Un caballo atestado de polillas. Así comenzó una fijación que pronto devino en una manera muy peculiar de analizar y reflexionar sobre la muerte en México, en una carrera profesional sin precedentes en las artes latinoamericanas. Teresa Margolles, nacida en el Culiacán de 1963, recuerda esta escena como un punto crucial en su vida; al ser todavía una niña que encontraba muchos cadáveres de animales al caminar por su ciudad natal, en una ocasión encontró el de un caballo, lo vio por bastantes días hasta que decidió tomar una piedra, arrojarla hacia el cuerpo inerte y vio estallar su estómago, liberando decenas de polillas que ya habitaban en su interior.
“La carne muerta mas no el muerto en sí fue un retrato posible en el trabajo de Teresa gracias a esas manipulaciones que ella ejercía sobre el cadáver en acciones específicas”.
Desde ese entonces supo que ese hecho podía marcar un pensamiento en su persona capaz de explotarse en muy distintas formas; esas formas adquirieron en sus prácticas el carácter ideal del arte en nuestro país y una manera exacta de vincular la vida con un ejercicio estético. Margolles, a través de sus obras, pone en evidencia la transitoriedad y la condición provisional de los cuerpos, de las cosas y sus relaciones. En 1990, formando parte de SEMEFO –colectivo que tomó su nombre del Servicio Médico Forense–, comenzó su búsqueda de lo cadavérico en las morgues; espacios que le permitían una investigación no en el sentido mortuorio o social de la anatomía, sino por lo vivo que había en la materia muerta, según el análisis de Cuauhtémoc Medina.
La carne muerta mas no el muerto en sí fue un retrato posible en el trabajo de Teresa gracias a esas manipulaciones que ella ejercía sobre el cadáver en acciones específicas, performances y ejecución de arte-objetos. El uso del cuerpo como materia fundamental para su producción era escandaloso, sí, quizá lo siga siendo, pero ese recurso visual que tomó como soportes esenciales el desmembramiento, los órganos y los fluidos (a veces solicitados, a veces robados), va más allá de la provocación y se relaciona mayormente con la reflexión sobre lo oculto y los prejuicios en lo que respecta al destino, tratamiento y cuidado de la corporalidad muerta en México.
“El retrato de la muerte atravesó las fronteras del ‘qué’ para trastocar el ‘cómo’ y romper con las barreras de la exhibición y el espectador, inundando al público, penetrándolo”.
Entre sus obras más representativas se encuentra “Lengua”, del año 2000, una suerte de readymade que tuvo su origen en el cadáver de un punk: el cuerpo de un joven que fue asesinado en una de esas batallas de periferia que a nadie le importan más que cuando uno se ve involucrado y en relación directa con esos lugares de indiferencia. La madre de ese chico no contaba en ese momento con dinero para pagar un ataúd o los traslados, entonces Margolles se ofreció a correr con dichos gastos a cambio de un fragmento de ese hombre, lo cual resultó en un pedazo de carne con un piercing en las salas museísticas. Trozo que intenta reconciliar nuestro entendimiento con la memoria, la situación de muerte y el contacto de lo que permanece con lo que desaparece.
Echando mano de lo bizarro, lo erótico, lo morboso y lo afectivo durante la década de los 90, Teresa pronto mutó sus prácticas y, aunque nunca ha abandonado el empleo del cadáver humano o animal para la estampa de lo que se ausenta y se recobra, esa presencia se formalizó ya no en la exposición de los cuerpos en sí, sino de los procesos que les dirigían a ese estado de invisibilidad. Con la creciente ola de violencia en México, el auge del narcotráfico y la guerra contra el crimen organizado, su producción se perfiló a fotografiar escenas de crimen, hacer moldes con los cadáveres y recolectar desechos, no con el fin de mostrar lo obvio o simple, lo aparente, sino de impregnar espacios determinados con la sustancia de lo muerto.
“La presentación del cadáver en distintos medios ha supuesto en Teresa Margolles no sólo un sello de identidad y estética,también su lugar como una de las artistas más importantes y creativas en México”.
Éste ha sido probablemente el momento más rico en toda su trayectoria, cuando el retrato de la muerte atravesó las fronteras del “qué” para trastocar el “cómo” y romper con las barreras de la exhibición y el espectador; inundando al público, penetrándolo con el cadáver hecho atmósfera. En 2001, cuando se realizó su pieza “Vaporización”, el visitante se encontraba en una sala con condensadores que volvían el agua en vapor; el acto realmente consistía en que ese vapor, previamente desinfectado, provenía de agua utilizada para lavar cadáveres. En ese proceso que evoca a la desaparición y la disolución, la niebla de muerte amenazaba al asistente con profanar su carne, sus pulmones, su torrente sanguíneo.
Caso similar fue “En el aire”, de 2003, cuando el público entraba fascinado a una sala del museo donde flotaban cientos de burbujas y el espacio se prestaba idóneamente para el juego, pero resultaba que esas pequeñas bellezas provenían del agua y el jabón con que se lavaban los restos humanos en la morgue. La transitoriedad de lo agradable a lo repulsivo en una misma burbuja servía como evidencia de lo que resulta en nuestro pensamiento con respecto a un cuerpo vivo y uno muerto.
Tras una etapa de contacto no figurativo con la condición de muerte y la decisión en 2006 de militarizar la guerra contra el narco, siendo testigo de un ascenso brutal al número de asesinatos en el país, un incremento de violencia en determinadas comunidades, la obra de Margolles volvió a dar un giro cuando se percató de que ya no era necesario recurrir a las morgues para obtener los vestigios del terror y la desaparición.
Ese episodio que bien puede identificarse como una monstrificación del territorio nacional y una generación de la cartografía necropolítica en la República Mexicana, se caracteriza hasta la fecha por esa visibilidad de los contextos y los escombros del despojo, la relegación, la reclusión y la desaparición forzada. En 2012, “La Promesa” se presentó como una escultura realizada a partir de restos al triturar los elementos constructivos de una casa deshabitada; la casa estaba situada en la calle Puerto de Palos, la zona sur de Ciudad Juárez, en una zona donde se ubican miles de viviendas abandonadas. Durante once días se destruyó pared a pared, los fragmentos se trituraron hasta obtener el material que constituye la instalación y ésta fue activada por participantes que movían los restos hasta ocupar la totalidad de la sala. La pieza evoca la desesperación y angustia de sus habitantes cuando tuvieron que desplazarse dado el miedo generado por la violencia.
La presentación del cadáver en distintos medios ha supuesto en Teresa Margolles no sólo un sello de identidad y estética, su lugar como una de las artistas más importantes y creativas en México también ha marcado un trayecto distinto en el arte contemporáneo y la manera en que se hace crítica política. Para leer más sobre su trabajo y el de otros artistas semejantes, revisa estas 10 obras de arte alrededor del mundo para entender la violencia y Las fronteras del arte y la lucha contra el narcotráfico.
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