El arte se destaca por ser una vía para exhibir y manifestar aspectos del ser humano inefables. En particular, el arte cinematográfico permite exponer fragmentos de lo que implica el ser humano; todas las emociones, sensaciones y percepciones que difícilmente se podrían poner en palabras sin perder su sentido o la esencia de lo quieren expresar. La melancolía es uno de los temas que más atraen e interesan debido a su complejidad y a su carácter enigmático. Posee un tinte seductor que atrapa y que no deja escapar. Se presenta como algo amenazador, pero a la vez genera sensaciones en las cuales el que sufre se siente el ser más desgraciado que ha existido.
Hablamos de experiencias propias de la condición humana que permiten cuestionar e indagar en cómo se construye una persona a partir de elementos externos, los cuales al perderse generan un estado de caos, incertidumbre y dolor. Para entender la melancolía vista desde el modelo psicoanalítico debemos remontarnos al origen desde el que supuestamente emana el estado melancólico. Para esto, se anuncian las tres etapas del Edipo estipuladas por un autor que es pilar en la teoría psicoanalítica: Sigmund Freud.
En su proyecto de Psicología de 1895, Freud intenta plantear una hipótesis energética del funcionamiento del aparato psíquico de un sujeto. Parte del supuesto de que anterior a la existencia hay un estado de nada; es decir, un estado de no necesidad, una energía no ligada. Sin embargo, cuando salimos del vientre materno esa energía se liga a algo debido a la tensión y suma de excitación hasta llegar a un límite que Freud llama represión primaria. Esto es un tipo de represión meramente biológica que se manifiesta en el llanto, pues para él salir al mundo es un acontecimiento violento.
No obstante, el primer límite no es el único momento en el que desarrollamos un instinto de conservación. Una de las funciones de las neuronas llamadas barreras de contacto es cancelar y detener la tensión, o bien hacer que la cantidad de tensión disminuya. Dicha liberación de energía no es suficiente, ya que debe haber un objeto auxiliador u otro semejante —la carne del otro. Ese otro del que se habla es quien funge como símbolo materno.
Si nacer es doloroso, entonces lo primero que registramos biológicamente es el dolor. A través de distintos mecanismos de defensa, con el tiempo logramos equilibrar esa tensión y ese dolor. A partir de ese momento el cuerpo comienza a registrar las primeras vivencias de placer, y con estas vivencias se construye la psique del individuo. Pero aunque la marca de placer (Huella Objeto Satisfacción) sea inscrita, la marca del dolor (Huella Objeto Hostil) siempre tendrá mayor penetración en la psique humana. Y en el instinto de conservación, lo que busca el aparato psíquico es evitar el dolor.
Una vez que aparece la memoria y los recuerdos latentes, es posible que el trauma entre en escena. Cuando nuestras experiencias son hipertensas, la sensación de dolor no pasa y se queda en la memoria del sujeto, pero de manera inconsciente. Y es precisamente en la primera etapa del Edipo —en esta construcción de memorias— en donde se encuentra la génesis del melancólico. Si en esta primera etapa el individuo no se siente incluido en los deseos de la figura materna, el niño deviene en una personalidad melancólica, no existe en él un deseo —o se desea la nada. A diferencia del duelo, que es cuando se sufre una pérdida, en la melancolía el Yo sabe que ya perdió. La melancolía se vive como la herida hemorrágica, y al no saber qué perdió —ya que es inconsciente de su pérdida— su herida se agranda. Entonces el individuo se hace miserable frente al mundo, carga un Yo debilitado.
Otro elemento que se relaciona con la personalidad melancólica radica en que el umbral del dolor del sujeto es escaso. Debido a que el deseo se encuentra abolido, el ideal también se pierde. Además el Yo siente culpa, y al sentirse culpable una forma de reproche se desvía hacia el otro. Es por ello que a las personas melancólicas les cuesta tanto trabajo relacionarse con los demás y formar lazos auténticos, más allá de lo imaginario.
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