Cuando Jan Hendrix era un niño, sus padres lo llevaron a visitar un museo local, una especie de gabinete de maravillas, en su natal Maasbree (Holanda). Lo que vio en aquellas paredes y repisas le descubrió un mundo con el que no estaba familiarizado: así nació su pasión por el dibujo y la botánica, especialmente. El corazón de Jan, criado en una familia dedicada a la vida agrícola sin ningún contacto con las artes y la cultura, comenzó a dar muestras de ir por un camino opuesto.
Como suele pasar con los artistas incomprendidos por su propia familia, la pasión de Jan por el arte provocó que lo corrieran de su casa a los 17 años para después ingresar a la Real Academia de Arte de Den Bosch (pueblo natal de El Bosco). Debido a su conducta rebelde, fue expulsado; sin embargo, rápidamente fue acogido por el artista japonés Shinkichi Tajiri para ingresar al Atelier 63 de la ciudad de Haarlem, la institución más radical de ese momento (1968-1969). Ahí tuvo sus primeros contactos con el cine y la danza, mismos que le dieron una visión más amplia y multidisciplinaria del arte, un sello que se convirtió en su principal virtud como artista.
La trayectoria de Hendrix, uno de los artistas europeos más completos y destacados de su generación, es amplia no tanto en anécdotas sino en estilos artísticos explorados: se ha desempeñado en fotografía, dibujo, serigrafía monumental y escultura, en todos ellos teniendo resultados extraordinarios y acrecentando su reputación en el mundo entero. Su inquietud por explorar diversas técnicas y estilos es sólo comparable con su espíritu de artista itinerante que ha tomado a la naturaleza como una de sus principales fuentes de inspiración.
El proyecto Bitácora es claro ejemplo de ello: consiste en la creación de una exposición que evoluciona conforme se produce la obra. Bitácora lo llevó por China, Australia, Indonesia, Irán, Turquía, Alemania, Holanda, Irlanda y México (Oaxaca). De este trayecto surgió al mismo tiempo Script, una serie de apuntes o diarios visuales en los cuales Hendrix resguardó sus memorias de viaje, que no son otra cosa más que imágenes de la botánica que el artista recolectó en diversas partes del mundo.
De estos destinos Hendrix siempre manifestó un amor especial por México, a tal grado que decidió residir en él de manera oficial desde 1978 y aprovechó para crear alianzas con artistas de la talla de Emilio Ortiz, Fiona Alexander, Leonora Carrington, Francisco Toledo y Gunther Gerzso, con quienes colaboró en diversos talleres -especialmente de serigrafía- además de analizar el paisaje mexicano.
La huella de Hendrix en el país se puede apreciar sobre todo por sus aportes a la arquitectura de diversos edificios y recintos culturales, tal es el caso del plafón de cristal con pintura epóxica que adorna el techo de la Librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, o un paralelepípedo en corian, vidrio y acero que forma parte de las instalaciones del Museo de la Memoria y la Tolerancia. Su importancia en el arte y la cultura de México le hizo merecedor de la orden del Águila Azteca en 2012, en grado de insignia, por su trayectoria y servicios a la nación mexicana y a la humanidad.
Las alianzas que Hendrix ha realizado con grabadores y arquitectos en todo el mundo han dejado una huella profunda en su obra, la cual se caracteriza por ser monumental y ofrecerle a la luz un papel preponderante. También juegan un papel fundamental los juegos entre los tonos blancos y los negros y una simulación de raíces que se extienden por muros, suelos y diversas superficies. Sus constantes recorridos por el mundo, en los cuales hace profundos análisis de los paisajes y la botánica, le han servido para que sus proyectos arquitectónicos tengan una huella muy personal y que, a su vez, sean representativos del lugar donde van a ser instalados.
«Muchos de mis materiales se basan en un campo entre el paisaje de lejos y de cerca, en un estudio más científico. Un estudio que de repente se vuelve más lírico. Hay distintas maneras de ver lo mismo», dice Hendrix, quien es bien conocido por jugar con las dimensiones en las cuales plasma diferentes escalas, proporciones y transiciones, pasando de lo bidimensional a lo tridimensional con gran habilidad. Los detalles que Hendrix es capaz de obtener de una raíz, una planta, una hoja o lo que sea que destaque de la botánica que tanto le fascina, es un universo aparte en la obra del holandés adoptado por México como uno de los artistas más importantes de la actualidad.
Otra de las grandes facetas de Jan Hendrix es su gran gusto por la lectura, pasatiempo que cultiva a menudo. Esto le ha llevado a hacer amistades con destacados autores como el poeta irlandés y premio Nobel de Literatura 1995, Seamus Heaney, a quien ilustró una edición especial de un volumen de poesía. También son conocidas sus colaboraciones —igualmente a modo de ilustrador— con escritores de la talla del fallecido Gabriel García Márquez. La obra de Hendrix es una apología a la vida en todo su esplendor: la belleza de una planta y su interior, la belleza de la literatura y su universo gramatical, la belleza que reside en el ordenado caos del blanco y el negro.