Lo que fuiste, lo que eres
A veces me da por mirar a la gente, inventar historias sobre a dónde van y quiénes son; nunca puedo saber que tan atinadas son las vidas que les creo a esos actores que se pasean por el teatro de mi aburrimiento, pero hay cosas que son obvias.
Martha y Claudio, así he decidido nombrarles a falta de conocer sus nombres reales, tienen según lo veo actitud de amantes aunque a diferencia de edades es evidente; él es un ranchero fortachón de más de 50 años -con la frente descubierta por que el paso de los años y la calvicie es evidente- de bigote como Zapata, pero con una chispa en la mirada, que casi sin dudarlo es producto de la presencia de Martha.
Martha, en cambio, de piel blanca, piernas largas y curvas formadas, con su cabellera rubia artificial, y sus ojos azules, conserva una apariencia discreta y sencilla, incluso al caminar; quizá no ha cumplido ni los 30 años.
Nunca los he visto hacer más que regalarse 60 minutos de complicidad acompañados de la comida cada día; miradas atrevidas en la privacidad de un espacio que les pertenece solamente a ellos dos y que me ha provocado escribir su historia.
Martha y Claudio, nombres tal vez completamente diferentes a los que usan en la vida real, cada tarde me comparten el hechizo de pensar que viven un amor secreto, pero un amor que han sabido sobrellevar; por que si no hubiera amor en sus miradas, de nada serviría mirarse como lo hacen. Gracias a ellos, que me hacen creer que hay amantes que serán eternos, y eternidades para amar en secreto.
Nosotros -tú y yo, en algún momento unidos por esa misma creencia- formamos parte de un guión que no termina de la misma forma.
Un día tu espalda se convirtió en la tela donde pintaba grandes girasoles, tus manos el puente para sentir el cielo y tu voz la llave para crear unicornios de las nubes. Estábamos juntos y cuando miraba el cielo, veía todas esas cosas que dictan los clichés: dragones, globos y hasta bombones. Pero cuando te invité a mirarlos, tú no querías, tu no podías; para ti el cliché no era cierto, no te reías de ti mismo por ahora sentir todas esas cosas que pensabas que no eran reales.
De pronto, yo también fui perdiendo la magia que veía en tus ojos; tu espalda se convirtió en piedra, con el afecto que dibujé sobre ella como los vestigios de una época que murió hace mucho ya, tus manos se volvieron cadenas.
De pronto pasó, que un día estaba frente a tus ojos, pero yo ya no me veía en ellos; cuando cerré la puerta gris de la casa, y la cajita izquierda del corazón. En la última letra de la última nota, estaba inmerso el fin de la historia.
Y cuando volviste a preguntar qué había pasado, ya no tenía respuestas; fueron inválidas las preguntas y aunque me enseñaste tus estrellas, yo intenté regalarte todo el universo.
Aprende a decirle adiós al amor de tu vida, o descubre cómo todos necesitamos un abrazo de esos que te juntan cuando estás hecho pedazos