Quien diga que hay una única respuesta a la autodestrucción, la cual englobe todas las comisuras, cabos sueltos y rincones secretos, está mintiendo. Si se pudiera saber por qué el dolor nos seduce, el mundo sería perfecto porque habría una cura al daño. Además, la tristeza y la angustia serían erradicadas y no tendría sentido la membresía de cliente frecuente para el “Lonely Hearts Club Band”. Por desgracia sigue siendo un misterio que ni siquiera los más grandes filósofos han podido descifrar. Entonces, ¿cuál es el sentido de este artículo?
Uno de los métodos psicológicos más efectivos para combatir el dolor es hablar (Ese talking cure al que se refería Freud). Cuando sacamos la daga que llevamos dentro a través de palabras, nuestro cuerpo descansa y se recupera. Después sigue el proceso de aprendizaje donde todo lo expresado se asimila y transforma en una lección de vida. Siguiendo todas estas enseñanzas, escribo el artículo para hablar de mi experiencia autodestructiva y sanar mi alma cansada de tanto sufrir. También espero que ustedes aprendan conmigo sobre todo los malos pasos que solemos cometer en el amor.
Me enamoré de una mujer cuando ella estaba enganchada con otro hombre. A mí no me importó porque estaba tan embelezado con sus encantos que en mi mente sólo estaba la idea de darle un beso y jugar libremente con los rizos de su cabello. Cuando la abordé y me regaló una sonrisa firmé, sin saberlo, una sentencia que me aprisionó durante varios años.
“Las mujeres que se enamoran intensamente de un hombre patán es porque algo en su cabeza y su corazón les dice que deben volver bueno al chico malo”.
En ese entonces yo acababa de pasar una enorme temporada de soledad. Mi primer amor ya había terminado y mi tierno corazón estaba ansioso de amar a otra mujer. Por eso cuando ella apareció de imprevisto me entregué por completo. En cambio Julieta (por ponerle un nombre…) estaba enredada en una relación destructiva. En ese momento yo no entendí la magnitud del problema y me dije a mí mismo: “No pasa nada, todo saldrá bien si me empeño en conquistarla”.
Me equivoqué porque mi querida Julieta estaba más confundida que cualquier otra mujer en el mundo y de paso me empujó al abismo. Su caso era el siguiente. Ella se enamoró de un hombre unos cuantos años mayor. Él (pongámosle el nombre de Ernesto), siendo un patán hecho y derecho, la evadía y a la vez la seducía. Mi pobre Julieta al ser presa del amor se ilusionaba con las migajas que Ernesto le entregaba.
Hasta ahí las cosas no parecen tan complicadas, porque eso de estar entre el “sí” y el “no” es muy común en las relaciones. El problema fue que Ernesto al poco rato conoció a otra mujer. Una chica que venía de Francia a dar clases en la facultad. Para él era muy fácil tener a dos mujeres que le dieran amor sin pedir un compromiso. Bueno, en realidad ambas querían un compromiso pero como él era un sinvergüenza las utilizaba a las dos. Fue entonces cuando Julieta se internó en una relación destructiva. Para cuando yo la conocí ella estaba tan inmersa en el lodo que mis intentos por rescatarla eran inútiles.
Para explicar las acciones de Julieta (y después las mías) es momento de hablar del complejo de Mr. Darcy. Esta teoría se basa en la novela de Jane Austen “Orgullo y prejuicio”, en donde aparece la inocente y encantadora Elizabeth Bennet. La protagonista sucumbe ante los encantos de Fitzwilliam Darcy, hombre arrogante y misógino. La pregunta es: ¿Por qué demonios una chica tan maravillosa como Elizabeth se engancha con Fitzwilliam?
Gracias a “Orgullo y prejuicio” hoy se sabe que las mujeres que se enamoran intensamente de un hombre patán es porque algo en su cabeza y su corazón les dice que deben volver bueno al chico; de santificar al demonio, de curar al enfermo, de regresarle la vista al ciego. Ésta es la única razón posible por la que nos atraigan las relaciones autodestructivas. Mi Julieta fue presa de este fenómeno y se aferró a Ernesto, a pesar que él lo único que le daba era dolor. La imagen dolorosa de besar a la francesa en su cara y después mandarle un mensaje y preguntarle si podía quedarse en su casa en la noche.
“Él (pongámosle el nombre de Ernesto), siendo un patán hecho y derecho, la evadía y a la vez la seducía. Mi pobre Julieta al ser presa del amor se ilusionaba con las migajas que Ernesto le entregaba”.
Ella decía que sí. Se apuñalaba el corazón y aceptaba. Todo porque era dominada por el complejo de Darcy. Los males que ella padeció los reprodujo conmigo. Cuando me enamoré de ella comenzó mi proceso de destrucción. Los papeles se invirtieron. Yo me convertí en Julieta y ella en Ernesto. Así acepté que un día estuviera entre mis brazos y al día siguiente se fuera a dormir con él. Una y otra vez, pasó el horror y yo no podía hacer nada porque era víctima de la teoría trágica de Jane Austen.
Yo le era fiel. Le compraba rosas, escribía poemas y cantaba canciones. Con todo y mis encantos ella nunca me quiso en realidad. El corazón no se puede dividir en dos y estaba claro que yo había llegado tarde a su vida. Ella estaba en una relación autodestructiva cuando la conocía y al poco tiempo yo estaba en la misma lógica, revolcándome en el lodo y sufriendo por amor de una manera bestial.
Hoy estoy fuera de aquella relación. Me costó muchas lágrimas, noches en vela, la destrucción de mis nervios y mi salud mental. Lo único que me queda decir es: Julieta, qué te vaya bonito. Jane Austen, te odio.
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Con mi historia demuestro que el complejo de Darcy puede afectar tanto a hombres como a mujeres. Puede ser una espada de doble filo y comprometer hasta la alma más pura. Este situación la desarrolló de manera más precisa mi querida Julieta en el texto “El complejo que hace que las mujeres se enamoren de un patán”. De paso también deben leer “7 pasos para que tu relación se vuelva más poderosa y estable”.
