Por mis hijos vivo, por ellos puedo ser la más dulce mariposa y convertirme en la más feroz de las leonas. Cuando te conviertes en madre es como si algo se desbloqueara en tu ser, te conviertes en una mujer mucho más cariñosa, valiente, reconoces el llanto del hambre, del sueño y de la incomodidad, llevas horarios a la perfección cuando antes ni podías acabar un tratamiento medicinal porque se te olvidaba y te conviertes en el ser más protector. Es tu sangre, es tu bebé, es tu todo.
Muchas veces las mamás nos olvidamos un poco de nosotras. Damos la vida por nuestros niños, cuando ves hacia atrás te das cuenta que nunca habías conocido un amor más puro. Estamos tan enfocadas en proteger, atender y cuidar a los nuestros que a veces ni recuerdas cuándo fue la última vez que te cortaste el pelo o cómo poner las sombras que te salían perfectas en la prepa. Y está bien, no te preocupa porque ves a tus hijos felices, inocentes, puros y con un alma tan frágil que quisieras jamás alguien la cambie. Eres otra, eres un soporte, una cobija que quiere protegerlo contra todo; por eso no puedes permitir que alguien, cualquiera que sea, al menos pensara en hacerle daño a tus hijos.
Escuchar que alguien juzga a tu hijo es una experiencia que ninguna mamá quisiera pasar, pero desafortunadamente sucede. Es ahí cuando salen nuestras garras. Sabemos que la vida es difícil y que ellos se enfrentarán a muchos obstáculos, que incluso es bueno dejar que se caigan para que aprendan a levantarse; pero sin duda, si algo está en mis manos para amortiguar o evitar esa caída, lo voy a hacer así tenga que pasar por todo y todos.
Las mamás tenemos CERO tolerancia si alguien se mete con nuestra más bella creación; y no, no estamos mal ni somos exageradas. Si hay alguien que se atreve a hablar mal de nuestros hijos frente a nosotras, salta nuestro instinto más animal de protección. Es cierto que no todas reaccionamos de la misma manera pero podría atreverme a decir que el sentimiento, lo que sucede dentro de nosotras, sí es igual.
Solo una mamá sabe lo que es cargar a un bebé en su vientre, vivir el dolor más fuerte del parto pero que a la vez no te importe porque estás dando a luz a la extensión más hermosa de ti, sabe qué es dormirse tarde y despertar varias veces por la noche, sabe qué es la desesperación cuando un hijo enferma y no le baja la temperatura, sabe lo que es darle de comer verduras aunque haga berrinche por querer más dulces. Nuestros hijos nos hacen fuertes, invencibles, el ser más grande y valiente, pero también, nos vuelven las personas con más miedo, preocupaciones y estrés. De igual forma son nuestra más grade debilidad.
Cuando alguien habla mal de nuestros hijos simplemente nos hierve la sangre; y no necesariamente debe hablar, a veces con alguna mirada, cara o incluso con ignorarlos. Respiramos, sabemos que es ‘opinión de otra persona’ y que no nos debe afectar, pero es inevitable querer protegerlos, es inevitable sentir coraje y frustración. ¿Qué les da el derecho? ¿Por qué juzgan, critican, hablan o ignoran al ser más preciado que tengo?
El trabajo de una madre es muy complicado. Ahora es muy diferente a hace algunos años donde se dedicaban 100% al cuidado de los hijos. Hoy generalmente las mamás trabajan, son el primer sustento del hogar, limpian la casa, tienen amigos, una vida, hobbies, hacen de comer, hacen la tarea con ellos y están siempre al pendiente. Todo junto. Es agotador pero ponemos todo de nosotras para lograrlo; sin embargo, siempre hay un sentimiento de culpa por no poder estar totalmente para ellos, como nuestras mamás lo hicieron con nosotros.
Los tiempos han cambiado y eso nos genera CULPA. Culpa porque nuestro hijo solo nos ve trabajar, culpa porque es poco el tiempo que puedes jugar con ellos, culpa porque muchas veces deben hacer la tarea solos. Culpa por no ser ‘la mamá perfecta’, y es que en realidad no sabemos cómo es, nadie lo sabe, pero todas nos juzgamos por no serlo, a pesar de hacer todo lo que está en nuestras manos para darle lo mejor.
Entonces, cuando alguien se atreve a decir algún comentario negativo de tu hijo, te molesta, te duele, te enfurece, porque justo le dieron a nuestro clavo más débil: la culpa.
Cada una sabe las fortalezas y oportunidades de nuestros hijos pero, ¿qué les da el derecho a hablar de ellas? ¿qué estoy haciendo mal? ¿en qué he fallado y qué necesito mejorar? Te hacen sentir una mala madre, alguien que no sabe educarlos o guiarlos.
