A los 24 años, Keats escribió uno de sus poemas más famosos: “La Belle Dame”, inspirado en su gran amor por Fanny Brawne. Antes de conocer a la muchacha, había decido abandonar sus estudios de medicina para dedicarse por entero a la literatura. Sabía perfectamente que no estaba en condiciones de proponer matrimonio a Brawne, pues lo que ganaba con la poesía le era insuficiente para sostener una casa y a una mujer. Seis años después, el joven poeta moriría.
Su melancólica poesía forma parte de ese glorioso triunvirato romántico junto a los también ingleses Lord Byron y Percy B. Shelley. Keats dejó este mundo a causa de una tuberculosis adquirida en Escocia y heredó al mundo una obra gloriosa apta para cualquier lector, pero en especial para los que están profundamente enamorados. En ella se perciben los tintes melancólicos de los amores dejados a la deriva y una enfermedad que lo alejó de sus grandes pretensiones románticas y literarias demasiado joven. ¿Qué sería del mundo si Keats hubiera vivido más tiempo y hubiera compuesto una obra épica, tal y como él lo deseaba, semejante a la de su compatriota John Milton?
Keats sabía acerca de los tragos amargos y dulces del amor: la emoción que provoca el ver a la mujer amada pero también la negra nube que se cierne cuando no hay posibilidad alguna de captar por entero su corazón. Su mente fue capaz de expresar el dolor del alma herida pero también de ver esa luz que se abre en el cielo cuando la pasión toca a la puerta. Si estás leyendo esto en medio de una tormenta de enamoramiento que te está ahogando de pasión, la poesía de Keats es lo que necesitas para comprender lo que ocurre en tu alma, y en tu corazón hinchado por el deseo de un beso largo, profundo y que haga que el mundo desaparezca durante algunas fracciones de segundo…
La desesperación que se siente al no tener al ser amado, a la persona con la que se quiere compartir algo más que un beso, encuentra en este poema su fiel reflejo. Las bellas palabras de Keats nos hacen sentir esa urgencia por sentir en la más absoluta intimidad el calor del amor.
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¡Ten compasión, piedad, amor!…
¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un sólo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero… ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso… esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma, por piedad, dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!
El amor más allá de la muerte es una de las promesas más románticas que se puedan hacer hacia la persona que más amas, por la que estarías dispuesto a darlo y hacerlo todo con tal de verla feliz. Es una manera de decirle que estarás con ella bajo cualquier circunstancia, reafirmando tu entrega, haciéndole ver que tu vida y tu muerte son para ella.
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“Esta mano viviente”
Esta mano viviente, ahora tibia y capaz
de aferrar firmemente, si estuviera fría
y en el silencio helado de la tumba,
de tal modo hechizaría tus días y congelaría tus sueños
que desearías tu propio corazón secar de sangre
para que en mis venas roja vida otra vez corriera,
y así calmar tu conciencia —aquí está, mira—
hacia ti la tiendo.
A una mujer se le observa como una diosa cuando se está perdidamente enamorado de ella. Sus ojos, sus palabras, su figura, su manera de respirar y hasta de caminar adquieren un carácter divino, sagrado, digno de venerarse todos los días. Aquí John Keats hace una oda a la diosa griega Maya para hablar de un amor imposible, de una idealización que está condenada a quedarse en ello.
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“Oda a Maya”
¡Madre de Hermes! Y siempre joven Maya
¿Me será permitido cantarte como en aquellos días
en que te saludaban los himnos en las costas de Baia?
¿O habré de convocarte en antiguo siciliano?
¿O buscaré tus sonrisas, como buscaron antaño
en las islas de Grecia, los bardos que felices morían
sobre la hierba florecida,
dejando grandes versos a un pueblo pequeño?
¡Ah, dame su antigua fuerza, el arco de los cielos
y unos cuantos oídos;
por ti perfeccionado mi canto moriría contento,
como el de aquellos,
¡colmados por la simple adoración de un día!
El poema que retrata la tragedia más absoluta del amor visto como una promesa sin posibilidad alguna de cumplirse en medio de un mundo de tintes de fantasía. ¿Acaso el amor no se da en estos terrenos en sus etapas más tempranas? Para Keats, la mujer es vista como un sueño, una imagen difusa que se vuelve inalcanzable para el hombre que la ve, la desea y la ve escabullirse.
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“La bella dama sin piedad “
¡Oh! ¿Qué pena te acosa, caballero en armas,
vagabundo pálido y solitario?
Las flores del lago están marchitas;
y ningún pájaro canta.
¡Oh! ¿Por qué sufres, caballero en armas,
tan macilento y dolorido?
La ardilla ha llenado su granero
y la miel ya fue guardada.
Un lirio veo en tu frente,
bañada por la angustia y la lluvia de la fiebre,
y en tus mejillas una rosa sufriente,
también mustia antes de su tiempo.
Una dama encontré en la pradera,
de belleza consumada, bella como una hija de las hadas;
largos eran sus cabellos, su pie ligero,
sus ojos hechiceros.
Tejí una corona para su cabeza,
y brazaletes y un cinturón perfumado.
Ella me miró como si me amase,
y dejó oír un dulce plañido.
Yo la subí a mi dócil corcel,
y nada fuera de ella vieron mis ojos aquel día;
pues sentada en la silla
cantaba una melodía de hadas.
Ella me reveló raíces de delicados sabores,
y miel silvestre y rocío celestial,
y sin duda en su lengua extraña me decía:
Te amo.
Me llevó a su gruta encantada,
y allí lloró y suspiró tristemente;
allí cerré yo sus ojos salvajes
sus ojos hechiceros, con mis labios.
Ella me hizo dormir con sus caricias
y allí soñé (¡Ah, pobre de mí!)
el último sueño que he soñado
sobre la falda helada de la montaña.
Vi pálidos reyes, y también princesas,
y blancos guerreros, blancos como la muerte;
y todos ellos exclamaban:
¡La belle dame sans merci te ha hecho su esclavo!
Y vi en la sombra sus labios fríos abrirse
en terrible anticipación;
y he aquí que desperté,
y me encontré en la falda helada de la montaña.
Esa es la causa por la que vago,
errabundo, pálido y solitario;
aunque las flores del lago estén marchitas,
y ningún pájaro cante.
John Keats no sólo fue uno de los autores más importantes del romanticismo literario en Inglaterra sino un tipo que creó escuela y que ayudó a autores de la talla de Julio Cortázar a encontrar inspiración y estilo en su manera de escribir. Su figura continúa levantándose como una de las más importantes en la historia de la poesía romántica, capaz de arrancar lágrimas y confesiones amorosas a la luz de la luna.