Plumas de pavo real, seda persa, oro con incrustaciones de piedras preciosas y pieles de animales exóticos. Un par de caderas afiladas rodeadas por tejidos que se deslizan sutilmente, dejando entrever una piel tersa y bien dispuesta al sexo. Los rasgos faciales son inconfundibles: ojos medio rasgados de color avellana con cejas prominentes y unos labios que, a simple vista, parecen inalcanzables. Este es el ambiente que reúnen las obras de Pantaleon Szyndler sobre las odaliscas, esclavas sexuales de Medio Oriente que durante mucho tiempo fueron el mejor sinónimo de erotismo.
Al mismo tiempo que los cabarets parisinos, que los afiches de cabaret y los espectáculos que llevaban a la perdición a un puñado de artistas que habrían de forjar la construcción de lo bohemio, la admiración y el deseo por experimentar la influencia de Oriente se instaló en la segunda mitad del siglo XIX como un ideal tan estético como extravagante.
“Odalisca” (1876)
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“Mujer esclava” (s. XIX)
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“Mujer en ropajes orientales” (s. XIX)
Para este instante, el calor invade el lugar y da igual si se trata de las paredes húmedas de un baño turco o el harén del sultán: toda la atención se concentra en el contraste kitsch entre un par de nalgas torneadas y las almohadas de algodón, unos pies ligeros y desnudos tocando la piel de jaguar que hace de alfombra o los arcos y la utilería árabe como el escenario perfecto de una escena cálida cargada de erotismo y pasión.
En cada trazo la sensualidad se conjuga con lo exótico y la humedad del ambiente, mientras la mezcla entre piel y tejido eleva la temperatura. Todo confluye hacia el frenesí; sin embargo, los ojos siempre profundos de estas mujeres admiten una verdad a medias, un error propio de la idealización erótica occidental sobre el Medio Oriente: la poderosa escena y su halo de placer cuando se cae en cuenta de que tal representación es solamente fruto de una obsesión malsana basada en una interpretación errónea de la cultura oriental, que no obstante, habrá de inspirar una y otra vez a artistas de la talla de Matisse, Delacroix o el propio Manet.
“Chica en el baño” (1885)
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“Eva” (1889)
Su representación de Eva (1889) con los mismos rasgos orientales y completamente desnuda merece atención aparte, pues los sectores más conservadores de la época vieron en ella algo más que una blasfemia y una torpe alusión a la figura central del Génesis. La obra de Pantaleon Szyndler es un ejemplo vivo de la sexualidad explorada a través del arte en el orientalismo, que más que una representación fiel de los placeres y usos del cuerpo en Medio Oriente da cuenta de la visión de Europa sobre el mundo más allá del Mediterráneo del siglo XIX.
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