Go ask Alice
I think she’ll know
‘White Rabbit’ -Jefferson Airplane
En 1985, 20 mil libros relucientes y perfectamente creados fueron distribuidos con el nombre de “Las Aventuras de Alicia en el País de las Maravillas” en su portada. La obra más conocida de Lewis Carroll abría su camino en el mundo y cambiaría la historia de la cultura popular para siempre. Su influencia es innegable y perceptible de inmediato cuando vemos creaciones contemporáneas que van más allá de lo literario; ideas visuales complejas que se quedan grabadas en la mente del lector. Durante gran parte de su historia, la obra ha sido considerada surrealista, por lo que no es raro que Salvador Dalí haya estado involucrado en un proyecto con esa representativa novela.
El más afamado surrealista realizó una serie de ilustraciones para una edición del famoso libro por encargo de Maecenas Press-Random House en 1969. No se adhirió a las tradiciones y no tomó de base ni un poco de las ilustraciones originales de John Tenniel –quien mantuvo un elemento de fantasía y miedo sin alejarse del atractivo hacia los infantes–. Dalí creó un total de 12 heliograbados, uno para cada capítulo del libro.
El resultado que se presenta a continuación es un clásico trabajo de Dalí, quien se mantuvo en el aspecto surrealista en todo momento. A momentos tomamos vistazos de los extraños personajes que habitan la novela de Carroll pero sobre todo vemos reflejado el imaginario del pintor. Las ilustraciones son tan macabras e hipnotizantes que aún se buscan copias de esa edición especial.
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El baile de la langosta
“La Falsa Tortuga suspiró profundamente y se enjuagó una lágrima con la aleta. Antes de hablar, miró a Alicia durante bastante tiempo, mientras los sollozos casi la ahogaban.
—Se te ha atragantado un hueso, parece —dijo el Grifo poco respetuoso. Y se puso a darle golpes en la concha por la parte de la espalda.
Por fin la Tortuga recobró la voz y reanudó su narración, sólo que las lágrimas resbalaban por su vieja cara arrugada.
—Tú acaso no hayas vivido mucho tiempo en el fondo del mar…
—Desde luego que no —dijo Alicia.
—Y quizá no hayas entrado nunca en contacto con una langosta.
Alicia empezó a decir: «Una vez comí…», pero se interrumpió a toda prisa por si alguien se sentía ofendido.
—No, nunca —respondió.
–Pues entonces, ¡no puedes tener ni idea de lo agradable que resulta el Baile de la Langosta”.
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El croquet de la reina
“Un gran rosal se alzaba cerca de la entrada del jardín: sus rosas eran blancas, pero había allí tres jardineros ocupados en pintarlas de rojo. A Alicia le pareció muy extraño, y se acercó para averiguar lo que pasaba, y al acercarse a ellos oyó que uno de los jardineros decía:
—¡Ten cuidado, Cinco! ¡No me salpiques así de pintura!
—No es culpa mía —dijo Cinco, en tono dolido—. Siete me ha dado un golpe en el codo.
Ante lo cual, Siete levantó los ojos dijo:
—¡Muy bonito, Cinco! ¡Échale siempre la culpa a los demás!
—¡Mejor será que calles esa boca! —dijo Cinco—. ¡Ayer mismo oí decir a la Reina que debían cortarte la cabeza!
—¿Por qué? —preguntó el que había hablado en primer lugar.
—¡Eso no es asunto tuyo, Dos! —dijo Siete.
—¡Sí es asunto suyo! —protestó Cinco—. Y voy a decírselo: fue por llevarle a la cocinera bulbos de tulipán en vez de cebollas”.
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Una loca fiesta del té
“La mesa era muy grande, pero los tres se apretujaban muy juntos en uno de los extremos.
—¡No hay sitio! —se pusieron a gritar, cuando vieron que se acercaba Alicia.
—¡Hay un montón de sitio! —protestó Alicia indignada y se sentó en un gran sillón a un extremo de la mesa.
—Toma un poco de vino —la animó la Liebre de Marzo. Alicia miró por toda la mesa, pero allí sólo había té. —No veo ni rastro de vino —observó.
—Claro. No lo hay —dijo la Liebre de Marzo.
—En tal caso, no es muy correcto por su parte andar ofreciéndolo —dijo Alicia enfadada.
—Tampoco es muy correcto por tu parte sentarte con nosotros sin haber sido invitada —dijo la Liebre de Marzo.
—No sabía que la mesa era suya —dijo Alicia—. Está puesta para muchas más de tres personas.
—Necesitas un buen corte de pelo —dijo el Sombrerero.”
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Cerdo y pimienta
“Alicia se quedó mirando la casa uno o dos minutos, y preguntándose lo que iba a hacer, cuando de repente salió corriendo del bosque un lacayo con librea (a Alicia le pareció un lacayo porque iba con librea; de no ser así, y juzgando sólo por su cara, habría dicho que era un pez) y golpeó enérgicamente la puerta con los nudillos. Abrió la puerta otro lacayo de librea, con una cara redonda y grandes ojos de rana. Y los dos lacayos, observó Alicia, llevaban el pelo empolvado y rizado. Le entró una gran curiosidad por saber lo que estaba pasando y salió cautelosamente del bosque para oír lo que decían.”
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Consejos de una oruga
“La Oruga y Alicia se estuvieron mirando un rato en silencio: por fin la Oruga se sacó la pipa de la boca y se dirigió a la niña en voz lánguida y adormilada.
