El escritor argelino Albert Camus dijo alguna vez que si el mundo fuera claro, el arte no existiría. Esa dualidad, cargada de toda ironía y extensamente debatible, funciona como un espectro más sencillo para empezar a comprender las dimensiones de todo ese patrimonio tangible e intangible al mismo tiempo, capaz de dejar un tipo de huella —una marca sensible y luminosa o un trauma exquisito— en una persona: el arte. Más allá de qué es o no es arte, la pregunta podría apuntar hacia ¿qué es buen arte y qué no?
Un buen artista es aquel que domina la técnica, quien sabe definir la línea a la perfección y es un maestro del color. Un artista se define por la maestría en su oficio. El arte contemporáneo ha demostrado que ya no existe un gran interés por la técnica y este hecho ha dado lugar a que los espectadores de hoy piensen que los artistas contemporáneos han olvidado el buen dibujo y el dominio del color. El Renacimiento quizá sea un ejemplo emblemático. Composición, perspectiva, proporción y demás principios de lo que parece realmente bello se gestó y perfeccionó en este periodo vital de la intelectualidad y los progresos tecnológicos de Occidente. Las obras de Botticelli, como su Venus, una de las más eróticas de la historia, es un paradigma de belleza prácticamente real, desde el punto de vista pictórico, anatómico, etc.
El beso (Gustav Klimt)
Idilio (Gustav Klint)
Llegar a esta idea es un gran error. Es evidente que desde la modernidad el artista se plantea otras cuestiones, que van más allá de la forma. La libertad del artista como creador planteó nuevas búsquedas y desafíos, que suponían sacrificar la técnica. Pero no por ello existía un desconocimiento absoluto de ella. Cuando se hace referencia a Gustav Klimt, su obra más emblemática es El beso. Klimt es sinónimo de mujeres sensuales, desafiantes y de la utilización del pan de oro. Estas características dieron lugar a que Klimt fuese un pionero en el estilo de la secesión. Pero no siempre pintó así. En su obra Idilio (1884), que se encuentra en el Museo de Viena, se puede observar el interés por aplicar el canon clásico, tanto en temática como en técnica. Existe una gran calidad de las líneas y un perfecto estudio anatómico, con figuras esbeltas que recuerdan a las musculaturas de Rafael.
Autorretrato (Salvador Dalí)
Pero la búsqueda y la experimentación de los artistas no sólo responden a las enseñanzas de los cánones clásicos. Un ejemplo de ello se puede contemplar en el autorretrato cubista de Salvador Dalí (1923) que se encuentra en el Museo Reina Sofía de Madrid. A pesar del reconocido estilo de Dalí, en este caso su obra es de corte cubista. De hecho recuerda al retrato de Ambroisse Vollard (1940) realizado por Picasso. A pesar de la influencia se puede observar como Dalí no realiza una simple copia, sino que otorga a su autorretrato su propia personalidad. En él se puede identificar el rostro del retrato claramente, y además éste posee una simplicidad y abstracción que no son propias del cubismo analítico.
Para lograr ser un artista completo debe partirse de un buen conocimiento de la técnica y la tradición pictórica. Ya que sólo así se puede evolucionar y comprender nuevos campos artísticos, de la composición, los materiales, las técnicas. Como ya se ha comentado, el artista debe tener personalidad, debe ser reconocible al espectador, y sus obras tienen que reflejar su propia visión del arte. Esto es fundamental, ya que muchos son diestros en la técnica, pero eso no les convierte en grandes artistas.
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Es un síntoma común y a veces generalizado no entender el arte, pero sobre todo sucede con el arte contemporáneo. Sea o no tu caso, sin duda alguna te interesarán estos 10 libros para comprender qué es el arte contemporáneo.