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Uno de los sitios más simbólicos de la capital mexicana envuelve un oscuro pasado, un hecho histórico que redireccionó el destino de nuestro país. El 1 de Mayo de 1846 Estados Unidos y los Estados Unidos Mexicanos, iniciaron un conflicto bélico a partir de un supuesto enfrentamiento entre militares norteamericanos y soldados mexicanos, previo a este hecho, el 26 de noviembre de 1845, el congreso de los Estados unidos de América había declarado la adición del territorio de Texas que carecía de recursos culpando al centralismo aplicado al sistema federal.
Políticamente, México ha sido un desastre desde tiempos inmemorables, para 1845 el gobierno mexicano no se había logrado consolidar, el primer periodo del México independiente estuvo compuesto por desfile de presidentes que no duraron ni un año en el cargo, sublevaciones de estados y fuertes críticas al centralismo que dictaminaban las Siete Leyes principalmente en los estados del norte.
De 1821 a 1845 fue imposible logra la cohesión social con enfrentamientos entre liberales y conservadores de por medio; no había una idea de nación concisa, parecía mera especulación, esto ocasionó el conflicto en Texas cuando tropas mexicanas reclamaron ese territorio como suyo (lo cual es falso), James K. Polk, entonces presidente de Estados Unidos, utilizó como vehículo ésta excusa argumentando el clásico “Sangre norteamericana fue derramada en territorio estadounidense” valiéndose de un argumento incierto para declarar el estado de guerra.
John Slidell, Senador estadounidense, fungió como preludio del conflicto, Sildel fue enviado por Polk “diplomáticamente” a discutir los términos de la independencia de Texas y a negociar la compra de California y Nuevo México a lo cual se rehusaron las autoridades mexicanas; es más que claro que desde el principio y desde mucho antes la intención por parte de nuestros vecinos del norte era netamente expansionista.
Zachary Taylor, emisario de Polk, fue el encargado de penetrar en territorio Mexicano confrontando al general y pesidente Antonio López de Santa Anna en su condición de militar y presidente por mandato provisional; después de una inminente derrota en varios puntos del norte de la república, el presidente Mariano Paredes y Arriaga, luchó en contra de los norteamericanos y en contra de un movimiento federalista que se inició en Guadalajara que acusaba a arriaga de asaltar la presidencia de José Joaquín Herrera e ignorar las demandas constitucionales; Arriaga únicamente contribuyo al caos, renunció al cargo declarando el retorno de Santa Anna a la presidencia.
El país no tenía un líder conciso y lo abolía la desorganización estatal, las tropas americanas atravesaron la república sin demasiadas complicaciones llegando a las orillas de la Ciudad de México el 7 de septiembre de 1847, después de la batalla de Churubusco decidieron que debían tomar la capital entera dando lugar la disputa por el castillo de Chapultepec el 13 de Septiembre de 1847.
El general Nicolás Bravo fue quien estuvo al mando de las tropas que defendían el complejo militar de Chapultepec, por lo tanto, dispuso de todos los recursos disponibles dentro de él para evitar la inevitable toma del castillo; ahí nació la polémica historia de los Niños Héroes.
La batalla del castillo de Chapultepec es más que seis cadetes que murieron en batalla, simboliza la muerte de la confianza en la soberanía nacional, las consecuencias de la no consolidación de un proyecto de nación y la pérdida de más del 55% del territorio nacional; dice Mariano Otero: “En México no hay ni ha podido haber eso que se llama espíritu Nacional porque no hay nación”.
Con la pérdida de la batalla del Castillo de Chapultepec se perdió el control de la nación y la confianza en la soberanía nacional, el 14 de septiembre con el control de la capital el general B. S. Roberts fue el encargado de colocar la bandera norteamericana en el asta de Palacio Nacional, justo un día antes de la conmemoración de la tan aclamada independencia de México.
Las negociaciones de paz trajeron consigo el indigno tratado de Guadalupe firmado el 2 de febrero de 1848 en la Villa de Guadalupe Hidalgo negociado por Manuel de la Peña y Peña presidente interino sucesor a la renuncia de Santa Anna, cediendo los estados de: California, Nevada, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Texas, Estados Unidos pagó 15 millones únicamente por los territorios anexos al tratado, llevándose consigo estados, esclavos y quizá el perfil preciso para después ser potencia mundial.
Cabe resaltar que de no haber sido por Manuel de la Peña y Peña, y el gobierno inglés, la guerra habría continuado probablemente hasta que México desapareciera, un antecedente aleccionador y doloroso que no debe ser olvidado, días tan trágicos como el 13 y 14 de septiembre no deberían ser ignorados por la memoria colectiva mexicana, deben ser recordados con objetivo de no permitir jamás que se vuelva a repetir; en estos tiempos tan complejos insatisfactorio es el hecho de festejar una vieja victoria cada año y mil tragedias cada hora, ningún mexicano merece tal penumbra.
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