Lucifer… el sólo nombre produce escalofríos en muchas personas y las lleva a persignarse en busca de ahuyentar lo que para ellas encierra ese nombre: la encarnación de la maldad.
La tradición cristina cuenta que Lucifer era un hermoso ángel cuya sabiduría e inteligencia de pronto se vio empañada por la soberbia, misma que le hizo encabezar una rebelión contra Dios, con la intención de situarse por encima de él: “escalaré los cielos; elevaré mi trono por encima de las estrellas de Dios; me sentaré en el monte de la divina asamblea, en el confín del septentrión escalaré las cimas de las nubes, seré semejante al Altísimo”
Derrotado por Dios, fue expulsado del cielo y condenado a pasar la eternidad en los oscuros confines del infierno. Su pretensión de grandeza lo llevó a caer, convirtiéndolo para siempre en la contraparte de la luz y la bondad.
El escultor inglés Paul Fryer decidió hacer una representación de este suceso con la escultura Lucifer (Morningstar): atrapado entre cables de alta tensión, el otrora ángel celestial se muestra despojado de su belleza y luminosidad, como si al ser expulsado del reino divino su verdadero rostro se hubiese revelado para mostrar su naturaleza empírica. Un rostro macilento y un cuerpo enjuto es la forma en que el artista decidió elaborar esta macabra escultura realizada en cera; las alas, último vestigio de su origen, fueron creadas a partir de plumas reales.
Paul Fryer logró una extraña mezcla entre la belleza estética y lo grotesco, cuyo escenario no podría haber sido más representativo: una iglesia abandonada, ubicada en Westminster, cuyos vitrales de la Santísima Trinidad parecen vigilar la estancia y agonía de este ser.