Babel es el mito bíblico que explica el origen de los idiomas; pero más allá de eso, es el fragmento divino que explica el origen del disentimiento humano. Al ser testigo de la ambición del ser humano de construir una torre que alcanzara los cielos para asemejarse a Dios, Yahvé quiso oponerse a ello y volver a posicionar al ser humano como criatura de su creación, por debajo de él. Y esto lo logró al dividir el elemento fundamental de entendimiento en el ser humano: el lenguaje. Tras esta situación, los edificadores de la Torre de Babel no eran capaces de entenderse unos a otro, lo cual originó una atmósfera de caos y confusión que los obligó a abandonar este proyecto y continuar como seres sumisos ante la ira de Dios. Y por si fuera poco, ahora debíamos de lidiar con la vida sin tener las facultades para entendernos entre nosotros mismos.
El ser humano se desarrolló uniéndose con seres que estuvieran condenados por su propio idioma, de esta forma es que surgen los diversos pueblos que se derramaron sobre la tierra, siempre confrontándose por la incomprensión mutua y la incapacidad de entablar un diálogo completo debido a las lagunas abismales que se abren en la traducción de un idioma a otro. Sin embargo, el lenguaje no debe comprenderse sólo como una forma de comunicación, pues existe toda una serie de aspectos que igualmente conforman el lenguaje, y que varían de una nación a otra por razones de cultura e historia. Vivimos en un mundo sumamente diverso que continúa en búsqueda de la unificación del lenguaje en términos de comprensión e interpretación precisa, sin sacrificar la diversidad; pues de ser así caeríamos en el error de asesinar las diferencias que hacen de la raza humano algo sublime. Lamentablemente, esta unificación está lejana de suceder, y las guerras que se desatan son prueba de ello. El mundo continúa girando en una lógica de interés nacional y personal arcaico, cuya única característica de desarrollo se encuentra en el armamento y estrategias de destrucción.
Babel es un mito que nos interpela a todos como raza, y ha demostrado su veracidad simbólica a lo largo de nuestra evolución. La incapacidad de poseer medios para una comunicación completa y la falta de empatía de nuestros interlocutores han desencadenado conflictos personales y bélicos entre los entes sociales. Una mala interpretación por parte de nuestro interlocutor genera una reacción errónea, violenta o incompleta por parte del mismo que nos es devuelta y que a su vez nosotros malinterpretamos y juzgamos mal por no ser aquello que deseábamos escuchar. En esta dinámica de malinterpretaciones los seres se sienten aislados por ser incomprendidos. Gran parte de esta sensación se debe a nuestra incapacidad de comunicarnos correctamente y a la carencia de conceptos compatibles. Babel entonces no sólo dividió lenguajes, también dividió la esencia comprensiva del ser humano.
En gran medida, esta incomprensión se facilita por la sociedad individualista y egoísta que tanto abunda en la posmodernidad, carente de significantes comunes por la inexistencia de comunidad, y por tanto de símbolos, heridas, acontecimientos y movimientos que unifiquen mentes, cuerpos y espíritus. Pero el rezago colectivo continúa enraizado a la psique humana, es por ello que cuando finalmente nos incorporamos a algo superior a nosotros, aunque sea fugazmente, nos sentimos tan liberados y completos. Es porque un lenguaje común está mediando el colectivo involucrado. Ejemplos de lo anterior son la música, las exposiciones artísticas, las protestas políticas, los círculos literarios y hasta un deporte.
Todo nuestro cuerpo es capaz de comunicarse, pues es una extensión del espíritu. El problema es no saber usarlo por nuestra renuencia a escucharnos a nosotros mismos. Nuevamente comprobamos que Babel no sólo fue una división con respecto al otro, sino también con respecto a nosotros mismos. Hemos perdido la capacidad de escuchar eso que nuestra mente, espíritu y cuerpo tienen para decirnos. Lo anterior da origen a una serie de enfermedades biológicas y sociales que nos convierten en un ente tóxico conformado por seres que se proclaman como evolucionados sin ser capaces de comprenderse.
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