Encuentra este artículo en Sabotage Magazine en su edición de diciembre.
Rebecca Horn (Michelstadt, 1994) va de la poesía al arte y, en medio, se halla en el performance. Sus letras empapan su obra y ésta última, también, se puede extender en literatura.
Cuando se encontró con la decisión para elegir su carrera, descartó la economía y se enlistó en la Academia de Bellas Artes de Hamburgo. Su contexto se configuró en el tiempo posterior a la Segunda Guerra Mundial y la aversión a los alemanes, pero encontró en el dibujo la negación de su origen para evitar el rechazo. Hablaba con el trazo.
Una complicación pulmonar, a causa de trabajar con fibra de vidrio y resinas sin la debida protección, la mantuvo en un total aislamiento, y la enfermedad agravó tanto que se internó en un hospital de Barcelona, donde vivía desde hace tiempo. El envenenamiento la condicionó para mantenerse activa y fue entonces cuando, en cama, comenzó a dibujar con pinturas de madera. Durante esta etapa comenzó a crear sus primeras esculturas corporales elaboradas con madera y tela.
De vuelta en la Academia de Hamburgo, profesionalizó su trabajo escultórico y comenzó a trabajar con extensiones corporales y materiales acojinados, de textura suave y algunos ligeros como vendas y pinturas.
Su trabajo más reconocido es dentro del performance, el que comenzó a experimentar a finales de los años 60. Una mujer joven y “burguesa” está lista para casarse. Está vestida para la ocasión: luce un cuerno blanco que le crece de la cabeza y se sostiene de su cuerpo por unas fajas. La chica camina por el campo rozando el trigo con sus caderas. La pieza se titula Einhorn (Unicornio).
Rebecca Horn hace instalaciones a partir de modificar el cuerpo de los involucrados; les crea un traje y los viste con un concepto. Su inspiración está arraigada en las obras de Kafka y Jean Genet, y en las películas de Buñuel y Pasolini.
Otra de sus obras más reconocidas es Pencil Mask. De nueva cuenta bajo la idea de hacer extensiones del cuerpo, Horn diseñó una máscara compuesta por nueve correas como una cuadrícula. En la intersección entre las correas se colocó un lápiz, la idea es que con el movimiento de la cabeza los lápices hagan las marcas correspondientes.
Para Finger Gloves se colocó un par de guantes que simulaban la extensión de los dedos, hechos con madera de balsa y tela en color negro. La experiencia sensorial a partir del tacto era el objetivo con esta pieza: lograr engañar al cerebro para hacerle creer que verdaderamente se está tocando un objeto. Otro ejemplo que implicaba el sentido del tacto y la modificación de las manos es Feather Fingers, plumas de aves cubrían los dedos de la mano al punto de “sustituirlos” y convertir a la palma en una sensitiva ala de pájaro; las caricias que una mano ofrecía a la contraria representaba una experiencia más natural, aunque ajena por la condición “animal”.
Este uso intuitivo de las plumas lo maduraría en sus obras para las décadas posteriores, ejemplos de esto son: Cockfeather (1971), Cockfeather Mask (1973), Cockatoo Mask (1973), Paradise Widow (1975) y The Feathered Prision Fan (1978), capullos, máscaras y abanicos humanos que funcionaban como un traje al cuerpo, algunas, al punto de encapsularlo.
La reflexión de Rebecca Horn gira en torno al cuerpo, su extensión y “maquinización”. Para Horn el cuerpo es objeto y debe ser manipulado para exaltar sus posibilidades. Hace una indagación de las formas corporales, de su sensibilidad no explotada y el espacio que las contiene, a través de la escultura, el video, la instalación, el performance y el cine. En la búsqueda constante de la multiplicidad del cuerpo, Horn se obliga para configurar un proceso creativo superior al anterior.
Los trabajos recientes de la artista comprenden instalaciones cinéticas, la integración de la luz y la música para generar una interacción con el espectador.
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