En un principio, los seres humanos éramos exclusivamente omnívoros; es decir, comíamos animales y plantas. Recientemente, las opciones alimenticias se han multiplicado: hay vegetarianos y veganos; hay personas que no consumen lácteos; hay quienes no comen carne roja ni pollo, pero sí pescado, y ahora la gente que sólo come pescado también tiene un rótulo: “pecetarianos”. Lo anterior resulta contradictorio en una época en la que hemos pasado la mitad de nuestras vidas escuchando sobre la importancia de no usar etiquetas para las personas.
Algunos vegetarianos, por ejemplo, continuaron su búsqueda de algo más y se cambiaron al veganismo, procurando estar más sanos, más “conectados con la fuente”, más ligeros, más delgados, pues se negaron a comer cualquier derivado animal —incluida la miel. Otros carnívoros arrepentidos, hicieron una rápida transición de la carne a los vegetales, al arroz y la pasta. Pero generalmente este cambio dura hasta que la fuerza de voluntad los traiciona, pues se trata de un proceso que debe hacerse estando 100% consciente de todo lo que implica.
Por otro lado, ciertas condiciones existentes desde el nacimiento —como el hecho de ser celíaco, una condición padecida por personas hipersensibles al gluten— le hacen la vida tortuosa a más de uno al tener que prescindir de los deleites terrenales como: panes, galletas, hojaldres. En cambio, otros evitan estos alimentos voluntariamente por cuestión de moda, y hacen el sacrificio de prescindir de cualquier cosa —por más placentera que sea—, que los pueda “inflamar”, afectar el aura, bajar la frecuencia vibratoria o todas las anteriores.
¿Pero en qué momento se multiplicaron tanto las opciones? ¿Será que tener tanto para elegir viene ligado a la pérdida total de un compromiso para con las opciones que escogemos? Quizá porque sabemos que a la vuelta de las esquina hay más opciones esperando por nosotros, listas para ser elegidas: camisas sin mangas, con mangas, unicolor, coloridas, de todos los rangos posibles de precios; comida thai, sushi, tapas, molecular, típica, fusión; cine indie, Ciencia Ficción, 3D, 4D; Thailandia con Airbnb, New York con Surfcoach, Costa Rica haciendo voluntariado, Four Seasons George V de París; relaciones abiertas, tríos, swingers, relaciones heteros, homos, vida en comunidad donde todo se comparte.
Por ejemplo, en Tinder —uno de los representantes emblemáticos del nuevo modelo para conseguir pareja de esta generación— proliferan perfiles de personajes altos, flacos, morenos, rubios, adoradores del rock, del boxeo, del culto al físico; todos expectantes de que los dejemos pasar a nuestras vidas. Pero esas vidas se mueven a tan vertiginosa velocidad que nos facilita elegir al candidato o candidata de turno con sólo un toque hacia la derecha.
Por otra parte, en los colegios estudiantes de no más de 19 años son orillados a tomar una de las decisiones más trascendentales de nuestra vida: ¿qué vamos a hacer con el resto de ellas? A esa edad tenemos que elegir qué carrera tomar —justo en la etapa en la que queremos todo y no queremos nada—; y cuando se presenta un raro caso de algún chico que desde pequeño sabía que estudiar, diseño por ejemplo, se les ofrece elegir entre diseño de interiores, de modas, paisajismo, industrial, de textiles, diseño y comunicación, de espacios comerciales, gráfico, de packaging, de imagen empresarial… Un sinfín de opciones que los abruma de tal forma que vuelven al punto de partida: quiero todo y no quiero nada.
Si bien el exceso de opciones nos ha ayudado a abrir los ojos a un mundo al que antes sólo se podía acceder por televisión —y que la mayoría de las personas jamás en la vida podría llegar a conocer—, también nos ha hecho ser seres más inestables. ¿Dónde se encuentra el balance? ¿Cómo sabemos en qué momento parar de evaluar opciones para abrazar alguna y comprometerse con ella? ¿Qué queremos? Cómo sabemos que eso es lo que queremos para siempre? Ahora vivimos más años, y ese “para siempre” se extiende cada vez más a punta de descubrimientos científicos; lo que vuelve cada vez más cotidiano que las personas, por ejemplo, empiecen de nuevo una carrera, un matrimonio, una familia o una mudanza a otro país en sus 40 y 50 años, cuando hace unos 40 años, a esas edades ya la gente se preparaba para vivir sus últimos años de vida. Gluten free, no lácteos, no semillas, no frutas, cero grasa, veganos, no azúcar, sólo vegetales verdes, ¿al final que nos queda para elegir? Vamos por la vida como eternos insatisfechos, siempre buscando algo más, corriendo el riesgo de quedarnos sin opciones.
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El texto anterior fue escrito por Yovanka Guerra.
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