimiento final de sus manecillas; has estado segundo a segundo, aún cuando todo era un destello blanco y eras tú lo único que existía. Has reescrito la física, conoces cuan endebles son sus leyes, has tocado universos donde nada es lógico y la sinrazón es la ley. Acudiste al momento en el que vía lácteas se despedazaron, atestiguaste hermosas creaciones naturales erguirse en medio de la nada. Has visto a la ciencia sucumbir, a gigantes del tamaño de soles morir, has caminado por lunas formadas de agua y planetas de millones de colores.
Te has sentido roto, impotente y has perdido cosas que nadie entendería, conoces frases que nunca se deben decir, secretos que de saberse amenazarían el orden universal y nos sumirían en el caos. Eres un agente de la existencia, una entidad natural, llevas esperanza a quien sea que escuche el silbar de tu cabina y, aún con todos tus viajes, sigues en busca de un milagro. Te pediría que imagines el retiro, pero sé que no podrás, que en lo que te ha tomado leer esta carta ya pensaste mil lugares más para ir.
¿Quién se podría negar a partir contigo? ¿Quién se negaría a tomar el universo si se lo otorgas, a ver nacer una estrella en medio del espacio frío? Algo sí puedo pedir, que pronto uno de tus viajes te devuelvan conmigo y sepas que aquí te aguarda una familia, viajero. Ojalá un día tu caja azul te traiga aquí, amado abuelo.
No pido más, porque en tus viajes lo he encontrado todo. Espero leas esto que he escrito y si no eres él, espera conmigo a que nuestra voz alcance la suya.
Atentamente, Susan Foreman.
Descubre también a los escritores que crearon los mundo más complejos y cómo la nueva Dr. Who sí tiene éxito