Existe algo que todos los humanos comparten sin importar el momento histórico o el lugar en el que estén: el uso del lenguaje. El desarrollo de una lengua en el individuo es vital para la formación de sociedades, cada lengua constituye un mecanismo de comunicación que permite que las personas formen lazos, resuelvan problemas, cubran necesidades y se desarrollen en su entorno. Al mismo tiempo, cada lengua es el código mediante el cual se registra y se transmite el conocimiento, hecho que permite el crecimiento y la evolución de la especie humana. Las lenguas naturales —conocidas coloquialmente como “idiomas”— son una forma de lenguaje humano con fines comunicativos que está dotado de una sintaxis específica. Las lenguas naturales se distinguen del lenguaje animal porque éste no presenta evidencias de sintaxis; y del lenguaje formal —como el lenguaje matemático o el lenguaje de programación— porque a pesar de que tiene una sintaxis, el uso y el significado es muy limitado, además de que los lenguajes formales no surgen naturalmente, sino que son planificados. A pesar de la complejidad sintáctica y semántica de las lenguas naturales, todos adquirimos desde muy temprana edad la lengua o lenguas que nos rodean.
A partir de lo anterior surgen las siguientes preguntas: ¿cómo es posible que sin importar nuestras condiciones sociales podamos aprender a hablar una lengua materna casi inconscientemente?, ¿cuáles son los requerimientos humanos que hacen posible este aprendizaje?, y finalmente, ¿qué pasa cuando carecemos de alguno de estos requerimientos? En la antigüedad se creía que el lenguaje humano estaba limitado a lo sonoro y lo auditivo, por tanto se pensaba que las personas sordas eran incapaces de aprender y desarrollar una lengua. Sin embargo, con el tiempo se descubrió que las lenguas naturales no están limitadas al plano de lo sonoro, sino que se extienden a la comunicación gesto-espacial. Es importante entender que las lenguas de señas son lenguas naturales, ya que cuentan con una sintaxis propia, tienen variantes dialectales y se desarrollan de forma natural. La única diferencia que existe entre quienes aprenden una lengua como el inglés o el español y quienes aprenden una lengua de señas es que los primeros utilizan el aparato fonador y los segundos no.
Probablemente todos hemos visto alguna vez un pequeño recuadro en nuestra pantalla de la televisión donde en la que una persona hace una interpretación de nuestro idioma a la lengua de señas, pero en realidad ¿qué sabemos sobre la cultura sorda y la lengua de señas? Al igual que las demás culturas, ésta tiene una historia, la cual se ha caracterizado por ser un largo camino de lucha por su reconocimiento y sus derechos.
En la mayor parte de las civilizaciones antiguas se veía a las personas sordas —que se creía también eran mudas— como seres enfermos e incapaces de razonar; eran excluidos de la sociedad y en muchas civilizaciones eran arrojados a los ríos o a los precipicios. Incluso el gran filósofo Aristóteles afirmaba que la sordera era sinónimo de falta de inteligencia. Esta idea se mantuvo vigente durante siglos. En la Edad Media la Iglesia ejercía mucho poder sobre la cultura y lo que se consideraba como verdad, difundía la idea de que los sordos estaban siendo castigados por Dios, así que en muchas ocasiones eran enviados a manicomios.
Fue hasta finales del siglo XVI que estas percepciones comenzaron a cambiar. Gerolamo Cardano, un médico italiano, fue una de las primeras personas en decir abiertamente que los sordos tenían la capacidad de comunicarse. Tiempo después, Pedro Ponce de León —monje benedictino— fue el primer educador de las personas sordas a través del alfabeto manual. Un siglo más tarde, Juan Pablo Bonet publicó “Reducción de las letras y arte para enseñar a hablar a los mudos”, en este libro se retoman las ideas de Pedro Ponce de León, además de contener un amplio estudio sobre la gramática y fonética de muchas palabras. En 1771 se abrió la primera escuela exclusiva para estudiantes sordos; ésta se atribuye a Charles-Michel de l’Épé, religioso francés quien después de estar a cargo de dos niñas sordas, decidió fundar una escuela en París donde se enseñaba no sólo a comunicarse, sino a aprender otras materias.
Podríamos pensar que para el siglo XIX ya era aceptada la lengua de señas en el mundo, pero en realidad todavía quedaba un largo camino por recorrer. En el Congreso de Milán de 1880 —en el que se reunieron diversos profesores de personas sordas— se tomó la decisión de educar sólamente a través del habla, lo cual representó un obstáculo para la educación de estas personas; sin embargo, esto no impidió que en las comunidades se comunicaran a través de señas en su vida cotidiana.
En la década de 1860 algunos países comenzaron a reconocer la lengua de señas como lengua oficial de las personas con déficit auditivo. Con esto comenzó la búsqueda de espacios para la educación, la integración de las personas sordas a la comunidad y la uniformidad entre los distintos sistemas lingüísticos de señas. Hasta hoy existen ocho familias principales de lenguas de señas en el mundo: la británica, la hispano-francesa —a la que pertenecen la Lengua de Señas Mexicana, la Lengua de Señas Española y la Lengua de Señas Americana—, la alemana, la sueco-finlandesa, la indopakistaní, la japonesa, la keniana y la árabe. Se estima que existen al menos 70 millones de personas con deficiencias auditivas en el mundo; no todas adoptan una lengua de señas estandarizada, ya que algunas comunidades desarrollan su propio sistema. La comunidad sorda ha recorrido un difícil camino para obtener sus derechos lingüísticos, y aunque aún queda mucho por hacer, los distintos estudios lingüísticos nos han aproximado al entendimiento de la lengua de señas y la destrucción de los prejuicios que se ejercen sobre esta comunidad.
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