“El joven presenta alteraciones severas de conducta que lo llevaron a dar un giro trágico a su vida, la cual era muy prometedora”. Esa fue una frase de uno de los periódicos más respetados de México, en un artículo que hablaba de Javier Méndez Ovalle, “el asesino de Tlatelolco”, el joven que le quitó la vida a la joven Sandra Reyes Camacho. En la mayoría de los sitios de Internet de otras publicaciones, el individuo fue llamado “genio”, y un “estudiante modelo” cuyo futuro fue destruido por un crimen.
Pocos mencionaron el futuro que pudo haber tenido Sandra.
Aunque la mayoría de las publicaciones trataban de informar sobre el hecho, la mayoría carecía de una perspectiva sólida que antepusiera primero los efectos del asesinato en la víctima y en su familia, frente a los logros del joven asesino.
Los hechos fueron los siguientes:
Javier conoció a Sandra en Internet y decidieron salir por primera vez. Ese día fueron a un centro comercial (Plaza Universidad) y se sentaron juntos en el cine. Después caminaron en un parque y ella aceptó ir al departamento del joven de –entonces– 17 años. El par decidió tener relaciones sexuales y cuando terminaron, él trató de impresionarla mencionándole sus logros: Le mostró su medalla de Oro de la Olimpiada Nacional de Matemáticas, y la de bronce de las Olimpiadas de Física en Estonia. Posteriormente, le afirmó que viajaría a otro país, pero Sandra no le creyó y –según la declaración de Javier– se burló de él.
Él trató de convencerla de que era cierto, pero ella seguía burlándose, hasta que él la empujó y decidió quitarle la vida ahorcándola.
Una vez que se dio cuenta de que estaba muerta, Javier –con extrema calma– decidió cortarla en pedazos con un cuchillo de cocina y esparcir sus restos en distintos botes de basura de la unidad habitacional Tlatelolco. Después de eso pasó al departamento de sus padres en otra colonia, tomó dinero, dejó a su hermano menor con la vecina y decidió huir.
Después de que los restos de Sandra fueron encontrados y se halló el vínculo con Javier, se desplegó una búsqueda que culminó un año después. Él fue encontrado en otro estado con una falsa identidad trabajando como mesero, y ya relacionándose con otras jóvenes.
Podríamos pensar que los medios utilizaron la etiqueta de “genio” o de “estudiante modelo” para atraer la atención al caso. No todos los días un hombre premiado comete un crímen de esa forma (¿o sí?). El problema fue que, al darle todas esas características, los periodistas inconscientemente estaban generando un sentimiento de simpatía por el asesino. En los comentarios que aún aparecen en sus publicaciones, aparecen usuarios lamentándose del “futuro” del que se perdió el joven por haberle quitado la vida a una mujer “en un momento de descontrol”, y nadie hablaba de la vida de Sandra ni del dolor que sufrió su familia o la gente a su alrededor, o del futuro que pudo haber tenido.
En la declaración de Javier, el chico decía que le había prometido conseguirle trabajo como edecán. Eso fue lo único que mencionaron y es un dato que automáticamente genera una opinión en la audiencia. Mientras que él era un “chico perfecto”, ella era solo una adolescente que buscaba un trabajo simple. Es cuando entra el machismo de la audiencia, quienes decidieron que él era mejor, en vez de cuestionar todo el trasfondo de su declaración. De igual forma, al usar la descripción que dio el asesino sobre los hechos, ella quedaba como una “provocadora” y en pocas ocasiones se cuestionó el estado psicológico del joven, quien, según algunos expertos, podía presentar un cuadro de psicopatía y que –si tuviera otra situación similar– podía quitarle la vida a otra mujer o persona.
Algunos medios dijeron que Javier atacó a la joven en un momento de descontrol, como si “no hubiera aguantado más”. Eso sugiere, indirectamente, que todas las personas tienen un punto de ebullición, el cual puede provocar que asesinen a alguien de forma justificada.
Por ese motivo el término “crimen pasional” le quita seriedad a un feminicidio. El hecho es que Javier se molestó y decidió matarla. Esa elección no la hace cualquiera.
Uno de los peores recuentos que hubo de los sucesos, fue realizado por el “periodista” Alejandro Sánchez González, para la Revista Eme Equis, en su historia de portada de Septiembre de 2014. En una historia que él llamó “El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)” el autor hace una completa apología al asesino, presentándolo como un individuo inocente y dulce que fue llevado al extremo por una provocadora. A lo largo del texto, Sánchez excusa las acciones de Javier, usando un lenguaje claramente construido para convertirlo en la víctima, y no menciona que claramente cometió un feminicidio. Aunque el autor afirma que no lo hizo intencionalmente, demuestra cómo una falta de perspectiva, puede terminar en una mala representación de un crimen.
La Dra. Alba Pons Rabasa, experta en perspectiva de género, señaló la terrible forma en la que fue narrada la crónica literaria de Sánchez, asegurando incluso que el autor guardaba resentimiento a las mujeres, similar a como lo hacía el asesino. Los miembros de Eme Equis y otros periodistas hombres atacaron a la crítica, afirmando que el joven Sánchez González era una gran promesa del periodismo y que la Dra. Pons buscaba destruir su carrera con sus comentario. Lo defendieron con los mismos adjetivos con los que él describía a Javier, demostrando de forma tácita que valía más su carrera o la vida de Javier que la de cualquier mujer.
A pesar de eso, el conflicto permitió que se abriera la conversación sobre cómo son abordados los feminicidios por el periodismo en este país y cómo en muchos círculos aún existe una perspectiva limitada sobre la violencia de género. Muchos medios carecen del tacto o de un código moral apropiado para hablar sobre esos casos, revictimizando a las fallecidas o disminuyendo su importancia.
En las referencias de este artículo se encuentran enlaces que relatan a detalle lo sucedido en ese departamento de Tlatelolco. Algunos presentan apropiadamente la información pero en otros él sigue siendo señalado como un genio que arruinó su vida, no como un asesino que terminó con la de otra persona. No importa que haya sido premiado ni que haya estado en otro país. Hoy él cumple una sentencia de 50 años. Pero aún existen millones de feminicidas libres, y si los casos de sus víctimas son tratados como el de Sandra, quizá nunca se le de importancia a los asesinatos de mujeres, en este país en el que siete mujeres mueren al día por feminicidios.