«Para encontrar a Dios, no es necesario ir a la Iglesia, puedes lograrlo teniendo sexo».
La anterior puede parecer una formulación no sólo absurda sino ofensiva. Sin embargo, ésa no es su intención; lo que busca es demostrar que ni Dios —o el sentido trascendental del Universo— depende de una religión y que el sexo es algo opuesto a la espiritualidad.
Durante el coito puede llegarse a una especie de nirvana espiritual; se accede a otro plano de la existencia que supera el placer carnal. No se trata de un asunto poético o metafórico. La ciencia tiene una explicación y, fundamentalmente, ésta está sustentada en que las hormonas que se liberan durante el acto sexual y las de las experiencias espirituales son muy similares a nivel fisiológico.
Esta vivencia —también conocida como sexo trascendente— no es un orgasmo intenso; según quienes lo han vivido, explican que es una sensación que supera al cuerpo. Es decir, no se focaliza en los genitales o en alguna otra parte de él. Es, según dicen, como un momento de iluminación total. Pese a que es imposible definirlo —debido a la inefabilidad propia de la experiencia— parece ser una dicha completa, una especie de luz que inunda el alma.
Sí, el amor se refuerza mucho más, se da una especie de comunión con el otro. Sin embargo, la intensidad de este momento es tal que incluso se produce una especie de trance donde el espacio y el tiempo, tal y como los conocemos, se diluye para dar paso a una conexión espiritual.
Lo sexualidad y la espiritualidad nunca estuvieron separadas. Así lo explica Linda E. Savage para un artículo del Huffington Post:
«Esta perspectiva era la norma en muchas culturas anteriores a la época griega o romana, y estas sociedades datan de 30.000 años atrás. Incluso hace ya 3.500 años, los que vivían en la isla de Creta reconocían el placer sexual como una forma maravillosa de conectarse con el espíritu, renovar la abundancia de la tierra y unirse profundamente entre sí. En esta cultura la sexualidad era ampliamente entendida como un camino hacia el éxtasis espiritual».
Para llegar a esta experiencia única no hay un procedimiento lineal, ¿por qué? Porque no es una especie de receta de cocina, no podría serlo. Sin embargo, ateniendo a las experiencias de quienes lo han vivido, éstas son las técnicas que lo facilitan:
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Respiración sincronizada
Sin forzarse, la exhalación y la inhalación pueden coordinarse en una misma sintonía; esto creará un vínculo emocional entre ambos y eliminará las tensiones.
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Besos por varios minutos sin detenerse
Acrecentará la excitación y, al mismo tiempo, despejará de la mente cualquier pensamiento que la perturbe. Si la relajación ocurre, podrá estarse en el aquí y el ahora.
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Contracciones de los músculos vaginales —en el caso de las mujeres—
En el caso de las mujeres, los ejercicios de contracción de los músculos de la vagina pueden ayudar a controlar mejor los movimientos. Con el paso de la experimentación y de la práctica puede adquirirse más control en la contracción y relajación, lo que ayuda a ser una relación más consciente.
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Sexo tántrico —en caso de los hombres—
Aunque es una practica difícil además de extraña, evitar eyacular puede ser una manera de conservar el autocontrol y almacenar toda la energía que se pone en juego durante las relaciones sexuales.
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Atención plena
Si el boleto del estacionamiento, si el cambio climático, si los pendientes del trabajo, si la fiesta de mañana… nada debe obstruir el pensamiento. No hay otro tiempo ni otro lugar que el aquí y el ahora. El acto sexual debe tener una atención total.
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Usar todos los sentidos
Mirar la piel del otro, lamerla, respirar su aliento, escuchar los íntimos sonidos en el goce, tocar no sólo con las manos sino con todo el cuerpo. Todos los sentidos deben estar completamente inmersos en la experiencia. Es una entrega completa.
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Perder miedos
Muchos miedos salen al paso durante las relaciones sexuales; temores sobre el cuerpo propio, sobre las consecuencias, sobre “si le está gustando al otro también” o si “le falta mucho para acabar”. Para que este tipo de experiencias tenga lugar, es necesario que exista una plena confianza en el otro. Esto porque no debe existir ni un solo sitio para la duda o las reservas.
Probablemente el paso más importante de todos sea reconocer que el sexo no es una práctica “baja”, sucia, repugnante inmoral. Debe entenderse que, además de la función reproductiva y de fuente de placer, tiene la capacidad de conectarnos —literalmente— con el otro y con el Universo.
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Para algunos es cosa de locos, algo que a “algún hippie se le ocurrió” porque no tenía nada mejor que hacer o porque se encontraba bajo el influjo de alguna droga. Pero no es así. Miles de personas han dados sus testimonios —asombrosamente parecidos entre ellos— y sostienen que esta experiencia ha enriquecido su vida. Comprenden que son parte de un todo absoluto y que la vida tiene otros ámbitos invisibles pero esenciales, el sexo sólo es una vía más de acceso hacia esa otra realidad.
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