Hace una par de semanas se dio la noticia en España de que quien representaría a esa nación en el certamen de belleza Miss Universo sería una mujer de la comunidad LGBTTTIQ, una chica transgénero. El suceso provocó toda clase de comentarios, muchos de ellos en contra, y que lo único que hicieron fue demostrarnos que estamos lejos como sociedad de aceptar que existen personas con orientación sexual distinta a la nuestra.
El argumento fue que la competición es exclusiva para mujeres biológicamente nacidas, y aunque suena hasta cierto punto lógico, no podemos evitar suponer que es una más de las expresiones homófobas embotadas que salen a relucir cuando se trata de la defensa de otro grupo vulnerable; como si esto, y el glamour, justificaran la acción. Vaya, si todos se ríen del chiste, no cuenta como ofensa.
Los puristas se escudan diciendo que lo natural es que el hombre y la mujer deben comportarse como las costumbres marcan, y relacionarse con el sexo opuesto; que ese es el ciclo de las cosas. Pero ¿será esto cierto o será simplemente lo que dictan las convenciones a las que nos acostumbramos con el tiempo y el entorno mayormente católico de nuestro país que no está familiarizado con fenómenos de este tipo? Hay ejemplos culturales bastante interesantes que puedan ayudarnos a replantear nuestra visión del mundo:
En México, a las abuelitas se les botan los ojos cuando ven por casualidad en el transporte público a un par de hombres darse un beso, pero les sorprendería mucho más saber que en la antigua Grecia era una práctica habitual. La homosexualidad no era escandalosa, en Creta y otras regiones paramilitares era común que un hombre tomara como su amante a un hombre más joven con la intención de transmitirle su sabiduría, un ritual donde la familia del raptado —erómenos—, fingían perseguir a la pareja, pero que al final los dejaban en libertad. Mientras que en Atenas se prefería el cortejo y convertirse en el protegido del adulto — erástes. En ambos casos, si el joven era víctima de violencia por parte del adulto, podía buscar venganza aunque esto no pasaba con frecuencia; el adulto enseñaba al joven a frenar sus impulsos y ser un ciudadano respetable.
Por otro lado, y para hablar del asunto de un hombre asumiendo el papel de una mujer, no tenemos que ir más lejos que al Istmo de Tehuantepec, en Oaxaca, donde existe una comunidad de hombres llamados Muxes: hombres abiertamente homosexuales y cuya identidad sexual es la de una mujer. Con vestidos típicos y asumiendo el rol de ellas en aquel estado del sur de nuestro país, pasan tan desapercibidos como tú y yo en el lugar donde vivimos. El tema está tan normalizado que la discusión no ronda en torno a si es o no adecuada la práctica de estas mujeres, sino en si deberían ser consideradas como un tercer género; muxe, en zapoteco significa simplemente “mujer”.
Así podemos entender que el argumento de que las únicas relaciones naturales son las heterosexuales palidece si buscamos ejemplos en otros contextos, pero lo que también deberíamos meternos en la cabeza de una vez por todas es que no es cuestión de tolerar, sino de re educarnos en una cultura de diversidad y respeto, donde la norma se rompe a cada momento, y es ese respeto lo que nos da la condición de seres humanos.
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