El tiempo es relativo, pero contigo lo es aún más. Siempre había sentido el pesar del tiempo en clases y después en juntas; también creía que pasaba demasiado rápido cuando me divertía con mis amigos, mientras jugaba en la calle, leía un libro o cuando era un momento de extrema felicidad, pero contigo he aprendido que eso era sólo una parte del espectro. Es difícil explicar que una plática contigo puede durar cinco minutos, pero que en ella permanezco horas. Son las cosas que nos decimos, la forma en la que hablas y me miras como si no existiera algo fuera de mis ojos; es escuchar tu voz y sentir la vibración de las ondas sonoras rebotando en mí, enamorándome cada vez más. Charlas, pláticas, conversaciones… verdades y confesiones que sólo conocemos nosotros. Lo que hacemos no es hablar, lo que hacemos es arte.
Debo confesar, amor mío, que me había negado a darle vueltas al asunto, pero entender que estas cosas no suceden con otra persona, me demuestran que lo que tenemos realmente es amor. Por eso he cedido y te confesaré cuáles son esas pláticas que con el paso del tiempo me han enseñado que tú y yo no estamos destinados a ser, simplemente somos.
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De la noche a la mañana
Hemos compartido tantos momentos y la noche ha sido testigo de ellos. La pasión es desbordante, es difícil saber quién puede pasar más tiempo sin comenzar a recorrer con sus manos el cuerpo del otro en una búsqueda que siempre termina con ambos perdiendo la ropa, pero ahora no me refiero a esas noches. Hablo de aquellas en las que la intimidad sobrepasó la pasión y que nuestras bocas, en lugar de juntarse, se dedicaron a hablar, a expresar ideas, opiniones, gustos, críticas, temores y más. Esas veces que, sin darnos cuenta, la noche se desvaneció y no callamos sino hasta ver los primeros rayos del sol y romper la mística con la interrogante de qué será lo que deberíamos desayunar.
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Sin parar de reír
Nos entendemos a la perfección, tanto que muchas veces reímos al unísono antes de poder terminar las frases, luego tú dices otra cosa, entrecortada por la risa y ésta aumenta aún más. Un registro ascendente de comentarios absurdos, a veces fuera de lugar, a veces inocentes. Así seguimos hasta que el estómago nos duele y las lágrimas de felicidad corren por nuestras mejillas gracias al sincero humor que solamente entendemos nosotros. Tantos chistes locales, tantas frases sin sentido que desatan carcajada tras carcajada. Hacerte reír se ha convertido en uno de mis vicios más grandes y mientras viva, siempre buscaré hacerte evocar ese sonido que para muchos puede ser algo común, pero para mí es señal de que todo está bien, pues las risas son lo que iniciaron nuestra relación y por nada dejaré que terminen.
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Temas aleatorios que no llevan a nada
Te he visto tantas veces hacer tarea y pasar de un tema a otro y sin saberlo, en vez de investigar alguna teoría científica, te encuentras leyendo acerca de todos los premios que ganó esa película austriaca que tanto quieres ver pero no has podido. Eso es divertido, pero no hay nada como hablar entre nosotros, comenzar con algo que realmente debemos discutir, recordar algo y jurar que en un momento regresaremos a lo que decíamos, y paulatinamente alejarnos del inicio. Pasar por tantos temas: familia, amigos, noticias, tragedias y teorías de conspiración; regresar a la familia y partir en reversa, ahora con los enemigos y los amores olvidados. Zarpar de la lógica y aventurarnos a universos improbables que nada tienen que ver con lo anterior hasta que, después de horas, uno de nosotros dice el clásico: “¿Qué te iba a contar?”.
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Sin palabras
Las más extrañas, las más inusuales, las más hermosas. Ésas en las que solamente nos vemos a los ojos y no es necesario producir sonido alguno. No me refiero a esos breves momentos en que las miradas se cruzan, las sonrisas se dibujan y nos enamoramos un poco más. Hablo de esos momentos en que fijos nos convertimos en un reflejo del otro, que leemos todo lo que somos a través de esa mirada. A veces lloramos, a veces reímos; todo sin decir una sola palabra, pues no necesitamos de eso para entendernos.
Nuestra vida se compone de momentos importantes. Lo que tú y yo hemos vivido es mi esencia y han sido esos momentos que, sin darnos cuenta, guardamos para la posteridad. No dejemos de conversar, de charlar y de siempre conocernos un poco más, pues aunque hayamos dicho todo, somos seres cambiantes; nuestros gustos e ideologías se modifican constantemente, nunca somos la misma persona, pero si de algo estoy seguro, es de amarte seas quien seas.
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