Así como en la vida hay emociones que destruyen todo, sin saber de dónde vienen, en la Tierra hay fenómenos que provienen de cualquier parte y son de cualquier tamaño, dependiendo de éste será el desastre que causen o la marca que dejen. Así se manifiestan los sentimientos de la Tierra: nubes disfrazadas de plenitud, lluvia con careta de tristeza y tornados con muecas de desesperación que sólo el tiempo sana.
Como si la naturaleza expresara su inconformidad y el correr del tiempo a través de desastres y los materiales pudieran traducir en múltiples posibilidades de percepción, Otoniel Borda Garzón (Bogotá, 1979) creó Reserva, una estructura que ocupa el espacio del techo al suelo con una forma híbrida entre Huracán y Reloj de Arena que se expande hacia los extremos opuestos de la zona de exposición.
Los desastres que ocurren un el planeta son una muestra de la fragilidad humana ante el poder de la naturaleza, la que, a pesar del desastre, con el tiempo suficiente y los cuidados necesarios, se puede regenerar. Por esta razón, Otoniel elige la madera como uno de los elementos que tiene ciclos continuos de vida y muerte: vive en el árbol y muere al ser extraída, revive con la nueva forma que adquiere al ser trabajada y fallece al ser desechada; incluso después de convertirse en despojo, para algunos tiene la posibilidad de resurgir. Y para él la posibilidad de darle una nueva vida es a través del arte.
Reserva resulta una metáfora del huracán y el reloj de arena, una forma que se dibuja y desdibuja relacionando en este modo los efectos aleatorios y a la vez ordenados del paso de un Huracán, las memorias que suscitan los maderos desgastados puestos en contraposición con la estructura limpia, alude sutilmente a ese paso del tiempo sobre el material y se nutre a partir del espacio del que se puede apropiar.