Hace 24 años —el 28 de abril de 1992— el pintor irlandés Francis Bacon experimentó lo que había sido su mayor temor durante la vida: morir rodeado de monjas. Como dijo su biógrafo Michael Peppiatt: “perdió el control de su vida” e ingresó en la clínica Ruber de Madrid frente al Monasterio de la Encarnación, un convento de monjas agustinas recoletas; seis días después, a los 82 años murió de un paro cardiorrespiratorio sin recibir una sola visita. Fue un pintor de estilo figurativo idiosincrásico, se pensaba que deformaba el dibujo sin intención alguna, aunque en realidad lo hacía por derramar sus emociones sobre un lienzo.
Su trabajo lo expresó de la siguiente manera: “quisiera que mis pinturas se vieran como si un ser humano hubiera pasado por ellas, como un caracol, dejando un rastro de la presencia humana y un trazo de eventos pasados, como el caracol que deja su baba” o “acaso algún día logre capturar un instante en toda su violencia y toda su belleza”.
Sus pinturas también encerraban gritos, pedazos de carne, mezclas amorfas de cuerpos en un confusa lucha; hacía reflexiones muy brutales sobre el significado de la vida y la muerte, como un recordatorio de que somos mucho más que carne que se acerca de manera inevitable a la putrefacción. Su obras están llenas de imágenes opresivas, malvadas, viscosa y verdaderamente dolorosas.
Bacon, de nuevo, fue noticia al saberse que José Capelo Blanco, de 59 años, fue el misterioso y único amante español —aún vivo— del dublinés; éste compartió los cuatro últimos años de la vida del artista, quien le dejó cinco obras de pequeño formato valuadas en 30 millones de euros; sin embargo, en junio de 2015 se cometió el mayor robo de guante blanco del arte contemporáneo en la Historia de España, en su casa madrileña, cerca de la sede del Senado.
Capelo fue el amante menos dañino de Bacon: no era alcohólico ni analfabeto, no tenía ataques de furia que acababan en maltrato físico al artista o a sus obras y tampoco se suicidó, como lo hicieron dos de sus anteriores amantes más importantes, a quienes retrató en muchas de sus obras, Peter Lacy y George Dyer. ¿Por qué compartía su vida con personas de caracteres tan símiles a la par que agresivos? Porque la vida y la muerte, la violencia, la ansiedad y el arrebato eran el motor de su vida y su obra.
Unos de su ejercicios pictóricos de estudio es “Lucian Freud”, el más caro jamás subastado, un tríptico que alcanzó en una puja de la casa Christie’s los 142’4 millones de dólares en 2013, y batió el récord de Picasso con “El sueño”. Junto con la pintura de Freud se conviertió en el máximo exponente de la escuela de Londres, pues se rebela contra los cánones en cuanto a belleza y la abstracción del expresionismo dominante en la época.
Otro de sus cuadros más representativos es su estudio sobre el “Inocencio X” de Velázquez. Al irlandés le encantaba España y durante su estancia en Madrid se alojaba en el Hotel Palace, y pasaba las mañanas enteras en el Prado, e igual que Picasso se fijó en Goya, Bacon descubrió a Velázquez.
El estilo del barroco sevillano evolucionó durante su segundo viaje a Italia, y del cuadro destacamos los contrastes de los distintos tipos de rojo, la forma en la que incide la luz sobre las telas, sus texturas y calidades; se retrata de forma exacta la personalidad del Papa, el verismo nos envuelve al estar a nuestra altura visual y parece como si nos sostuviera la mirada. El propio retratado dijo al verlo: “Troppo vero” (demasiado cierto).
En cuanto al ejercicio de Bacon es también expresivo a través de las formas anatómicas, el rostro, el color, su particular uso del claroscuro y las líneas que dominan, sobre todo, en la parte inferior del cuadro. Con el aspecto fantasmagórico de su versión, Bacon pretendía simbolizar los horrores cometidos en nombre de la religión a lo largo de la Historia.
El éxito y reconocimiento de Francis Bacon tardaron en llegar, pues fue hasta los 35 años cuando llamó la atención de la crítica con la pintura “Tres estudios para figuras en la base de la crucifixión”, un tríptico de fondos naranjas que muestra a tres bestias deformes, entre animales y humanas, muy perturbadoras que algunos espectadores no pudieron soportar.
Algunas de sus pinturas están expuestas en las paredes del MoMA en Nueva York, y gracias a sus obras Bacon nos recuerda que la vida también puede ser un dolor que desgarra las entrañas.
**
Si te ha encantado la obra de este artista dublinés, entonces te interesará leer los 5 pasos para excitarte y volver a la vida a través del arte de Francis Bacon. De igual manera, te compartimos las 10 maneras en las que puedes aprender de arte en Netflix, pues esta plataforma no sólo sirve para ver películas.