A medida que vas creciendo y surge la atracción hacia otras perdonas, crees que conocerás al amor de tu vida en el colegio, que se van a enamorar profundamente, se casarán, tendrán hijos y serán felices el resto de tu vida, sin embargo, con el tiempo te das cuenta de que el amor no es así porque conoces a muchas personas más y que las relaciones suelen ser mucho más complejas de lo que creías.
A veces se vuelve toda una odisea coincidir con alguien: encontrarse, conectar, hablarse, buscarse, mantenerse, tener los mismos objetivos sobre una relación, enamorarse, durar y cuidarse. Aunque, por supuesto, no es imposible. Y cuando llega, y cuando ambos logran todo eso que pensaban imposible, se enamoran hasta los huesos, crees que es el amor de tu vida, estás seguro de ello… pero algo pasa que termina rompiéndote el corazón y aunque muchas veces intentaste dejarlo pasar, te das cuenta de que no siempre el amor puede sobre todas las cosas: no sobre el dolor, las mentiras, la distancia o incluso la muerte.
El destino decidió que sea un amor momentáneo, algo efímero, un sentimiento fugaz. Decidió que no pasaras el resto de tu vida con el amor de tu vida, que se marchara, que no lograran verse crecer ni cumplir sus sueños. El destino decidió que, por mucho que se amaran y fueran el amor de la vida del otro, no tenían que continuar juntos.
No está mal, esta situación también es parte de madurar y de crecer, y aunque te duela el corazón y creas que no volverás a enamorarte, lo harás. No sabemos si la próxima persona que llegue a tu vida puedas amarla menos o más que la anterior, pero sí podría tratarse de una relación más madura, más centrada, más estable y comprensiva, más importante y más recíproca. No puedes saberlo.
Y es que no quiere decir que no te casarás con alguien que ames mucho, sino que quizá no lo harás con la persona que creíste o con quien esperabas que lo harías porque la persona con la que te casas no siempre es el amor de tu vida.
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