Y entonces viene el pensamiento ‘A mí dime lo que quieras pero con mi hijo no te metas’ , porque sí, podré aguantar todo y de todos: críticas, regaños, burlas e incluso abandono de personas externas, familiares e incluso su padre, pero a él no lo tocas.
No saben lo que vive, no saben lo que hay detrás, no saben lo que pasa en casa, no saben el esfuerzo que estoy haciendo por darle todo lo que puedo y educarlo de la mejor forma, NO SABEN Y NO DEBERÍAN SABERLO, porque el que lo desconozcan, no les da el derecho a juzgarlo.
Siempre tratamos de ser esa barrera de protección para que no le afecte nada. Si te enteras que alguien habló de él, lo guardas, tú lo manejas y no permites que lo sepa. ¿Qué sucede cuando la crítica va directamente a sus oídos? No lo aguantas, te conviertes en la leona más feroz que no puede permitir que alguien lo dañe, que le provoque conflictos que evidentemente no sabe manejar, que rompa su inocencia y lo haga sentir inseguro.
Y es que eso pasa, ellos no son lo suficientemente maduros para que no les importe, como dice su papá, un poco más insensible como la mayoría: Pues que le valga. No, no es así, ellos son una esponja y en todos los sentidos. Las mamás lo sabemos. Ellos absorben, guardan y claro que tiene consecuencias. No se dan cuenta de las inseguridades que les causa una ‘simple opinión’.
Sucede mucho ahora en pandemia. Nosotros somos más maduros y nuestra capacidad de adaptación está desarrollada. Aún así nos ha costado trabajo. ¿Cómo le explicas a tu hijo que no puede salir a jugar con sus amigos como lo hacía? Que debe pasar el tiempo en la casa y tomar sus clases a través de una pantalla. Al mismo tiempo yo trabajo, así que debe madurar en cuestión de días y adaptarse a llevar las clases solo, aprender a ignorar su casa, su espacio, sus juguetes, su cama, para ponerle toda la atención a la responsabilidad de la escuela. Y entonces quiere participar, lo intenta y se burlan. Se siente mal y deja de hacerlo, ‘¿Para qué participo si se van a reír?’, dice. No entienden lo que le causó y a mí me da rabia. Intento darle seguridad, confianza, que supere ese obstáculo. No es lo mismo, es más complicado para ellos al nivel de pedir mi aprobación cada que quiere opinar.
Un tema constante últimamente y sobre todo que genera choques generacionales, son los estereotipos, las etiquetas que la sociedad pone sin pudor. Mi hijo puede jugar con muñecas si así lo quiere y mi hija puede tener un balón y carritos cuando se le antoje. ¿Por qué no? Solo son juguetes, solo son colores, no tienen género. Y entonces vienen comentarios de sorpresa y desacuerdo de familiares y amigos. ‘Esas son cosas de niñas’, le dicen a mi hijo. Le afecta, le duele y termina por esconderlo. ¿Qué tiene de malo que juegue con muñecas? Salto, mi frustración me lleva a explicarle que no pasa nada, que está bien si quiere hacerlo. La rabia es inevitable, ¿por qué se lo dicen a él? Evidentemente no sabrá contestar como puedo hacerlo yo. Lo defiendo y trato de darle toda la confianza para que haga lo que quiera sin pensar en estereotipos. Es una lucha de ambos, juntos, contra un sistema, el sistema que siguen incluso sus personas más cercanas como tíos y abuelos.
Ser mamá es difícil, es tan hermoso como complicado, el sentido protector nos rige desde que se encuentra en nuestro vientre y sus caídas nos duelen tanto como a ellos, incluso me atrevería a decir que mucho más. Y es que nunca queremos verlos sufrir, queremos amortiguar sus caídas y aliviar su llanto.
Sabemos que nuestros hijos deben recorrer su propio camino, enfrentar tropiezos, encontrarse con la misma piedra hasta aprender la lección y madurar para saber manejar las inseguridades. En ese mismo camino vamos nosotras, a veces a un lado y a veces atrás guiando y protegiendo sus pasos. Aprendiendo a hacerlos fuertes, aprendiendo a controlar la ira y manejar los factores externos que quieran meterse en ese camino. Dándole herramientas, atajos y sobre todo, nuestro amor incondicional.
Siempre estaremos para ellos, eso es un hecho, y siempre nos llenará de rabia saber que alguien los juzga o lastima. Nos juzga y lastima a nosotras también. Pero cuando eres mamá se desbloquean superpoderes que te blindan ante esas situaciones y enfocan tu atención completamente al desarrollo y salud física y mental de ese ser, tu ser, tu todo, que con tu protección, refugio y cariño, podrá crecer fuerte y seguro de que jamás, NADIE debería juzgar a alguien y mucho menos sin conocer qué hay detrás.
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