El Imperio Azteca no fue una sociedad misógina; todo lo contrario, el papel de la mujer era sagrado incluso en las labores del hogar, pues se creía que si éste permanecía recogido y limpio, el cosmos subsistiría en un orden perpetuo. Las mujeres de esta sociedad tenían acceso sin restricción alguna a las escuelas más importantes para los mexicas: el Calmecac (escuela para nobles y sacerdotes) y en el Telpochcalli (casa de la juventud para los maceguales o plebeyos). Macuilxóchitl fue una de las grandes mujeres de esta sociedad: excelente oradora y conocedora de leyendas que transmitía a nobles y gente del pueblo por igual.
Entre los aztecas se reconocía la labor de las mujeres que hubieran inventado nuevos procesos de preparación de alimentos o destacaran en oficios vitales como las eminentes parteras, las cuales fueron deificadas. Todo ello ayudó a conformar una nutrida cosmovisión donde las diosas tenían un papel protagónico. Las deidades femeninas eran transmisoras de vida pero también eran capaces de reclamarla, manejar los elementos a su antojo y castigar con la muerte a quienes incurrieran en lamentables fallas. Podían tener un aspecto hermoso o francamente monstruoso, lo que es innegable es su poderío para plantarse con tanta relevancia como los mismos dioses aztecas:
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Xochiquetzal
Es la más hermosa de todas las diosas de la cultura mexica. Se le describe “preciosa como una flor” y representa el amor espontáneo y cargado de sexualidad entre los jóvenes. Era la mujer que hacía caer en la tentación a los hombres castos. Se menciona que ella fue mujer de Piltzintecuhtli, hijo de la primera pareja de hombres en la cosmogonía azteca: Cipactónal y Oxomoco. Xochiquetzal y Piltzintecutli engendraron a Cintéotl, dios del maíz. A pesar de su matrimonio tuvo varios amantes a lo largo de su existencia: Tlaloc, Ixotecutli, Huitzilopochtli, Tezcatlipoca y Quetzalcóatl; su sensualidad natural proclive al sexo y su belleza irresistible fueron factores para ello.
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Chalchiuhtlicue
Es la diosa del agua y fue compañera del dios de la lluvia, Tláloc. Ambos habitaron el Tlalocan. Hay una leyenda que dice que Tláloc estaba muy triste porque su amante Xochiquetzal lo había abandonado por caer enamorada ante el dios Tezcatlipoca. Sumido en la depresión, Tláloc no tenía la fuerza como para hacer llover sobre la tierra, provocando con ello sequías y hambre entre los humanos. Preocupados, los dioses se reunieron y decidieron que Tláloc necesitaba una compañía femenina que lo amara y le fuera fiel. Decidieron que Chalchiuhtlicue era la indicada para hacer feliz al dios de la lluvia. Cuando la conoció, Tláloc fue tan dichoso que decidió darle dominio absoluto sobre las aguas mientras él dejaba caer una lluvia benévola sobre la tierra para fertilizarla. Chalchiuhtlicue significa “la falda de jade”. Tenía poder sobre todas las manifestaciones acuáticas de la naturaleza: lluvia, lagos, ríos y toda clase de corrientes. Era considerada patrona de los nacimientos y protectora de la navegación costera.
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Coyolxauhqui
La madrugada del 21 de febrero de 1978, cuatro trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro hallaron una colosal piedra grabada de 3.25 y 2.98 metros con peso de ocho toneladas en las cercanías del Templo Mayor. Era la representación de la diosa Coyolxauhqui, la diosa de la luna (esto se cree debido a la forma circular de la piedra donde fue grabada su figura), la cual luce desmembrada luego de que su hermano Huitzilopochtli la descuartizara y arrojara sus restos por las escalinatas del cerro-templo de Coatepec como venganza ante los planes de Coyolxauhqui de asesinar a su madre, Coatlicue, tras quedar embarazada de manera deshonrosa. Su hallazgo representó uno de los puntos clave de las investigaciones en el Templo Mayor, permitiendo obtener datos fundamentales de la religión azteca.
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Xilonen
Era la diosa de la subsistencia, la fertilidad y del maíz. A mediados de año se celebraban las festividades en la cultura azteca para celebrar la presencia de esta diosa. En su honor se sacrificaba a una doncella que representaba a esta deidad femenina y su sangre se derramaba sobre la escultura de Xilonen, quien también era conocida como Chicomecóatl. Después se le desollaba y un sacerdote se colocaba encima la piel. Los hogares se llenaban de adornos de hojas de maíz. En esa época el pueblo entero comía maíz tierno con pleno regocijo. En la actualidad algunos agricultores le siguen adorando durante el primer día en que se recolecta el maíz tierno. La deidad nunca fue cristianizada al no tener un referente para sustituirla.
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Tonantzin
La llamada “Madre de los dioses” o “Nuestra madre” fue quien dio paso a la creación del mito de la Virgen de Guadalupe. En realidad se trataba de una manera de designar a varias diosas mexicas a quienes se les adoraba en el cerro del Tepeyac. Distintos habitantes del Valle del Anáhuac asistían a este sitio para adorar a Tonantzin al tener la creencia de que la “Madre de los dioses” hacía su aparición en este sitio. Su aspecto era el de una mujer ataviada con huipil blanco y el cabello negro suelto. Era también una representación de la fertilidad a tal grado que las mujeres tenían la creencia de que si se peinaban como ella aumentarían sus posibilidades de concebir un hijo. Los españoles se valieron de la imagen y presencia de esta diosa para favorecer la introducción del culto a la Virgen de Guadalupe entre los indígenas que comenzaban a ser evangelizados e injustamente privados de su verdadera religión.
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Coatlicue
Representa una de las deidades más siniestras de la cultura mexica debido a su representación sin cabeza y un par de serpientes en la parte superior que simulan la sangre que brota de la herida; poseía cráneos, manos y corazones humanos en medio de su cuerpo y una falda hecha de serpientes entrelazadas. Es la diosa terrestre de la vida y la muerte y la madre de todos los dioses del panteón azteca. Su hijo Huitzilopochtli fue quien la defendió valerosamente de sus hijos que la querían matar encabezados por Coyolxauhqui. El motivo fue que mientras Coatlicue hacía penitencia en el cerro de Coatepec, del cielo descendió un hermoso plumaje que la diosa tomó en sus manos y guardó en su seno. Cuando lo buscó para observarlo, se dio cuenta de que estaba embarazada, lo que provocó la ira de sus hijos. La escultura fue encontrada en 1790 en las obras de remodelación de la Plaza Mayor de la capital de la Nueva España.
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Poderosas y llenas de vitalidad para gobernar sobre el destino de los hombres, las diosas aztecas tenían un papel fundamental en aquella cultura cuyo fin fue trágico y despiadado. Sin embargo, su figura y presencia siguen resonando en el presente, como es el caso de Xochiquétzal y Tlazoltéotl, diosas mexicas de la sexualidad. Para los que deseen llevar este pasado en su piel pueden contemplar la siguiente galería de tatuajes prehispánicos para conectarse con algunas de las deidades principales de los mexicas.