“El deporte es lucha, sí, pero lucha noble y franca, que no deja tras sí, como las guerras, un reguero de lágrimas y sangre”. Ramiro de Maeztu
Fueron dos semanas intensas, emocionantes y emotivas; ahora las Olimpiadas han pasado de un sueño a un recuerdo, el mundo vuelve a la normalidad, esa que en ningún momento se detiene, pero los Juegos Olímpicos provocan una suerte de amnesia momentánea: parece que todo pasa a segundo plano y que los humanos podemos dejar toda la miseria y oscuridad del mundo para refugiarnos en el deporte, que es capaz de regalarnos momentos mágicos que maquillan la realidad.
Como en cada competencia deportiva existió el drama, la emoción, la tristeza, la felicidad y la nostalgia. Vimos a muchos atletas demostrar su grandeza y los admiramos por su espíritu que los llevó a lo más alto de sus disciplinas; principalmente a Michael Phelps y Usain Bolt, quienes se retiraron como auténticos campeones y leyendas (posiblemente los mejores) de sus respectivas áreas: natación y atletismo.
Fuimos testigos de cómo Brasil obtuvo su tan ansiado oro olímpico en futbol, de cuando Juan Martín del Potro se ganó el corazón del mundo con un regreso sorprendente, que se reflejó en una medalla de plata (pero que para muchos vale oro), y pudimos observar las razones por las que Simon Biles se impuso en la gimnasia.
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Pero no sólo de triunfos vive el hombre o, en este caso, el atleta. Es el espíritu de deportividad, de sana competencia y de respeto al rival el que perdura más que cualquier metal.
Cómo olvidar cuando Abbey d’Agostino de Estados Unidos (con todo y un esguince en su rodilla) y Nikki Hamblin de Nueva Zelanda se apoyaron mutuamente tras una aparatosa caída para completar su disciplina, lo que les valió la calificación a la final por su muestra de humildad y bondad, o el momento en que el paraguayo Derlis Ayala se detuvo con el fin de motivar al argentino Federico Bruno para que lograse terminar la maratón, olvidándose de mejorar su marca personal; o cuando el francés Yohann Diniz desafió a su propio cuerpo para poder concluir los 50 kilómetros de marcha en un honorable octavo puesto.
El deporte, como fiel reflejo de la vida, también mostró un lado polémico, un lado injusto y otro un tanto cruel. Como prueba de ello tuvimos la descalificación de Javier Culson—favorito para ganar una de las tres preseas en los 400 metros con vallas— tras una salida en falso, razón por la cual tuvo que despedir de la pista entre lágrimas, pero descubrió que la gente de su país Puerto Rico, lo apoya y quiere.
También tenemos la inolvidable imagen del boxeador irlandés Michael Conlan levantando el dedo a los jueces, quienes calificaron el combate bajo aspectos dudosos, pues Conlan tuvo una pelea un tanto sencilla y evidentemente a su favor, aunque los miembros del estrado pensaron lo contrario, mostrándonos una vez más que los deportes que dependen tanto de apreciaciones humanas siguen teniendo influencias controversiales.
Si observamos el medallero podemos darnos cuenta que, en su mayoría, son los países desarrollados los que dominan las justas deportivas, lo cual demuestra que una gran Nación va de la mano de sus grandes atletas, gente dispuesta a poner el corazón por su Patria, a defender sus colores y su bandera. Eso nos lleva a una reflexión sobre México, cuyo número de metales ganados parece reflejo del país: con potencial y talento, pero al que los malos manejos y desvíos no han permitido que crezca. Tratemos de ser objetivos y pensemos en que los atletas hacen lo que les corresponde para estar en las competencias, pero no tienen el mismo entrenamiento ni las mismas facilidades que en países como China, Estados Unidos, Alemania o Italia.
Existe más talento deportivo en México que aquel que se ve reflejado en el medallero, pero si no se toman las medidas pertinentes en cuanto al manejo correcto de los recursos e instituciones, no habrá resultados favorables. De toda esta situación es importante resaltar y guardar en la memoria la imagen de Lupita González haciendo un esfuerzo sobrehumano para obtener una heroica plata, siendo un ejemplo de que el deporte puede ser una de las más grandes áreas para probar la grandeza del espíritu humano: el carácter inquebrantable, la disciplina y la perseverancia.
El equipo de refugiados se ganó el cariño de todos; son ellos los que nos recuerdan que no debería existir una agrupación con ese nombre, pues los atletas deberían poder participar bajo una nacionalidad, dicha situación debe recordarnos que es responsabilidad de todos que el mundo retome el camino correcto y las Naciones se hermanen; la política termina por transformar el deporte, a pesar que los valores de cada uno sean totalmente opuestos.
Las Olimpiadas son también reflejo de la sociedad en la que vivimos, esperemos que los valores que se pierden tan fácilmente en la vida diaria, no se adueñen del deporte.
Faltan cuatro años para que Tokio reciba, por segunda ocasión, a la justa deportiva más importante, y todos los seres humanos que conformamos parte de la vida en el mundo, somos los únicos responsables de la situación en que se llegará a ese 2020.
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Los Juegos Olímpicos traen consigo cada cuatro años un ambiente de paz, tranquilidad y fraternidad en un mundo en el que cada día hay más conflictos y deshumanización; este evento es un recordatorio de toda la belleza y alegría que podemos compartir entre los seres; para recurrir a la felicidad y asombro que la memoria nos regala, te compartimos las 5 ceremonias de apertura más hermosas en la historia de los Juegos Olímpicos.