Texto escrito por: Mia Armstrong
México está a tan sólo cuatro horas de distancia en auto del lugar en el que crecí: Arizona, pero por lo poco que los estadounidenses apreciamos y entendemos a nuestro vecino del sur, bien podría estar del otro lado del mundo. Creo que esa fue una de las principales razones por las cuales decidí hacer un intercambio de un semestre en la Ciudad de México. Quedé cautivada con este enigma geográfico: me fascinaba el hecho de que un país pudiera estar tan cerca y, al mismo tiempo, tan lejos.
Sin embargo, son pocos los estadounidenses a los que también les interesa este enigma. En el año escolar 2015-2016, solamente 5178 estudiantes estadounidenses decidieron ir a estudiar a México. Si bien esto representa un aumento del 10 % en comparación con el año anterior, de acuerdo con cifras del Institute of International Education, no se compara con los más de 39 mil estudiantes que van al Reino Unido ni con los casi 30 mil que eligen España. Entre los destinos más populares para intercambios estudiantiles, nuestro vecino del sur se ubica en el puesto doce. México es un lugar más accesible y conveniente para estudiar que la mayoría de los países europeos y, además, cuenta con una gran oferta académica, cultural y turística. Pero, entonces, ¿por qué somos tan pocos los estadounidenses que decidimos estudiar ahí?
Uno de los principales motivos podría ser que muchos estadounidenses tienen una idea equivocada de la realidad que se vive en México. Cuando se enteraron de que me iba a México, muchos profesores, amigos y familiares se mostraron preocupados. “¿No te preocupa la violencia?”, me preguntaban, haciendo eco de la única idea que los medios de comunicación estadounidenses parecen repetir sobre México: que es el país de las drogas, los cárteles y el caos.
No hice caso de sus comentarios y me preparé para estudiar Comunicación, Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en el Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México. Para ser honesta, no me preocupaba tanto por lo que los estadounidenses pudieran imaginarse de México, sino que me preocupaba lo que algunos mexicanos, al tanto de las noticias, pudieran pensar sobre la situación actual de mi país y, en consecuencia, sobre mí. Después de todo, elegimos como presidente a Donald Trump, quien siempre ha expresado su opinión controvertida sobre México y los mexicanos.
En 2017, el Centro de Investigaciones Pew informó que el 65 % de los mexicanos tenía una opinión negativa de los Estados Unidos, en comparación con una cifra de tan sólo 29 % en 2015. Si bien estos números son alarmantes, mi experiencia fue bastante diferente. En cuanto llegué a México, taxistas, profesores y amigos me ayudaron a tranquilizarme e, incluso, mi preocupación les pareció graciosa. “No te preocupes”, me dijeron. “Sabemos lo que se siente tener un presidente y un gobierno que no representan tus ideales”. Me alegró mucho darme cuenta de que la gente se tomaba el tiempo para conocerme como persona y no simplemente juzgarme por mi bandera y suponer que, del otro lado de la frontera, todos somos absolutamente iguales.
A su vez, actualmente los estadounidenses tenemos una opinión de México más positiva que la de hace algunos años, a pesar de lo que algunos políticos opinan. Desde 2009, la imagen de México en Estados Unidos ha mejorado constantemente: de acuerdo con Pew, en 2017, el 66 % de los estadounidenses tenía una idea positiva de México.
No cabe duda de que yo soy parte de ese porcentaje de estadounidenses, aunque no estoy tan segura de qué fue exactamente lo que hizo que me enamorara de México. Tal vez fueron los tamales dulces; la estación de radio —que pasa “solo música romántica”— que siempre se escuchaba en la casa donde me hospedé; las risas de mis amigos mexicanos ante mis intentos fallidos de bailar salsa; la paciencia de mis profesores cuando tenía que hacer presentaciones en clase y mi español no era tan bueno; o mis caminatas por el bosque de Chapultepec. Tal vez fue ver cómo todo el país se unió bajo el lema “Fuerza México” después del terremoto del 19 de septiembre, que dañó el campus donde hice mi intercambio. O tal vez fue cuando, después del terremoto me uní a una brigada para llevar insumos a Morelos y, mientras realizábamos trabajos de rescate en hogares colapsados, se escuchaban mariachis pasear por las calles cantando “Cielito Lindo”. Probablemente, fue una mezcla de todas esas experiencias.
Casi dos semanas después del terremoto, desperté con la noticia de otro tipo de tragedia: un hombre con un rifle había matado a 58 personas y herido a cientos más en un festival de música, en Las Vegas, a una distancia de tan sólo cuatro horas de mi casa en Phoenix. Mis compañeros de clase estaban horrorizados ante la posibilidad de que algo así sucediera, que tantas personas inocentes fueran asesinadas a tiros en un concierto, en el cine o en la escuela.
En un principio, su reacción me sorprendió porque, como otros estadounidenses, yo siempre había considerado que México era un lugar mucho más violento que Estados Unidos. Sin embargo, para mis compañeros de clase mexicanos, la idea de vivir con la incertidumbre producida por la violencia con armas que existe en Estados Unidos era inimaginable, y yo nunca había siquiera considerado la idea de que, a pesar de cuánto nos gusta pregonar que nuestro país es un lugar seguro, en realidad no estamos seguros ni en las escuelas, ni en los cines, ni en las tiendas, ni en las iglesias.
En los seis meses que pasé en México, tuve muchas conversaciones de este tipo. Juntos decidimos abordar las preguntas difíciles: las repercusiones del terremoto, el tiroteo de Las Vegas, el movimiento #MeToo en Estados Unidos, la elección de Trump y lo que fueron las elecciones en México; la tensa relación entre Estados Unidos y Corea del Norte; el TLCAN; el destino del programa DACA. Estas conversaciones estuvieron llenas de matices y emociones, y siempre se dieron en un marco de respeto. Juntos abordamos lo que parecía ser un abismo de malos entendidos entre nosotros; juntos empezamos a construir un puente para atravesar ese abismo.
En retrospectiva, estudiar en México fue la mejor decisión que he tomado en mi vida y me cambió por completo. Espero que muchos más estudiantes estadounidenses consideren esta opción.
Mia Armstrong estudia Periodismo y Relaciones Internacionales en Arizona State University.
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