Jorge Sarquis Bello, autoretrato México, 2011 Soy un tipo curioso, nunca completamente bueno y nunca completamente malo. Cometo excesos y vicios, más por complacencia que por inclinación. El mayor peligro de mi carácter es caer en lo frívolo, ya que entonces soy alocado e infantil. Suelo tener muy pronto un carácter juicioso, que sabe adoptar aire fino y aparentar ser dueño de sí mismo. Hago las cosas sólo porque me agradan y las que no, las abandono fácilmente. Suelo desechar cualquier cosa que no controlo y tomar tan sólo lo de mi beneficio. Temo nunca transformar mi ser a una imagen u objeto, o incluso a una idea que se entregue a la contemplación del hombre. Mi temperamento permanece tranquilo y en pocas ocasiones enfurezco; pero cuando lo hago, es tanta la tiranía y la voz opresiva de mi cólera que yo mismo la desconozco. Con los demás soy flexible y conmigo todo lo contrario, intransigente. No me encuentro enfermo pero me medico todo el tiempo. Hay días en los que me doy asco y otros en los que me venero; esos días son en los que mi vanidad destella y soy inalcanzable para mis propios ojos. ¡Mentira! Los psiquiatras suelen divertirse conmigo; yo con ellos también lo hago. Me aflijo a cada momento y sonrío en muchas ocasiones. De costumbre mis flemáticas letras dejan de animarme, dejan de tener el júbilo y entusiasmo con las que fueron escritas días antes. ¡Satisfacción!, a ella todavía no la conozco. ¡Hosanna!, siempre me ha despertado dudas. El elogio ajeno de mi trabajo me infiere falsedades, que me guardo y agradezco por cortesía. Recurro comúnmente a acciones rutinarias para guardar un cierto orden, una imagen disciplinaria. No me considero un mentiroso, pero miento; no me considero único, pero tampoco corriente. Con suerte sé qué es lo que realmente quiero, pero aún así guardo mis dudas; el sosiego me genera repugnancia, pero estoy seguro que aún no estoy turbado. No soy nada y soy un hombre. Soy la barbarie y el resultado de millones de casualidades. No soy un animal salvaje ni mucho menos completamente lógico. Soy aquel, como todos, que padece el contar del tiempo. Mi nombre no importa y tampoco mi apellido. Comúnmente viene a mí una interpretación nostálgica de mis recuerdos; diferentes añoranzas de un mismo hecho que resuena en mis pensamientos. La codicia es mi elección que interpreto como antónimo de mi riqueza. No suelo tomar las mejores decisiones, elijo porque ante las diferentes posturas morales no me queda más que elegir entre las cosas del mundo. Los hechos y la gente, junto con el tiempo, me lo hacen saber a cada instante. A cada instante estoy pensando cosas que no debería, es decir, que no me sirven de un carajo. Hasta la llegada del eje en el que se juntan la noche y el día me consuelo. Si yo no hiciera un par de locuras al año me volvería completamente loco. Soy uno más de los que nos refugiamos en poesía, ahí es donde resguardo mi consuelo, donde estalla con un ligero anhelo. Es donde descubro que me he vuelto parte, parte de aquello que no está ni vivo ni muerto, de aquella que es superviviente. Ni mendigo ni poeta; ni fantasma ni serpiente. Con sorpresa descubro que el ancla oscilante debajo de mi brazo me resulta ajena. Tatuaje de recuerdo. Tatuaje que olvida mi fantasía de poeta errante. La pintura que acompaña a esta publicación fue realizada por el autor del texto y sirvió como inspiración para la realización del mismo.