En qué momento empecé a creer que la mejor idea para ser aceptada era negando una parte de mí.
Me embaracé joven y todos a mi alrededor me hacían pensar que había cometido el peor error de mi vida, pero no me importó…
Estaba orgullosa de ser madre y lo presumía en todos lados. Sus sonrisas protagonizaban mis estados en redes sociales y aprovechaba cualquier momento para hablar de él.
Las cosas con su papá no funcionaron y al poco tiempo nos separamos. Hasta ahí todo bien, me di un tiempo para enfocarme en mi hijo y en mí, lo necesitaba.
Terminé la escuela, empecé a trabajar, pero siempre él siendo mi motivación principal, es por eso que cada que voy al pasado no entiendo cómo es que ‘dejé de ser madre’.
Hubo un momento de mi vida en el que sentí que no podía con tanta responsabilidad y cada que conocía a alguien terminaba peor.
Comencé a experimentar el rechazo por tener un hijo, incluso en lo laboral. Mis pasiones estaban enterradas y no veía el momento de triunfar o hacer otra cosa más que dedicarme a cambiar pañales, soportar llantos, berrinches, y de más.
Me había convertido en la ‘peor mamá del mundo’, ya no aguantaba y sólo quería desaparecer, sumado a que si me gustaba alguien era enfrentarme a un ‘ahorita no, joven’, ‘no me gustan los niños’, ‘no puedo creer que tengas un hijo’, o simplemente un ‘visto’.
Sí, debo admitir que estaba muy frustrada con todo y la situación me afectó tanto que preferí sólo conocer gente y no hablar de mi hijo, al menos que realmente me interesara esa persona.
Un error, debo reconocer, pero tenía mucho miedo de exponerme nuevamente a eso, entonces opté por tener citas sin tocar el tema, pues pensaba que no decirlo tampoco era mentir.
Al principio me resultó, ya que me convencí a mí misma que no quería nada en serio con nadie, hasta que me enamoré.
Llevábamos 3 meses saliendo y hablando diario, algo que disfrutaba inmensamente, pero al mismo tiempo me atormentaba el hecho de que no supiera sobre mi hijo.
No sabía cómo lo tomaría. Por un lado estaba convencida de que debía comentarle, pero por otro, no quería que mi ‘cuento de hadas’ terminara, no todavía…
Mis amigos me animaban diciéndome que entendían mi sentir, pero que aquella persona que realmente quiera estar conmigo, aceptaría mi pasado y mi presente.
Me aconsejaban que lo dijera de la manera más normal, pues no tenía nada de malo, pero mi maldito miedo al rechazo no me dejaba.
Por fin llegó el día y la plática dio pie a que yo pudiera revelar mi ‘secretito’, entonces, me armé de valor y se lo dije. Su cara fue de sorpresa y el momento se hizo incómodo.
Afortunadamente yo estaba por irme, pensé que todo estaba bien, que lo había entendido, pero no fue así. Dejó de hablarme como antes, de escribirme para saber cómo estaba, de invitarme a lugares. Se había acabado.
No dejaba de lamentarme por haberle dicho, de verdad me había enamorado, algo que no experimentaba desde hace mucho tiempo y ahora que abría mi corazón, ya no estaba.
Sentí el mundo caerme encima, pero de pronto miré a mi lado a una persona a quien no le importa quién soy, en qué trabajo, incluso, si no hablo de él, aun así me ama. Fue ahí cuando caí en cuenta de mi error, el preferir agradar a alguien evadiendo mi realidad, una parte de mí.
Mi hijo sería ese filtro para saber a qué personas debo mantener en mi vida y a quienes dejar ir, pero desde el principio.
Me arrepiento de todas la veces que ‘dejé de ser madre’ sólo para que un tipo me quisiera y que la sociedad me aceptara.
No justificaré lo que hice. Ahora lo que evito no es el rechazo, sino el dedicar tiempo a una persona que no puede aceptarme completa, incluyendo esa parte de mí que me dice todos los días: “Te amo, mamá”.