En este artículo no se busca arremeter con la figura de Diego Rivera, sino simplemente hacer énfasis en su éxito a pesar de que otros artistas del mismo tiempo lograron cosas mucho más prolíficas y el renombre del que gozan es menor. Todo mexicano conoce a Diego Rivera y no es una exageración. Cualquiera que haya visto un billete de quinientos pesos, tiene que observar la cara regordeta del pintor mexicano que se hacía llamar “El Sapo” y su famosa esposa Frida Kahlo.
Antes en este billete se encontraba uno de los más importantes generalews mexicanos: Ignacio Zaragoza, mismo que se enfrentó a un ejército de 7 mil soldados con uno de 2 mil y logró detenerlos el 5 de mayo. En fin, resulta que para el Banco de México era mejor idea tener a Rivera y evidentemente lo fue: ante el rostro de un general que muy pocos conocían, ahora está el máximo representante del muralismo mexicano.
Máximo representante por su fama mas no por sus proezas. En comparación con Rivera, Siqueiros no se conformó por ser reconocido y retratar la mexicanidad, su espíritu de lucha revolucionaria lo obligaba a generar cambios en cualquier hecho que se propusiera. En el arte, no sólo se preocupó por la técnica sino también del recinto que acogería su obra. Utilizaba cemento, pistolas de aire y diferentes materiales pictóricos que remplazaron al óleo y le permitieron trabajar al aire libre.
Diego Rivera y él discutieron porque Siqueiros tenía la necesidad de dar otro paso en la pintura mural. Siqueiros a través de la poliangularidad y nuevos métodos y técnicas, se convirtió en uno de los más grandes pintores mexicanos, tanto que fue uno de los maestros principales de la Escuela de Nueva York.
No sólo Siqueiros tuvo ideas mucho más arriesgadas: Tamayo, Felguérez, María Izquierdo y hasta Orozco y el Doctor Átl, veían la pintura como experimentación; Rivera, en cambio, trabajaba con complacencia para un público chauvinista al que le gustaba el periodo indígena y las ideas progresistas que Diego enmarcaba.
En muchos murales escribió “Dios no existe”. Probablemente lo creía de verdad pero ¿para qué decirlo? se enfrentaba a un pueblo católico que al leer u oír acerca de la censura, veía al artista como un rebelde (a medias) y un hombre que no aceptaba los límites impuestos por el gobierno (o sí).
Rivera nació en Guanajuato. Su padre quería que se enlistara en el ejército; su madre, ferviente católica, lo bautizó con el nombre de Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez. Desde nacimiento parecía venir con la maldición narcisista y egoísta que lo hizo tan reconocido: con un gemelo, a los pocos días el pequeño Carlitos murió.
Se dice que Diego amaba sólo a la pintura y a él. Las mujeres eran su pasatiempo, las responsables de encargarse de mimarlo, cuidarlo y adorarlo mientras él disfrutaba de sus amantes, una tras otra, sin importarle los sentimientos ajenos. Siempre quiso ser protagonista de todas las historias, tanto la de su familia contra el hermano gemelo, hasta en los círculos artísticos a los que después perteneció.
Recibió clases de Félix Parra, Santiago Rebull y José María Velasco. Un amigo de su padre, el Gobernador Dehesa de Veracruz, lo ayudó a conseguir una beca a los 20 años para viajar a Europa. Primero a Madrid y después a París. Conoció a Picasso, Seurat, Modigliani, Cézanne y los más grandes artistas y críticos.
Pero codearse con ellos no fue suficiente. En una declaración, Rivera aseguró que Picasso era un genio indudable pero carente de originalidad, al grado de copiar las obras de sus amigos. Rivera lo acusó de copiar su “Paisaje zapatista” en el cuadro “Hombre apoyado en una mesa”. Desde ese instante, la relación entre la malagueño y el guanajuatense se rompió para siempre. Cuántos lienzos de Pablo eran auténticos; cuántos un plagio, alegaba Rivera. Creerle es cuestión de perspectivas, sobre todo si se conoce su fama de mitómano compulsivo que en alguna ocasión aseguró pelear al lado de Lenin.
“Hombre apoyado en una mesa”, Pablo Picasso
“Paisaje zapatista”, Diego Rivera
[Conoce la historia completa de las declaraciones en este artículo.]
Con 1.90 metros de altura, ojos saltones, conversación sagaz y una risa aterradora, aprendió el cubismo y fauvismo y se adentró en el surrealismo. Sin embargo, se ve obligado a regresar a México tras el inicio de la Revolución Mexicana por recomendación de Alfonso Reyes, Alberto Pani y Vasconcelos. En ese momento decide trabajar en el mural “Creación” de la Escuela Nacional Preparatoria y como si fuera una contradicción entre sus ideales y lo ordenado, olvida todo lo aprendido en Europa.
Su vida oliendo a sexo y mujeres parecía plena. Se rodeaba de jóvenes hermosas para pintarlas y a diferencia de cualquier artista de ese momento que estaba preocupado por la Revolución y las guerras, Diego hizo de su talento una herramienta al servicio de las políticas gubernamentales. El Dr. Átl, encerrado en prisión, escapó y se ocultó en el Exconvento de La Merced; Siqueiros intentó hacer un cambio metiéndose a riñas políticas que nada tienen que ver con él, Orozco pintó la muerte en sus murales y Diego plamó la conquista indígena… un tema trascendental pero cuya lucha se había perdido cien años antes.
En busca de las cámaras, las musas de Diego Rivera están en la cima del mundo del cine: María Félix, Dolores del Río, Silvia Pinal se convirtieron en sus amigas. Posaban lado a lado para las revistas de socialité. Rivera quería ser visto y con su gran estrategia de marketing, se convirtió en lo que siempre quiso: el artista mexicano por excelencia reconocido en todo el mundo, lleno de fama, con una técnica pictórica que no requería gran esfuerzo pero que le daba la admiración de su pueblo. Tan famoso como un actor o un cantante del momento, con las mujeres más bellas a su alrededor y una vida cómoda en la que no le hacía falta nada.
Diego fue un buen pintor mexicano, sus cuadros son bonitos pero no complejos, no ruines, ni provocativos. No impuso nada, ni ayudó a que el arte mexicano se transformara. Aún así Diego es y será recordado gracias a su gran estrategia publicitaria, sólo superado, oculto bajo la sombra de esa joven que cobijó entre sus brazos: Frida Kahlo.