¿En qué momento las corridas de toros se consideran un deporte? ¿En qué momento un graffiti se convierte en arte? ¿En qué momento “La fuente” de Duchamp dejó de ser un inodoro para ser clasificada como obra artística? Estas preguntas poseen la misma polémica que la que titula a este artículo.
Eduardo Pimentel, tatuador profesional radicado en Cuautitlán Izcalli, Estado de México, menciona que “un tatuaje se convierte en obra de arte cuando los trazos y el resultado final son únicos en lo que se plasmó, sin guía, sin bocetos, sin planear nada. Sólo la idea acordada entre el portador y el tatuador”.
“Si una persona pretende que sus tatuajes sean arte, entonces lo son”, según Cristian Petru Panaite, asistente de curaduría de la Sociedad Histórica de Nueva York (NYHS). Nos enfrentamos a dos visiones opuestas que sirven como planteamiento para saber en qué punto un tatuaje, por muy sencillo o complejo que sea en su ejecución, se convierte en arte.
La primera visión alude a la creación desde cero de un diseño que puede o no contener un sentimiento profundo para el artista y el portador. Es arte por el simple hecho de ser único, de nacer de la inspiración de dos mentes que juntas llegaron a una sola idea para confeccionar algo irrepetible en el mundo. La mayoría de las obras artísticas funcionan de esa manera.
La segunda idea acerca del tatuaje como obra artística responde a un sentimiento más emocional. Hace referencia al sentimiento puramente subjetivo del portador: si para él su diseño responde a una necesidad de llevar impregnado en la piel una imagen que represente un acontecimiento importante en su vida, eso será suficiente para ser considerado como una obra de arte.
Otro aspecto a considerar sería la procedencia del tatuaje, es decir, el artista que lo ha realizado. En la actualidad, los tatuadores se miden por nivel de popularidad gracias a la confección de una obra única que se distinga del resto. Cuando son identificables por sus diseños se les considera verdaderos artistas. Por lo tanto, cada trabajo que nazca de su mano y lleve su propio sello será considerado en automático como obra de arte.
Hay un aspecto vital para responder esta pregunta: las obras de arte buscan ser perpetuadas para la posteridad. Los tatuajes aún no han logrado esta acción por razones obvias: la muerte de su portador. Podemos hablar en su caso de un arte fugaz, pasajero, que se disfrutará sólo un determinado momento hasta que llegue la extinción. Las obras de arte como la escultura, la pintura, la música o el cine, tienen los medios para soportar el paso del tiempo y sobrevivir a la muerte de sus creadores. Por el hecho de estar condenados a la desaparición, ¿los tatuajes no logran el estatus de obras artísticas?
Pensemos un momento en actividades como el performance, considerado un arte pese a ser “efímero”, es decir, que no posee un medio para conservarlo de manera física. Surge como una representación momentánea y finaliza sin dejar rastro más que en la mente y en los sentimientos del espectador. El cúmulo de expresiones, su discurso y la manera en que se ejecuta lo hace un arte por derecho propio. Entonces, sería justo decir que el tatuaje puede pertenecer a esta categoría de arte “efímero”, ¿es así?
Existe una posibilidad –que ya es una realidad– de conservar los tatuajes para la posteridad, como si se tratara de un cuadro. Éste es un intento de que la obra realizada en conjunto por el artista y el portador del tatuaje persista en el tiempo y la memoria. La National Association For The Preservation Of Skin Art es una organización no lucrativa que rescata los tatuajes de personas muertas y los exhibe como obras de arte, por supuesto, siempre bajo el permiso previo del mismo tatuado.
Esto dota al tatuaje de un nuevo panorama: la obra del artista ya no estará condicionada únicamente por el periodo de vida de su cliente, sino que la opción de su supervivencia y su valorización se abre a posibilidades nunca antes exploradas. Finalmente, el tatuaje puede salir de lo “efímero” para entrar en el terreno de lo perpetuo y reclamar su derecho propio a ser considerado arte de manera total.
El cuerpo es un lienzo móvil. Está dotado de formas y proporciones dispuestas perfectamente para ser decoradas por su dueño. La capacidad para adaptar un diseño a un brazo, una mano, un pie, a una zona de la espalda dependerá de la sagacidad y creatividad del artista.
Los motivos podrán ser muy espirituales o totalmente terrenales, de cualquier forma comenzarán a adquirir una perspectiva artística en cuanto yuxtapongan la estética del tatuaje con la estética del cuerpo.
Habría que considerar al tatuaje una obra de arte cuando combine los siguientes elementos: una ejecución estética de primera categoría (correcta mezcla de colores, perspectiva, trazos); un significado que trascienda la mera estética (tiene un mayor peso aquel diseño que hace referencia a un momento trascendental en quien lo porta que simplemente un diseño para decorar la piel), y que el tatuaje se distinga por ser un diseño único emergido de la mente del artista. Si a esto agregamos la posibilidad ya mencionada de que sea conservado a través del tiempo, hablamos de que un tatuaje es una pieza de arte.
¿Qué agregarías a estos estatutos?
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Este arte milenario jamás dejará de causar interrogantes y debates entre sus partidarios y detractores. El debate está abierto y les corresponde a artistas, público y críticos determinar en qué momento los tatuajes dejan de ser motivos decorativos para trascender y convertirse en una verdadera expresión de valor artístico.
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Fuente:
Artsy