—¿Quién eres tú? —dijo la Oruga. No era una forma demasiado alentadora de empezar una conversación. Alicia contestó un poco intimidada:
—Apenas sé, señora, lo que soy en este momento… Sí sé quién era al levantarme esta mañana, pero creo que he cambiado varias veces desde entonces.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó la Oruga con severidad—. ¡A ver si te aclaras contigo misma!—Temo que no puedo aclarar nada conmigo misma, señora —dijo Alicia—, porque yo no soy yo misma, ya lo ve.
—No veo nada —protestó la Oruga.
—Temo que no podré explicarlo con más claridad —insistió Alicia con voz amable—, porque para empezar ni siquiera lo entiendo yo misma y eso de cambiar tantas veces de estatura en un solo día resulta bastante desconcertante.
—No resulta nada —replicó la Oruga”.
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La casa del conejo
“A los pocos instantes el Conejo descubrió la presencia de Alicia, que andaba buscando los guantes y el abanico de un lado a otro y le gritó muy enfadado:
—¡Cómo, Mary Ann, qué demonios estás haciendo aquí! Corre inmediatamente a casa y tráeme un par de guantes y un abanico! ¡Aprisa!
Alicia se llevó tal susto que salió corriendo en la dirección que el Conejo le señalaba, sin intentar explicarle que estaba equivocándose de persona.
—¡Me ha confundido con su criada! —se dijo mientras corría—. ¡Vaya sorpresa se va a llevar cuando se entere de quién soy! Pero será mejor que le traiga su abanico y sus guantes… Bueno, si logro encontrarlos.
Mientras decía estas palabras, llegó ante una linda casita, en cuya puerta brillaba una placa de bronce con el nombre «C. BLANCO» grabado en ella. Alicia entró sin llamar y corrió escaleras arriba con mucho miedo de encontrar a la verdadera Mary Ann y de que la echaran de la casa antes de que hubiera encontrado los guantes y el abanico”.
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Una carrera loca y una larga historia
“El grupo que se reunió en la orilla tenía un aspecto realmente extraño: los pájaros con las plumas sucias, los otros animales con el pelo pegado al cuerpo y todos calados hasta los huesos, malhumorados e incómodos.
Lo primero era, naturalmente, discurrir el modo de secarse: lo discutieron entre ellos, y a los pocos minutos a Alicia le parecía de lo más natural encontrarse en aquella reunión y hablar familiarmente con los animales, como si los conociera de toda la vida. Sostuvo incluso una larga discusión con el Loro, que terminó poniéndose muy tozudo y sin querer decir otra cosa que «soy más viejo que tú, y tengo que saberlo mejor». Y como Alicia se negó a darse por vencida sin saber antes la edad del Loro, y el Loro se negó rotundamente a confesar su edad, ahí acabó la conversación.
Por fin el Ratón, que parecía gozar de cierta autoridad dentro del grupo, les gritó:
—¡Sentaos todos y escuchadme! ¡Os aseguro que voy a dejaros secos en un santiamén!”.
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El charco de lágrimas
“—¡Curiosismo y curiosismo! —exclamó Alicia (estaba tan sorprendida, que por un momento se olvidó hasta de hablar correctamente)—. ¡Ahora me estoy estirando como el telescopio más largo que haya existido jamás! ¡Adiós, pies! — gritó, porque cuando miró hacia abajo vio que sus pies quedaban ya tan lejos que parecía fuera a perderlos de vista—. ¡Oh, mis pobrecitos pies! ¡Me pregunto quién os pondrá ahora vuestros zapatos y vuestros calcetines! ¡Seguro que yo no podré hacerlo! Voy a estar demasiado lejos para ocuparme personalmente de vosotros: tendréis que arreglároslas como podáis… Pero voy a tener que ser amable con ellos —pensó Alicia—, ¡o a lo mejor no querrán llevarme en la dirección en que yo quiera ir! Veamos, les regalaré un par de zapatos nuevos todas las Navidades.
Y siguió planeando cómo iba a llevarlo a cabo:
—Tendrán que ir por correo. ¡Y qué gracioso será esto de mandarse regalos a los propios pies! ¡Y qué chocante va a resultar la dirección!
Al Sr. Pie Derecho de Alicia
Alfombra de la Chimenea,
junto al Guardafuegos
(con un abrazo de Alicia)”.
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¿Quien robó las tartas?
“—Aquél es el juez —se dijo a sí misma—, porque lleva esa gran peluca.
El Juez, por cierto, era el Rey; y como llevaba la corona encima de la peluca, no parecía sentirse muy cómodo y desde luego no tenía buen aspecto.
—Y aquello es el estrado del jurado —pensó Alicia—, y esas doce criaturas (se vio obligada a decir «criaturas», sabéis, porque algunos eran animales de pelo y otros eran pájaros) supongo que son los miembros del jurado.
Repitió esta última palabra dos o tres veces para sí, sintiéndose orgullosa de ella: Alicia pensaba, y con razón, que muy pocas niñas de su edad podían saber su significado.
Los doce jurados estaban escribiendo afanosamente en unas pizarras.
—¿Qué están haciendo? —le susurró Alicia al Grifo—. No pueden tener nada que anotar ahora, antes de que el juicio haya empezado”.
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En la madriguera del Conejo
“Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados.
No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto”.
Salvador Dalí es considerado el epítome del surrealismo y de cierta manera la obra de Alicia también lo es por la manera en la que Carroll abordó sus fantasías. Sabemos que el trasfondo no es tan agradable, pero su genialidad trasciende el arte. Miles de artistas han proporcionado trabajos para esa obra tratando de visualizarla siempre de forma distinta porque es una obra clásica que seguirá influyendo en años por venir. “Alicia en el País de las Maravillas” es una parte fuerte de nuestra cultura y mirar las pinturas enfermas de Dalí narrando su historia, nos hace desear quedarnos a leer un poco más.