Después de haber estudiado idiomas como el latín, el griego, inglés clásico y antiguo y varias lenguas europeas, Tolkien se dio cuenta de que quería ser poeta, un escritor creativo, y poco a poco fue construyendo idiomas propios: el Naffarin, el Quenya y el Sindarin, sus primeros idiomas élficos.
John Ronald Reuel Tolkien no sólo creó idiomas; a través de sus pasiones, las lenguas y las letras, creó, antes que su famosa trilogía, Legendarium, un libro o colección de leyendas en el que describía su mitología sobre la Tierra Media. Sus grandes textos mitológicos sobre esta tierra fueron pensados para ser tomados, ficticiamente, como una historia antigua de la Tierra, particularmente de Europa, que habitarías, posteriormente, los personajes de sus novelas.
Leyendas, mitos y personajes como los que acompañan a nuestro mundo fueron plasmados en las páginas escritas por el padre de la literatura fantástica, en las que el lector puede descubrir que la imaginación del autor era infinita y que su verdadera pasión era crear historias.
Una de sus favoritas, en el mundo “real”, era la de Santa Claus, ese anciano gordo y barbón quien vive en el Polo Norte rodeado de renos, duendes y su compañera de vida: la Señora Claus. Y es que la ilusión de que un hombre viajara por todo el mundo para dejar regalos a los niños buenos, es algo que emociona a cualquiera y es una creación que merece toda la magia que en la ilusión recae.
Cada Navidad, millones de niños escriben a Santa las acciones buenas que realizaron durante todo un año para que él decida si merecen o no el regalo que cada pequeño le pide. Casi ningún niño recibe respuesta, pero los hijos de Tolkien recibieron, desde 1920 a 1943, cartas de Papá Noel, desde su casa en el Polo Norte.
Tolkien se ocupaba de todos los detalles: sellos del Polo Norte diseñados por él, letra temblorosa (debido al frío y a su avanzada edad, como confiesa en ocasiones a los niños), dibujos que ilustraban sus aventuras, inclusión de otros personajes que lo acompañan durante el año, en especial.
En un derroche de imaginación, Papá Noel, desde la pluma de Tolkien, cuenta distintas peripecias: cómo se desordenan las estrellas del cielo o se rompe la luna, cómo se funden las luces del Norte, cómo roban los juguetes del almacén, cómo le ayudan los elfos rojos con los juguetes… todo acompañado de unos tiernos dibujos que forman parte indispensable de las cartas.
Las cartas de los últimos años hacen alguna referencia a la guerra que por entonces hacía que muchos niños dejaran de pensar en la navidad y de enviarle cartas a Papá Noel. Pero él seguía ahí despertando ilusiones y deseando la paz.
La mayoría de escritos corresponden a diciembre, aunque también aparecen algunos de octubre o noviembre que instan a los niños a escribirle más cartas. Al final del libro, hasta hay unas poesías para los pequeños a los que les gustan las rimas. Desde luego, Tolkien se tomó mucho interés por hacer que sus hijos escribieran y leyeran con ilusión renovada cada año.
La tradición y la historia de las cartas inició cuando el primogénito John tenía tres años, hasta 1943, año en que la pequeña Priscilla cumplió los catorce. Tres años después de la muerte de Tolkien fueron editadas por Baillie Tolkien, la esposa de su hijo Christopher bajo el título The Father Christmas Letters (Las cartas de Papá Noel en español, publicadas por Edhasa).
El libro fue reeditado en 1999 por Houghton Mifflin, con el título Letters from Father Christmas, Revised Edition, y en esta edición se incluyeron el resto de cartas y dibujos omitidos de la original. En 2004 esta misma edición fue publicada por HarperCollins con el título Letters from Father Christmas (Cartas de Papá Noel en español, publicadas por El Aleph).
“Casa del Acantilado
La cima del Mundo
Cerca del polo Norte
Navidad de 1925
Mis queridos niños,
Estoy terriblemente ocupado este año – mi mano está más débil que nunca cuando pienso en ello – y no muy rico. De hecho, han ocurrido cosas horribles, y algunos de los regalos se han estropeado y no he conseguido que el Oso Polar del Norte me ayude… me he tenido que cambiar de casa justo antes de Navidad, así que puedes imaginar en qué estado está todo, y verán porqué tengo una nueva dirección, y porqué sólo he podido escribir una carta para los dos. Todo sucedió así: un día muy ventoso de este noviembre mi gorro voló, se fue y se atascó en la cima del Polo Norte. Yo le dije que no, pero el Oso Polar del Norte subió a la delgada cima para conseguir traerlo de vuelta, y lo hizo. El polo se rompió por la mitad y cayó sobre el techo de mi casa, y el Oso Polar del Norte cayó por el agujero que hizo y apareció en el comedor con el gorro sobre su nariz , y toda la nieve se cayó del tejado a la casa y se fundió apagando todos los fuegos y bajando al sótano donde yo tenía guardados los regalos de este año, y la pierna del Oso Polar del Norte se rompió. Él está bien ahora, pero yo estaba tan enfadado con él que ahora dice que no quiere ayudarme más. Creo que he herido sus sentimientos, pero se repararán para la próxima Navidad. Les envío una foto del accidente, y de mi nueva casa en los acantilados sobre el Polo Norte (con hermosas bodegas en los acantilados). Si John no puede leer mi vieja escritura temblorosa (tengo 1925 años) que se lo pida a su padre. ¿Cuándo va a aprender a leer y escribir sus propias cartas Michael? Mucho amor para los dos y para Christopher, cuyo nombre se parece al mío.
Eso es todo. Adiós.
Papá Noel”.